Tragedia cerro Ventana: la historia de la estudiante que estuvo seis horas sepultada por una avalancha y sobrevivió
Liliana Alonso recordó el drama que vivió el 1 septiembre del 2002. Estuvo tapada por toneladas de nieve. Veintiún años después sigue convencida de que se trató de un milagro. En la tragedia murieron 9 estudiantes de la Universidad Nacional del Comahue que cursaban en Bariloche, entre ellos, su novio que la protegió hasta el último momento.
Durante esos minutos, pensó en sus sobrinos que ya no vería crecer. También, en sus padres. Y sobre todo, en los sueños que había planificado con su novio, Adrián. Sepultada bajo toneladas de nieve, Liliana Alonso sintió algo de alivio porque aún respiraba, pero creyó que la muerte venía por ella. Solo era cuestión de minutos. “Te prometo que vamos a estar juntos esta vez”, le había asegurado Adrián para que lo acompañara. Elle le había avisado que era la última caminata a la montaña.
El joven estaba a menos de un metro de Liliana. También, enterrado bajo la avalancha, en una ladera del cerro Ventana. Allí, Adrián Mercado murió, junto a otros ocho estudiantes de primer año de la carrera de Profesorado de Educación Física con orientación en actividades de montaña de la Universidad Nacional del Comahue (Uncoma). La tragedia ocurrió la tarde del domingo 1 de septiembre de 2002.
Liliana sobrevivió. Estuvo alrededor de seis horas enterrada bajo cuatro metros de nieve. Veintiún años después, Liliana le contó a RÍO NEGRO su historia en el cerro Ventana. Sigue convencida de que se trató de un milagro. Esa tragedia le arrebató a su novio y provocó una herida que tardó muchos años en comenzar a cicatrizar.
Este diario la ubicó a pocos días de conmemorarse los 21 años de una de las mayores tragedia en la montaña y para la Uncoma. Se encuentra en el pueblo de Dawson City, en Yukon, Canadá, cerca del límite con Alaska.
Liliana es de Bariloche, como su familia. Recuerda que en 2001 retornó a la ciudad tras pasar un período en el exterior por intercambio. Le pidió a su madre que la anotara en alguna carrera universitaria, pero que no sea ni Profesorado de Matemáticas ni Biología. De casualidad ingresó en el Profesorado de Educación Física, que tenía orientación a la montaña.
Cuando comenzaron el cursado eran muchos estudiantes. “Mucha gente de afuera. Los chicos del Valle no tenían idea a lo que se enfrentaban”, asevera. Relata que andaban con campera de jeans y zapatillas de lona.
La primera salida fue al refugio Horrible. Algunos estudiantes nunca habían acampado. Siguieron nuevas caminatas a la montaña, como parte de las actividades de la carrera. El frío no importaba.
Pero Liliana afirma que al no tener el equipo necesario “la estaba pasando mal”. En esas primeras semanas conoció a Adrián, de Villa La Angostura. Tenía 21 años, 1,95 de estatura, con una energía arrolladora y un apasionado por la montaña. Se entendieron, comenzaron una relación y a planificar juntos el futuro. En abril, Liliana ya dudaba de seguir en la carrera, Adrián la alentaba a no abandonar.
La primera salida juntos
Los profesores anunciaron que saldrían el fin de semana del 31 de agosto y 1 de septiembre del 2002 al cerro Ventana. Liliana le dijo a su novio que no subiría. “No quiero ir si la pasamos como el orto, le dije», comenta. Además, le recordó que nunca les tocaba estar en el mismo grupo. “Te prometo que vamos a estar juntos esta vez”, le aseguró Adrián. Ese respuesta fue suficiente para que la joven resolviera sumarse.
En la semana había llovido con intensidad sobre la región, pero el viernes el clima mejoró. Y el sábado alrededor de 75 estudiantes, 8 profesores, divididos en dos comisiones, emprendieron la caminata desde la toma de agua del barrio El Pilar. El objetivo era ascender a la cumbre del cerro Ventana, de 1910 metros de altura, ubicado a 16 kilómetros del centro de Bariloche.
Comenzaron la caminata con un sol radiante. Saleron en dos comisiones A y B. La primera parada fue en el refugio El Horrible, ubicado al final de un valle. La marcha se había hecho pesada porque había mucha nieve. En algunos sectores, a algunos estudiantes les llegaba hasta la cintura.
