Tres sitios de Allen y Oro que inmortalizaron un apellido: Biló

Una bodega, una casona y un panteón familiar tienen mucho en común: no sólo fueron proyectos que Amadeo Biló soñó para la posteridad, sino que están llenos de símbolos que sus familiares nos ayudaron a entender y conectar. ¡No te pierdas las fotos históricas!

La misma cúpula con ángeles aquí y allá, las mismas tejas escamadas en los tres casos, la inspiración en las fortalezas medievales que parecen castillos, también presente. Dos para mejorar la calidad de vida en esta tierra y otra para albergar el descanso de los que ya no están entre nosotros. Lo que es seguro es que las tres fueron pensadas con la idea de trascender las generaciones y que ninguna pasara desapercibido.

Amadeo Biló fue el precursor de estas construcciones que se reparten entre Allen y la zona rural de Fernández Oro. El mismo vecino que dio luz al pueblo y cuyo nombre bautiza al acceso que se conecta con la Ruta 22, a la altura de la Policía Caminera. El italiano que hizo mucho más que vino tinto, blanco, clarete y oporto. Era millonario, premiado en Roma, pero andaba siempre vestido con sencillez y a bordo de un “Topolino”, el primero de esos coches que debe haber pasado junto a las veredas con acequias, del Allen de esos años.

Amadeo falleció en 1967. Con Enriqueta descansan en el panteón familiar. Foto: Gentileza María Svampa de Biló. Foto: Andrés Maripe.

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Integrantes de su familia, ya de segunda y tercera generación, afirman que el diseño de las edificaciones surgió de los recuerdos de Amadeo en su Sirolo natal, provincia de Ancona, sumado a la tradición católica que recibió y las ideas que le ayudó a delinear el arquitecto francés elegido, para guiar las manos de Pedro Musevic como albañil, entre tantos otros que trabajaron con él. Fruto de esos sueños proyectados hoy perduran la Bodega “Alto Valle”, sobre calle Italia 48; el Castello, ubicado en la chacra N° 15, cerca de la Escuela 54 y la Ruta 22; y el panteón que se ve imponente en el ingreso del cementerio allense, inconfundible, a mano derecha.

El mejor vino


Para ordenar las cosas en el tiempo y no por importancia, hay que empezar con la bodega. Quienes viajan en colectivo seguro la vieron infinidad de veces, al final de las plazoletas por donde el recorrido se desvía para seguir hasta el Hospital. Esa esquina que supo ser iglesia cristiana y años antes un popular boliche bailable, tuvo origen de galpón de empaque, la tercera y última etapa de ampliaciones que Amadeo ejecutó en el inmueble comprado a Pablo Mihail. Para ese entonces, la bodega se había llamado “Cooperativa”, después “Alto Valle” y ya funcionaba desde 1914, como bien lo señala el letrero perfilado en el balcón de entrada.

Amadeo la compró junto a un pariente, Cherchie, después de haber trabajado en ella como enólogo y mecánico. Pertenecía a la Sociedad Bodega Cooperativa Limitada de la Colonia General Roca, primera en el país, que había surgido en 1913. “Tenía dos cuerpos principales con toneles de roble francés, con una capacidad original estimada en 500.000 litros”, cuenta el registro familiar. Con Amadeo, esa capacidad se multiplicó y para 1924 había logrado trabajar con 10 piletas de mampostería, 16 cubas de madera de roble de Nancy (Francia) y ocho toneles de 225 hectolitros, cada uno de idéntica madera. Fueron tiempos de turnos rotativos para cubrir las 24 horas del día. Todo detrás de esas inmensas paredes, con ladrillo a la vista y vereda de piedra laja.

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Al momento de su llegada, en ese terreno ya existía una casa, donde Amadeo vivió junto a Enriqueta Baldini, su esposa desde 1920, y donde nacieron la mayoría de sus hijos. Es la que sigue en pie a mano derecha, pasando la intersección de calles Italia y Tomás Orell. Luego, avanzando hacia Eva Perón, se encontraba la bodega, y a continuación, años después, construyeron la casa de la gran cúpula escamada.

Cuentan los memoriosos que tenía un ángel en su cima, preparado con un pararrayos, para evitar daños con el mal tiempo. Una foto que guarda el archivo de Proyecto Allen, sitio especializado en la historia local, la muestra de cerca, y de fondo, lo que era el “barrio” en ese entonces, quintas y descampados. De hecho muchos la recuerdan como la estructura que marcaba el límite de la zona poblada: desde allí hacia el este no había nada más que el Hospital Regional.

