Sebastián y Milagros: se convirtió en los brazos y piernas de su hija de 9 años, porque «sí, se puede»
Conocé a esta familia de San Antonio Oeste. Juntos corren carreras desde noviembre del año pasado, y ya recorrieron muchos paisajes de la región, cosechando la emoción de todos.
“Cuando papá sea viejito, a Mili la voy a llevar yo. Ella va a correr conmigo” dice Nehemías, de 7 años, y busca la complicidad de su hermana Milagros, de 9, que le sonríe con la boca y con los ojos, agitando las pestañas a toda velocidad, mientras su mirada echa chispas.
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Juntos están dibujando. Cerquita está Saraí, de 5, que se ríe de la ocurrencia. También Marina y Sebastián, los papás, que recién terminaron de preparar la merienda.
Es un cuadro familiar cualquiera, pero para que “se pueda” vivir esta escena casual los adultos trabajaron mucho. A puro amor e instinto, pero con ganas.
Es que Mili nació sin brazos ni piernas, y recién a sus 14 años los médicos podrán evaluar la colocación de prótesis. Mientras tanto se maneja en una silla que direcciona con su muñón derecho, al que Sebastián bautizó “el terrible”, porque con él hace y deshace. Y si hay alguna travesura que se le complica, allí están sus hermanos para secundarla.
Su papá, ahora, también es su cómplice. Pero de su pasión por correr, algo que descubrieron juntos y disfrutan al máximo. Sebas le presta sus piernas, y con ella sujeta a su espalda o en una silla adaptada ya participaron de muchísimas carreras.
“Todo empezó en noviembre del año pasado” contó el hombre. “Ahora trabajo de policía minero, pero soy profesor de canotaje, y el deporte me encanta. Le conté a la familia que quería participar por primera vez en una carrera, porque siempre anduve en el agua pero nunca corrí, y Mili me dijo ‘yo también quiero correr, papá’. Quise cumplirle ese sueño, y ahí arrancamos” recordó, entusiasmado.
Y así, desde noviembre de 2022, de la mano del deporte la alegría se coló por las puertas y las ventanas de la casa, y llenó de medallas las paredes del comedor. Y ese entusiasmo se instaló en todos.
“Ella está feliz, y yo también. Sé que a los que nos ven correr les transmitimos mucha emoción, pero todavía no caigo, no puedo ‘mirarnos’ desde afuera. Lo único que siento es felicidad. Pero sé que estamos haciendo que otros se animen. En face, en instagram y en youtube empezamos a subir fotos y videos de nuestras carreras. Nos encuentran como @sepuedee. El otro día me escribió un papá que me dijo que al vernos se animó y participó de una carrera con su hija. Y eso me llenó de emoción, porque la discapacidad es muy dura, y hay muchos que esconden o no comparten lo que les pasa, y hay que animarse y seguir” contó, sonriente.
También confió que el ‘se puede’ con el que bautizó sus redes lo acompaña desde siempre en su camino como padre. A él y a Marina. Porque cuando Mili nació la llevaron a Buenos Aires, y tras miles de estudios no les dieron explicación. “‘Es una nena sana, sin ningún retraso’-nos dijeron los médicos- comparte ahora Sebastián, rememorando esa respuesta- “‘Recién a los 14 podremos ver si alguna prótesis podrá sumarse para ayudarla’” continuó, detallando las palabras de ese diagnóstico.
Para saber eso pasaron allí casi un año. Pero al volver a su casa, en San Antonio Oeste, hubo un momento clave. Fue una tarde cualquiera. Mili tenía que merendar y Sebastián le acercó la taza de leche. “Ayudáme, papá” dijo la nena. El recuerda que pensó “no me va a tener siempre, tiene que poder”. Y le contestó “fijáte como podés hacerlo vos”. Luego caminó hasta la cocina, sintiendo que cada paso era eterno. “Cuándo me dí vuelta ya estaba tomando sola, se acercó la tacita con el ‘terrible’, como le digo yo a ese muñoncito con el que logró manejarse para todo, y recién ahí respiré. Porque pudo. Porque lo logró” contó, conmovido.