La noche llegó en silencio y el grupo acampó. Esa madrugada de domingo no heló en la alta montaña. Al frente de los estudiantes iba Andrés “Andi” Lamuniere. Un reconocido guía de montaña de Bariloche. Liliana rememora que era una voz autorizada que ningún estudiante de primero podía poner en duda.
En la montaña hicieron un ejercicio de detención en nieve. Había que tirarse por una pendiente y aprender la técnica del frenado. «Para nosotros era divertido», menciona. Pero estaban casi todos mojados. Muy pocos tenían ropa impermeable.
Dice que Lamuniere solo observaba. Liliana, inquieta, le preguntó ¿por qué no se lanzaba para mostrar cómo era la técnica?. “Para qué mojarme al pedo», afirma que fue la respuesta del experimentado guía.
Sorprendida, y algo molesta, dejó de hacer el ejercicio. Adrián quiso saber qué le pasaba. Ella le explicó que se estaban mojando demasiado y que la ropa que tenían no era la indicaba. “Solo tenía un pantalón de esquí, no tenía polainas y la nieve le había entrado en los borceguíes”, señala.
Liliana recuerda que habían discutido antes con Adrián. “Por eso, en las fotos del grupo (de esa jornada) estamos separados. Él en una punta y yo en otro lugar”, explica. Sin embargo, durante la travesía “nos amigamos”. Era la primera vez que estaban juntos y no se podía pedir más.
La tragedia
El domingo 1 de septiembre los grupos se dividieron. El A se dirigió hacia el cerro Ñireco y el B, con 46 alumnos y Lamuniere a la cabeza salió hacia el cerro Meta para después subir por el filo hacia la cumbre del Ventana.
Dice que Adrián le indicó que se sumaran a un grupo para caminar más rápido. “La mayoría eran amigos de Adrián, porque mis amigas estaban en otro grupo”, relata. Estaban cansados. Los grupos tenían unos 15 integrantes.
La caminata se hizo un poco mas amena porque venían compitiendo entre los grupos quien avanzaba más rápido. Liliana recuerda que Gimena Padín caminaba más lento por una molestia en una rodilla.
Durante la caminata pasaron por lugares increíbles. Pararon a comer. La cumbre del Ventana era imponente. Después, los grupos comenzaron a descender. Ellos seguían a Lamuniere, que se adelantó para inspeccionar el terreno. Mientras esperaban, «Martín Lemos se tiró sobre la nieve para hacer el clásio angelito», cuenta Liliana.
Cuando el guía retornó les informó que había una cornisa rota y tendría que pasar de a uno. Era un paso difícil por un valle empinado, cubierto de nieve. “Le dije a Adrián: pasamos los dos o no pasamos”, rememora. Antes ya se habían prometido cuidarse mutuamente. “Lamuniere era muy soberbio y nadie se animaba a contradecirlo”, afirma. El peligro merodeaba. “Le dije a Adrián: esperá que Gimena viene muy atrás”. “De pronto escuchamos como un estrueno”, describe.
Y en pocos segundos el suelo se desplazó por la pendiente y un enorme manto blanco los atrapó. “Estaba con Adrian en el medio de una avalancha. Él me pide que lo abrace y que no lo suelte”, explica.
La avalancha los arrastró juntos a toda velocidad. Ella iba sobre Adrián que la protegía de los golpes. Aún tiene en su retina el rostro de pánico del joven por los cascotes de nieve que los rodeaban. “Yo estaba tranquila. Pensé, mientras caíamos, por lo menos estoy con Adrián”.
Cuando se aproximaba como un salto, ella lo abrazó a Adrián con todas sus fuerzas y le dijo que lo amaba. Mientras relata esos minutos de intenso dramatismo por la pantalla del celular, unas lágrimas recorren su rostro. Por el salto y la fuerza de la avalancha, se soltaron. Quedó cubierta de nieve y sin Adrián.
Asegura que no escuchó gritos de otros compañeros que habían sido devorados por la avalancha. Nada. Después, se hizo un silencio. Afirma que escuchó como unos quejidos y se dio cuenta que su novio estaba cerca. Pero no lo podía ayudar.
“Quise gritar y pensé si nadie me va a escuchar”, comenta. Allí, sola, inmóvil pensó en sus padres, sus sobrinos que tanto quería. Y en los sueños que compartía con Adrián de formar una familia y emprender un camino unidos.