Dos figuras femeninas, de sencillas túnicas ceñidas a la cintura, terminan de adornar el balcón de ingreso. Abajo a la izquierda, las fotos antiguas mostraban una vidriera en exhibición con productos del negocio familiar. Y llegando a la esquina, el galpón de empaque para embalar la fruta que con el tiempo cosecharon en sus chacras, seguido por el aserradero que idearon para fabricar sus propios cajones, donde hoy funciona un lavadero de autos.

Las almenas en los paredones, hoy ausentes, parecían inspiradas en la fortaleza de un castillo, custodiado por otras dos estatuas, como centinelas, que miraban hacia la calle y las vías del tren. El archivo de sus descendientes señala que esa casa de varios pisos comenzó a construirse en 1937 y fue terminada en 1939. Allí todavía viven Concepción (Chichita), hija de Amadeo, e Isabel, una de sus nueras.

Foto: Los vinos de Biló fueron premiados internacionalmente – Foto: Gentileza «Afiches de Bordelesas Patagonia Norte».

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Foto: Proyecto Allen.

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Escondido en la chacra


María, la inquieta, como ella misma se describe, es la que vive en la segunda construcción histórica de este rescate. Nacida en 1942, se mueve y recuerda con una agilidad envidiable. Ante la visita de RÍO NEGRO, cafe y scones de por medio, compartió generosa todo lo que sirviera para nutrir esta reconstrucción.

Declarado monumento arquitectónico por el municipio de Fernández Oro, este espacio comenzó como una casa de cuatro habitaciones con piso alisado, en 1938, para convertirse luego en “El Castello”, de tres pisos, ventanales y una escalera con techo vidriado, mantenido hasta el día de hoy como vivienda particular y sede para eventos. De nuevo el estilo medieval, con una torre sobre la puerta principal y de nuevo las estatuas, esta vez, recorriendo el jardín, de espaldas a la casa. También las tejas escamadas, sobre la escalera que da al quincho.

Marietta Svampa de Biló recordó su vida en «El Castello» – Foto: Andrés Maripe.

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“Todos me conocen por Marietta”, cuenta esta hija de los Svampa, venida también desde Italia y que supo adaptarse al momento en que llegó a Allen y descubrió que no todo era como le habían narrado los parientes que vinieron primero. Su familia viajó con siete baúles, recuerda, pero entre los más humildes. Por eso conoció desde chica la discriminación, en un barco que pasó por África y Brasil, antes de llegar al puerto de Buenos Aires. Todo visto por una niña que curioseaba desde un ojo de buey.

Allen era la ciudad más consolidada, recalcó, con sus hoteles, la fábrica de conservas “Bagliani”, la bodega “Barón de Río Negro” y la de los Biló. A pesar de las primeras necesidades que pasaron, habla de esa época y se le ilumina la cara. Y ni hablar cuando se refiere a “Ruly” (Antonio), el hijo de Amadeo con el que terminaron casándose, ella con 17 y él con 21, cuando fue mayor de edad y ya no necesitaba la autorización de su padre para pasar delante del cura y del juez.

Como nuevo matrimonio, llegaron a la chacra 15 parcela 4B a vivir, pero no en el Castello, sino en una casa contigua, mucho más sencilla, donde luego residieron sus trabajadores. Recién con los años pudieron acceder y mudarse a la vivienda principal, donde criaron a sus cuatro hijos. Marietta no reniega de lo que pudo crecer, adaptándose al desafío de vivir en la zona rural.

Foto: Andrés Maripe.

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Foto: Andrés Maripe.

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Foto: Andrés Maripe.

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Foto: Andrés Maripe.

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Vida eterna


Los que conocieron a Amadeo afirman que era una persona solitaria y reservada. Había llegado desde otro continente siendo un preadolescente y no debe haber sido fácil. Después sólo lo acompañó su padre, mientras su madre (Concetta Erpici) se había quedado en Italia.

Con el paso de los años, a pesar del éxito económico, sufrió la pérdida de varios hijos. Cinco varones y tres mujeres son los que perduraron en el tiempo, pero fallecieron sus gemelos, siendo bebés, y un hijo varón, siendo muy joven. “Muchos lo veían como rudo”, cuenta Marietta, pero cuando este último hijo murió, Amadeo fue al cementerio todos los días durante un año. Quizá por eso volvió a bautizar como Ubaldo a otro niño que concibieron tiempo después.

