Los secaderos de frutas en Allen y esa antigua costumbre de conservar los alimentos

La necesidad en tiempos de crisis impulsaba el ingenio y el esfuerzo para sacar el máximo provecho de lo que producían las chacras. Aquí el recuerdo de una época que dio trabajo a partir de una práctica antiquísima. ¡No te pierdas las fotos históricas!

Cuenta la historia que antes no había heladeras y energía eléctrica en todos los hogares, a lo sumo, una barra de hielo en un tambor o cajón con aserrín, tapado con tela de arpillera, para conservar algunas bebidas frías en el verano. La carne se salaba para que no se pudriera (charqui) y la fiambrera, con laterales de alambre tejido, resguardaba a los productos de los insectos. El azúcar, el limón, el vinagre, la cebolla, el aceite y hasta el ajo y algunas especias servían desde tiempos inmemoriales para el mismo fin: la conservación.

Cuenta la misma historia que la necesidad en tiempos de crisis impulsaba también el ingenio y el esfuerzo, para sacar provecho al máximo de los alimentos. Así las familias podían asegurarse aportes nutritivos para el menú, disponibles durante todo el año y no sólo en temporada de cosecha. Las preciadas conservas de la casa de abuelas, madres y tías, guardadas a oscuras en un galponcito o una habitación aparte, fueron el tesoro que los más jóvenes heredamos.

«Con las bandejas de orejones al sol y los trabajadores que lo hacían posible» – Foto: Gentileza Piky Tolosa.

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Los orejones de fruta y los emprendimientos que los prepararon en el Valle, entre los vaivenes de la fruticultura, fueron expresión de esa misma corriente. Secar al sol los trozos (gajos, como orejas) de manzana, pera, durazno, ciruela, entre muchas otras, era parte de las tareas en una chacra y un hogar cualquiera, pero también hubo establecimientos dedicados a esa fracción del rubro, pensados a mayor escala y con técnicas más industriales, para exportar.

A modo de ejemplo, la familia Wolfschmidt, señaló el sitio Proyecto Allen, hizo lo propio en la chacra «La Frankonia» en la década del ‘30, cuando la Primera Guerra Mundial llevó a la merma en el ingreso de productos extranjeros y con eso, se movió la actividad alimenticia.

El trabajo en «La Frankonia». Foto: Libro 100 años Proyecto Allen.

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Los Svampa fueron otros que se animaron a ese negocio, a fines de los años ‘50. Silvio y Amelia Eleonora Valeri, su esposa, habían llegado desde Francavilla d’Ete, Italia, con sus cuatro hijos pequeños, en 1949. Del buque “Santa Cruz” al Ferrocarril del Sud. Los recibió Basilio, el hermano Svampa que ya vivía en el incipiente poblado y quien firmó el “Atto di chiamata” para recibir a sus parientes ante la “Agenzia Consolare D’Italia”, a cargo de Arturo Guarnieri en Allen.

Tenían dónde quedarse hasta lograr su propia vivienda, pero les tocó rebuscarselas para salir adelante. Discriminados por no hablar “la castilla”, subsistieron criando conejos, cuidando una huerta, fabricando hasta el jabón y cazando animalitos por las noches, contó María, “Marietta”, la única hija de Silvio que aún vive, en Fernández Oro.

En aquel Allen de apenas 4 mil habitantes, mientras su mujer era modista, Silvio ejerció como artesano de muebles en ratán y mimbre, ayudado por sus niñas, hasta que consiguió trabajar con la familia Bagliani, dueña de la recordada fábrica de conservas que funcionaba en el pueblo hacía 20 años. Gracias a ese vínculo, lideró el secadero de frutas que instalaron, por unos cuatro años y con el que exportaban a Turquía, afirmó su hija. Allí eran una delicia buscada como ingrediente de muchas recetas típicas, tanto en postres como en carnes bien elaboradas.

“Yo trabajé de peona ahí, porque como no había secundario en Allen, me dijeron: ‘si querés ir a estudiar andá a trabajar al secadero’.

recordó Marietta.

«Yo tenía unos 12 años, mientras mi hermana Gemma se quedaba en la casa», agregó. ‘Con el sueldo que cobrás te comprás los libros y le pagás la ropa a tu hermana’ fue el trato, Nélida “Picky” Tolosa, esposa de Valerio, el hijo menor de Silvio, es quien guarda las preciadas fotos de ese tiempo.

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René Aurora Pepe, viuda de Ponticelli, también pasó por las piletas de hormigón que aún están de pie en el edificio abandonado del secadero, sobre calle Aristóbulo del Valle al fondo, en pleno barrio Los Sauces. “Si habré cortado peras y manzanas”, dijo la mujer en la charla con diario RÍO NEGRO. A las primeras se les retiraba la cáscara a mano, mientras que a las segundas, se las colocaba en máquinas realizadas a pedido en la metalúrgica de Pascual Santamaría, especializado en el rubro del empaque.

Todas venían en cajones desde chacras y galpones, listas para lavar. Una vez peladas, eran cortadas en rodajas, sumergidas en agua con bisulfito de sodio en polvo para evitar que se oxidaran y luego colocadas en las “azufradoras”, donde el humo de ese elemento mejoraba el color y prevenía el desarrollo de fermentos. También se usaba soda cáustica en pequeñas dosis para desprender la piel de los duraznos.

“Después de estar horas al sol, a la noche se las guardaba tapadas para evitar que las dañara el rocío”,

explicó René.

Los cajones con papel celofán eran el “packaging” con el que viajaban al puerto de Buenos Aires.

Consultado por este medio, el presidente del Museo Municipal, Lorenzo Brevi, recordó también la experiencia de Antonio Pamich, que compró 18 hectáreas en Allen a la familia Mercuri para instalar “Frudear” (Frutas Desecadas Argentinas).

Según el Archivo de RÍO NEGRO, comenzaron en 1957, sumando entre sus clientes a alemanes e israelíes. Como era un trabajo delicado, manual, casi todo el personal era femenino. Funcionó muy bien varios años hasta que en 1962 Pamich murió y sus descendientes decidieron, de a poco, dejar la actividad.

“Los secaderos perduraron hasta que las grandes empresas en Mendoza empezaron a invadir las góndolas del Valle. Tenían un gran desarrollo en ese sentido”,

concluyó Brevi.
Foto: Gentileza Piky Tolosa.

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El secadero de Svampa, hoy. Foto: Andrés Maripe.

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El secadero de Svampa, hoy. Foto: Andrés Maripe.

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El secadero de Svampa, hoy. Las piletas y mesas de hormigón aún siguen en pie. Foto: Andrés Maripe.

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Silvio Svampa y Eleonora Valeri – Foto: Gentileza Piky Tolosa.

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Francavilla d’Ete, Italia – Gentileza Piky Tolosa.

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Gentileza Piky Tolosa.

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Recuerdos del taller metalúrgico de Santamaría, en Allen – Foto: Proyecto Allen.

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