El rescate
Intentó mantenerse despierta. Sin embargo, el cansancio que sentía en todo su cuerpo la venció. Y se durmió en posición fetal, con una mano cubriendo su rostro. Esa postura fortuita le permitió respirar a pesar de que estaba sepultada por toneladas de nieve.
El tiempo que estuvo dormida le pareció que fueron segundos. Se despertó cuando escuchó que alguien gritaba el nombre de su novio. Quiso pedir auxilio para que sepan que estaba enterrada, pero se había cortado la lengua con los dientes y no podía hablar. Tampoco gritar. Solo pudo manifestar unos gemidos que uno de los rescatistas percibió. “Me destaparon. Escuchaba que alguien me hablaba. Pero no lo podía reconocer. Era Mariano Spataro, que era profesor de básquet”, rememora. “Mariano buscá a Adrián que estaba al lado mío y me habló”, fue lo poco que pudo expresar.
«Nosotros estábamos depositados en una de las barridas, era como una pared medianamente vertical. (Los rescatistas) empezaron a hacer escalones como para rescatar los cuerpos de los estudiantes atrapados», dice Liliana que le explicaron personas que trabajaron esa noche. Mientras desarrollaban esa tarea hallaron el cuerpo de Adrián, por un gorro que era de Liliana. Cuando lo sacaron, alguien gritó su nombre. «Ahí me despierto y por eso me encuentran por encontrarlo a Adrián», puntualiza.
«Estuve desde las 16.30 hasta las 22.30 bajo la avalancha. Seis horas”, afirma. Los rescatistas no podían creer que estuviera con vida y sin ninguna lesión. Es que la nieve estaba tan compacta que parecía cemento. “Tenía mucho frío y las piernas me temblaban”, describe.
La trasladaron hasta el hospital Ramón Carrillo al que ingresó cerca de las 2 de la madrugada del 2 de septiembre del 2002. En medio del desconcierto, presumió que si ella estaba bien, todos sus compañeros también. Nunca imagino que Adrián había muerto. “No entendía la magnitud de lo que había pasado”, reflexiona. Horas después, le informaron de las víctimas de la tragedia.
Por la posición que Adrián quedó bajo la nieve, ella está persuadida de que esa manera la protegió, porque evitó que los enormes bloque de nieve la golpearan. Adrián sufrió una fractura de fémur y la mayoría de los estudiantes murieron asfixiados.
El dolor por la ausencia
Liliana dice que durante mucho tiempo se sintió responsable por haberlo soltado a Adrián. El mundo se le había derrumbado. Andaba por la vida con mucha bronca. Su vida perdió sentido y aunque buscó ayuda no fue fácil superar esa tragedia. Era herida abierta que dolía demasiado.
“Me preguntaba ¿por qué a mí?, ¿por qué a nosotros? Dejé de creer en Dios. Con los años la herida comenzó a sanar. Comprendió que todo tiene un fin. Una razón. “Tal vez, la misión de Adrián era cuidarme”, reflexiona.
Después de tanto lastimarse, Liliana se dio cuenta de que la vida le había dado otra oportunidad y que la estaba desaprovechando. Tenía que volver a vivir. Comenzó una recuperación que fue dolorosa. Difícil. Resolvió que para empezar a escribir otro capítulo debía irse de Bariloche. Años después, se recibió en Buenos Aires de profesora de Educación Física.
Asegura que siempre habló abiertamente de lo que ocurrió en el cerro Ventana. Plantea que es algo que le hizo bien. Veintiún años después de aquella tragedia, comenzó a escribir otro capítulo de su historia. No obstante afirma que aunque pase el tiempo «Adrián va a estar siempre conmigo».
Una nueva vida en Canadá
Liliana Alonso llegó en noviembre pasado a Dawson City, en la región de Yukon, Canadá, por una amiga que vive y trabaja hace 15 años en ese país.
El desafío de cambiar Bariloche por esas tierras desconocidas le despertó curiosidad. También, un desafío. Manifiesta que estaba cómoda en Bariloche. Pero “después de la pandemia llegó un momento que necesitaba un cambio y dije: bueno no tengo nada que perder. No tengo hijos, estaba soltera”. Expresa que necesitaba otros horizontes.