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El gusto por homenajear a sus seres queridos persistía, así que en la necrópolis local, ubicada sobre Lago Mascardi y Río Colorado, el panteón de los Biló se destacó desde siempre, a pocos metros del portón de acceso. Se calcula que está allí desde la década del ‘30 también, tal como lo muestra la foto antigua que logró recuperar Patricio, nieto de Amadeo. Él colaboró para encontrar datos y habilitar el acceso para las fotos que ilustran esta nota.

Los ornamentos que embellecen el mausoleo están cargados de sentido para el catolicismo, la fe que profesan como familia. Y quien aportó a esta nota el análisis de la iconografía religiosa, es muestra de esa devoción que fueron transmitiendo.

Foto: Andrés Maripe.

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En base a la costumbre, es cierto que muchas veces los padres repiten nombres de generación en generación, pero entre los Biló los alusivos a la madre de Jesús, marcaron un camino. Ya desde la mamá de Amadeo, llamada Concetta en referencia a la “Inmaculada Concepción”, siguieron con la hija del enólogo, a quien bautizaron de la misma manera, pero en castellano.

Y continuaron con las nietas, por parte de su hijo Eugenio, que son cuatro y todas se llaman María. Dos de ellas, de hecho, se dedicaron a la vida religiosa dentro de los Carmelitas Descalzos, hasta que María Daniela, se convirtió en 2022 en una de las tres “vírgenes seglares” de la iglesia de Salamanca, España. En ese rol, ella eligió una vida dedicada a la labor en su comunidad pastoral y, aunque ya no depende de su congregación, mantiene la castidad.

En la prestigiosa universidad de esa zona, esta académica de 56 años, también logró obtener su título y doctorado en Teología. “En la casa de su abuela Enriqueta, en el municipio argentino de Allen, María Daniela Biló pudo rezar en su infancia ante la imagen de “La Inmaculada”, del pintor José Ribera, la misma que años más tarde ha sido testigo de su vocación”, contaron medios de allí al anunciar su llegada a la Catedral.

Foto: Andrés Maripe.

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Si bien Daniela desconocía tanto “la intención del escultor como la de mi abuelo, que mandó construir el panteón”, consideró que “en términos generales, es clara la representación del misterio de la muerte cristiana como inmersión y posterior resurrección de Cristo”.

Describiéndolo desde abajo hacia arriba, el mausoleo comienza con una serie de copones (cáliz) con hostias, a ambos lados de la puerta y siguiendo las columnas de la estructura. “Es la representación de la Eucaristía (…) garantía del amor de Dios que nos acompaña no solo durante la vida, sino también en el momento de la muerte: ‘el que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día’, dice el Evangelio de Juan”, citó la mujer. Dos antorchas sobre el dintel de la puerta remiten a “la luz de la fe, encendidas en la noche de Pascua (…) aguardando la resurrección prometida”.

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Más arriba se alza la cruz de Cristo y a media altura dos ángeles que sostienen el rótulo “Familia Biló”. “Sabemos que los ángeles son la ayuda que Dios nos da para hacer el camino de la vida. Aquí se presentan como intermediarios de esta familia concreta: presentándola a Dios por medio del rótulo”, sostuvo.

Le sigue bajo la cúpula “un gran féretro que tiene a sus pies un Ecce Homo (‘he aquí’/’el hombre’), coronado de espinas y con expresión doliente, reforzando la idea de la participación del difunto en la pasión de Cristo”. Y por último, “en la cúpula (como una gran inclusión de todo el conjunto), vemos otro ángel con las alas plegadas y las manos juntas en oración, que intercede por las almas”, explicó Daniela.

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En los laterales del panteón, donde se debieron tapar vitrales y ventanas a causa de un hecho de profanación ocurrido en los ‘90, sólo perduran ángeles y flores, igual de significativos. “Los ángeles con alas circulares dentro de coronas cerradas de laureles, son símbolo de triunfo y también de dignidad, mientras que las coronas de flores ilustran el principio y la consumación de la vida”. Como no pueden marchitarse, refuerzan el concepto de eternidad

Finalmente en la pared trasera se observa una efigie que parece lucir una corona de laureles en la frente y una vieira en lo alto de la cabeza. “Es un símbolo clásico, en muchos sarcófagos paleocristianos, para expresar el renacimiento a la vida por la inmersión en la vida de Cristo, que se inicia con el bautismo”, concluyó la teóloga.

Foto: Andrés Maripe.

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Foto: Andrés Maripe.

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Foto: Andrés Maripe.

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