Ahora, van logrando metas entre ambos. Aunque toda la familia participa. Pero es Mili la que muestra celosa sus trofeos y medallas.
“Mirá, esta soy yo, y el de abajo, chiquitito, sos vos” ríe la nena, buscando la respuesta cómplice de su papá, mientras marca con la mirada uno de los premios que cosecharon. Es uno doble, que muestra la figura en alto de un corredor, y hay otro más pequeño que lo sostiene desde la base. “Siempre me chicanea con eso. Ella es la grandota de arriba, y el más chiquito de abajo soy yo” se ríe, también, Sebastián. Y sus ojos brillan más que el dorado de la estatuilla.
“Yo soy sus piernas, y ella es mi motor”
La primera vez que Sebastián Inalaf corrió junto a su hija Milagros lo hizo llevando a la nena en un cochecito de paseo como el que usan los bebés, de los más sencillos, a los que popularmente se los conoce como ‘paraguitas’.
Fue en Viedma, en la maratón Stilo. “Al pasar el arco de llegada Mili me anticipó que quería seguir corriendo. Estaba emocionada, feliz” recordó Sebastián.
Él, que estaba entrenando para la regata del Río Negro, quiso correr para sumarle exigencia a la preparación física. Y cuándo la nena se enteró del plan buscó acompañarlo, y su papá no lo dudó. “Había visto correr en una silla adaptada a un competidor. Pero nosotros arrancamos con un ‘changuito’ de bebé, bien sencillo” recordó.
Después siguieron sumando eventos y el hombre mejoró su técnica. “Nunca había corrido maratones, así que terminaba con la cintura deshecha. Un entrenador de San Antonio, Gustavo Montiel, se enteró y propuso ayudarme, y desde entonces mejoré la técnica y la postura. Cuando puedo entreno con mi hija, y si ella está en la escuela me cargo un peso similar, porque ella pesa 30 kilos” contó el corredor.
Desde que iniciaron la aventura corrieron en arena, en la edición del Yo Corro que se vivió en Las Grutas durante el verano, y también viajaron a Puerto Madryn. Allí Sebastián participó llevando a Mili en una mochila, porque la carrera incluyó subir laderas escarpadas. Se la donó el Sindicato del Personal de Industrias Químicas y Petroquímicas (SPIQyP). Es un modelo pensado para transportar bebés, pero ahora que ella está mas grande se contactó con ellos un fabricante de Córdoba, que se ofreció a prepararle una mochila adaptada. “Me pidió que dibuje un diseño cómodo, así que cuándo me la envíe Mili irá mejor sostenida” aseguró el hombre.
Más allá de la técnica, las charlas que ambos tienen mientras corren son un capítulo aparte. “La idea es disfrutar más que competir. Por eso me pide que pare si está cansada por el traqueteo, o si tiene sed. Miramos el paisaje, vamos grabando videítos para la familia. Lo pasamos bien” destacó Sebastián.
El desafío que se viene va a incluir una recorrida por agua y otra en bicicleta. Aunque él sueña con que Mili lo acompañe en una regata. “Ya se podrá, cuándo sea más grandecita” anunció. “Juntos podemos todo-aseguró- Yo soy sus piernas, y ella es mi motor”.
Un baño adaptado para la escuela 146
Milagros va a la escuela 146, de San Antonio Oeste. Está completamente integrada a su curso, pero las condiciones edilicias son un obstáculo a superar, porque en el lugar no existe un baño adaptado para discapacitados.
“Mili no es la única que lo necesita, y siempre buscamos que se maneje con la mayor autonomía. Por eso es un tema que no se facilite esa integración desde los espacios físicos con los que cuenta el colegio” comentaron tanto su papá como su mamá.
Vivir en un barrio sin asfalto es otro de los dolores de cabeza. Las calles de tierra sin mantenimiento atentan contra la silla de la nena, que debe tener un acondicionamiento mayor debido al traqueteo que soporta. “La ciudad entera es un problema si hablamos del estado de calles y veredas. Pero parece que nadie piensa en las personas con discapacidad” se lamentó Sebastián.
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