Sabía que no sería fácil migrar a un país desconocido. Más aún, porque no podría ejercer su profesión. Es profesora de Educación Física, pero en el pueblo canadiense ha hecho varios trabajos, sin ningún problema. “Ahora estoy en un café haciendo atención al público y a la mañana hago pastelería, sándwiches”, indica.
A las pocas semanas de arribar, conoció a un muchacho suizo con el que está de novia. El entorno natural de la región le encantó. La nieve es abundante en invierno. También las intensas heladas y bajas temperaturas. La ropa de invierno que llevó de Bariloche no sirvió para soportar los 48 grados bajo cero que marcaron el invierno pasado.
Comenta que en una madrugada de invierno se congeló hasta el chorro de agua de la grifería de la cocina, que había dejado corriendo por indicación de la gente del pueblo. En ese momento, se preocupó y se replanteó si ese sitio era indicado para ella.
Pero en primavera y verano el paisaje cambia de manera abrupta y todo es hermoso. Y el pueblo cobra vida porque se llena de turistas. Algunos aventureros hasta van en busca de oro, en los ríos de la región. Dice que fue emocionante observar las auroras boreales.
Hay muchos extranjeros en el pueblo, pero los canadienses a pesar de que son fríos también son receptivos. Es más, la invitaron a compartir la Navidad a una casa de una familia del lugar.
“Vine a estar bien. Me propuse eso. Acá también tuve mis problemas y es parte de la vida y todo me suma como aprendizaje”, relata. “Estoy feliz”, sostiene.
Liliana sigue vinculada a la montaña. La disfruta cada vez que puede. “Siento paz, felicidad. tranquilidad. Es como meditación en movimiento como dice mi novio. Te relaja, te alegra. Me siento feliz en la montaña”, señala.
Dice que volvió varias veces a caminar por el cerro Ventana. También encontró paz en ese lugar donde los recuerdos siguen presentes. Es como que si hubiese perdonado al cerro que le quitó una persona tan importante en esa etapa de su vida. Tenía solo 19 años.
Hoy, con 41 años, se siente feliz, sin olvidar aquella tragedia que marcó una etapa de su vida y que le dejó grandes aprendizajes.
Nueve víctimas
En la avalancha del cerro Ventana murieron Mario Sebastián Tapia, Antonio Humberto Díaz, Adrián Marcelo Mercado, Oscar Fabricio Vaccari, María Gimena López, Gimena Solange Padín, Martín Sebastián Lemos, Paolo Jesús Machello y Roberto “Beto” Monteros. Todos cursaban el primer año de la carrera Profesorado de Educación Física, con orientación en actividades de montaña.
Andrés “Andi” Lamuniere, que conducía el grupo arrastrado por la avalancha, fue imputado, juzgado y condenado el 4 de mayo de 2005 por el Tribunal Oral en lo Criminal Federal de Roca a la pena de 3 años de prisión, de cumplimiento efectivo como autor del delito de homicidio culposo agravado de los 9 estudiantes universitarios y lesiones culposas en concurso ideal
Además, le impusieron 10 años de inhabilitación especial para desempeñarse como docente y guía de montaña. El juicio se desarrolló en Bariloche. Para el tribunal, el guía actuó con negligencia, impericia e imprudencia.
Advirtieron que a pesar de que Lamuniere tenía capacidad e idoneidad como guía, faltó a su deber de cuidado ya que estaba en la montaña con menores de edad, inexpertos, mal equipados, que no habían cenado debidamente la noche anterior y todos bajo su orden.
Liliana Alonso declaró en el juicio y todavía sostiene que el guía de montaña fue responsable de lo que sucedió. Él era la voz autorizada. También, la Universidad Nacional del Comahue que no veló por la seguridad de sus estudiantes.
Los jueces sostuvieron en la sentencia que Lamuniere tenía otro camino más seguro para transitar la montaña, el conocido como “de las pircas”. No obstante, eligió el equivocado.
Concluyeron que no tuvo la precaución de transitar de a uno por el lugar del peligro, por lo que consideraron que “no lo advirtió” o lo “subestimó”.
La defensa apeló y la Cámara Nacional de Casación Penal a principios de marzo de 2006 dejó sin efecto el cumplimiento efectivo de la pena. Los camaristas dejaron en suspenso la pena y le impusieron pautas de conducta. Valoraron que no tenía antecedentes penales y los informes sociales favorables.
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