30 años de «Sin documentos», la historia del disco que elevó a Los Rodríguez y rescató a Andrés Calamaro
El 3 de septiembre de 1993, la banda editó en Argentina su segundo disco, con el que alcanzaría la masividad que le era esquiva hasta entonces.
Por segunda vez, Andrés Calamaro pensó seriamente volver a empezar. Llegado a Madrid en septiembre de 1990 con su teclado Yamaha DX7 y unos 900 dólares, el músico que había sorprendido, no tanto a propios como sí a extraños, como compositor estrella de Los Abuelos de la Nada durante la primera mitad de los 80, dejaba una Buenos Aires que había decidido ignorar sus trabajos solistas de la segunda parte de la década con canciones como “Fabio Zerpa”, “Loco por ti”, “Por mirarte”, “Cartas sin marcar” y “Pasemos a otro tema”. Sin embargo, y aunque la crítica lo trató bien, el respaldo del público no fue el esperado. Básicamente, no vendía discos.
El mismo día que llegó a Madrid, donde lo esperaba su amigo Ariel Rot, se encontró haciendo música con el propio Rot y un puñado forajidos rockeros españoles que no mucho después serán sus compañeros, entre ellos el legendario Julián Infante, en un nuevo proyecto: Los Rodríguez. La banda fue tomando forma a lo largo de 1991, con las incorporaciones de Germán Vilella en batería y Guille Martin en bajo (puesto móvil, pues fue una banda sin un bajista fijo). Esta formación grabó “Buena suerte”, el disco debut de la banda que incluía “Mi enfermedad”, pero la buena suerte duró nada ya que a los pocos días el sello editor del disco quebró y dejó al grupo sin chances de tener dinero para difusión y una gira.
Si bien el grupo había generado buenas impresiones tanto en España como en la Argentina, la economía de sus integrantes hacía cada vez más ruido. Es que, si bien se trataba de una banda nueva, sus músicos eran tipos que ya promediaban los 30 y les urgía arrancar de una buena vez. Ya estaba bien de remarla, era tiempo de empezar apegarla. Y es lo que iba a suceder con el siguiente disco, aunque, como era costumbre en Los Rodríguez, no sin caos.
Con España en crisis, con una banda que gustaba, pero que no terminaba de dar el salto y, del otro lado del Atlántico una Argentina que parecía recuperarse, Calamaro tuvo en mente la idea de regresar y volver a empezar por segunda vez. Promediaba 1992 y Los Rodríguez naufragaba sin contrato discográfico ni giras ni nada. Necesitaban de inmediato un disco que le diera el lugar que realmente merecían, canciones que estuvieran a la altura de sus talentos individuales. Todo eso sucedió en un puñado de meses, entre fines del 92 y comienzos del 93.
Aunque hoy parezca increíble, el demo con las canciones de Sin Documentos fue rechazado una y otra vez por las discográficas hasta que cayó en manos de un tal Alfonso Pérez, del sello Gasa, una subsidiaria de Warner, que finalmente editó, el 3 de septiembre de 1993, el segundo disco de Los Rodríguez. Ahora sí, este grupo de veteranos que rockeaban como adolescentes tenía ante sí la gran chance de vivir (bien) haciendo rocanrol.
La banda, que se caracterizaba por ser una máquina de componer (rasgo que Calamaro llevaría al extremo), encontró su punto creativo más alto hasta entonces. “Pequeño salto mortal”, “Hasta que el sueño venga”, “Dulce condena”, “7 segundos”, “Salud (dinero y amor)”, “Mi rock perdido”… podríamos seguir hasta mencionar el setlist completo del disco porque todo Sin Documentos podría funcionar como el greatest hits de cualquier banda. Para Los Rodríguez, en cambio, podía tratarse de una tarde de inspiración, por decirlo de algún modo.
Pero digamos algo de “Sin documentos”, la canción. Como suele ocurrir (alguien alguna vez tendrá que explicar por qué es así), nadie la veía como un hit. Es más, uno de los músicos intentó boicotearla para que no quedara. Germán Vilella, el músico en cuestión, contó que le agregó un arregló para afearla lo suficiente como para que sea descartada. Sin embargo, ese arreglo, que marca el comienzo del tema, fue, es, la marca distintiva del hit. Una banda que tira para atrás un tema y no hace otra cosa que mejorarlo es, qué duda cabe, una banda en estado de gracia.
Esa fue su primera canción en darles rotación en las principales radios y el hit que les permitió vender 70 mil discos sólo en los primeros tres meses. Un numerazo tratándose de una banda que hasta entonces no había logrado vender discos. Y Calamaro, que había estado a punto de volverse a Buenos Aires, al fin encontró la masividad que buscaba y merecía. Masividad que le daría un viento de cola suficiente como para impulsar una “segunda” etapa solista que se sostiene hasta hoy.
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