Todos los hermosos libros del gran novelista norteamericano: Cormac McCarthy

Murió uno de los mejores escritores norteamericanos de los últimos tiempos y el que mejor describió la grandeza pero también la brutalidad de los Estados Unidos.

El martes 13 murió Cormac McCarthy, el gran escritor norteamericano, mezcla de huraño que dio apenas dos o tres entrevistas, pero que en cambio dejó unos libros que podrían acompañarnos siempre. Libros que bien podrían integrar esas listas absurdas que responden a la pregunta: ¿qué te llevarías a una isla desierta?


Los libros de Cormac McCarthy -doce novelas, dos obras de teatro, cinco guiones y tres historias cortas- son sublimes, a veces perturbadores y violentos, a veces amargos, nunca intrascendentes. Pocos escritores han sabido describir con mayor hondura la grandeza del paisaje americano. Pero también la brutalidad, y la lenta degradación donde él insistía en encontrar algún resquicio de dignidad humana entre las ruinas.


En los últimos años, el nombre de McCarthy circuló como potencial aspirante al Premio Nobel de Literatura. El escritor canadiense ganador del premio Nobel de Literatura, Saul Bellow, lo eligió como ganador de la beca MacArthur para “genios” en 1981, y en esa oportunidad destacó su “absolutamente abrumador uso del lenguaje, sus oraciones que dan vida y muerte”.


En “Cómo leer y por qué”, Harold Bloom afirmaba que su trabajo “Meridiano de sangre” (1985) era la mejor novela americana de la segunda mitad del siglo XX, y aseguraba que “no solo era el último western” sino “la última dramatización oscura de la violencia”, y lo ubicó en un podio junto a otros tres autores contemporáneos que dijo que habían “tocado lo sublime”: Philip Roth, Don DeLillo y Thomas Pynchon.


¿Por dónde empezar, cómo no dejar de lado nada de lo imprescindible, tratando de abarcar lo más posible? Sin dudas, la trilogía de la frontera, con esa maravilla que lo abre, “Todos los hermosos caballos”, y los otros dos, “En la frontera” y “Ciudades de la llanura”, son imprescindibles. Aún con el aire romántico que respira “Todos los hermosos caballos”, los tres son libros en los que la naturaleza engulle la gloria de sus personajes , unos cowboys del medio Oeste, y los devuelve débiles, con profundos problemas existenciales.


Es imperdible , por supuesto, “Meridiano de sangre”, y también “No es país para viejos”, un thriller policial, perturbador e inquietante, narrado con la profunda y reflexiva voz de un sheriff que ve cómo se consumen sus días y el mundo cambia de modo violento.
La novela fue llevada al cine por Joel y Ethan Coen con bastante fidelidad al libro. Protagonizado por Tommy Lee Jones, Javier Bardem y Josh Brolin, ganó en 2007 el Oscar a la mejor película, director, guión adaptado y actor de reparto.


El cine fue un gran aliado en la difusión de la obra de McCarthy. También “Todos los hermosos caballos” tuvo una versión, con Matt Damon y Penélope Cruz.


Pero su libro más popular (que también fue llevado al cine, con Viggo Mortensen en el papel principal), y el que no debe faltar en una lista de libros de Cormac McCarthy, es “La carretera”.
Fue el más popular por un motivo que parece en las antípodas del carácter ermitaño de McCarthy.


La razón – esa clase de sucesos inesperados que a veces ocurren y cambian el curso de una vida- es que la famosísima Oprah Winfrey, conductora de tevé norteamericana, una de las más famosas del mundo- leyó el libro, le encantó y lo incluyó en su club de lecturas en 2007. De paso, invitó al escritor a una entrevista en el estudio. Ella misma lo llamó por teléfono y se lo pidió. Y McCarthy, que es retraído y solitario pero como la mayoría de nosotros espera vivir de lo que hace, lo pensó menos dos horas y aceptó. Con sus condiciones, eso sí: le dijo a Oprah que haría la entrevista si se hacía en la biblioteca de Santa Fé, Nuevo México, que el escritor considera algo así como su segundo hogar. Y allí fue ella, y emitió en vivo una entrevista que salió entre otras partes del programa que tenían como invitados a Michel Moore y al cantante de U2, Bono.
El resultado es que así tuvo su primer best seller y fue mucho más que el secreto mejor escritor de estos tiempos.


La desolación: una declaración de amor



“La carretera” es un libro desolador, que se lee con el corazón y el estómago estrujados, y sin embargo tiene tanta belleza en medio del horror, tanto amor, tanto intento de bondad.
Lo que cuenta es una travesía hacia el Sur de un padre y un hijo pequeño por una carretera norteamericana en medio de las ruinas de la humanidad.


Nunca nos dirá qué es lo que ocurrió para que todo esté así. No sabremos jamás qué año es. Pero se huele: la devastación es casi total. Ya no hay animales, ninguno. Ya casi no hay seres humanos. Nada brota de la tierra. Lo que hay es un paisaje apocalíptico, estéril; hay humo, muertos, seres humanos que mal viven intentando comerse a otros para alimentarse. Un infierno. Y allí, en medio de esa carretera, un padre y un hijo, con un changuito de supermercado como única pertenencia, atraviesan todo para llegar al sur.


Cómo lo hacen, qué se dicen, qué hacen con la esperanza que los hombres nos empecinamos en cultivar aún en las situaciones menos favorecedoras, esa es la médula de La carretera. Y la médula, esa médula, es de una belleza estremecedora.


La leyenda dice que el libro se le ocurrió una noche, mientras miraba a su hijo de seis años dormir plácidamente. Él estaba asomado a la ventana de uno de esos clásicos moteles de ruta de los Estados Unidos, en este caso en los alrededores de El Paso, Texas. El padre miró al chico en la penumbra; vio esa respiración acompasada, profunda y pensó que el niño era la imagen vívida de la ternura y la bondad.


Luego, McCarthy, el padre, volvió a mirar por la ventana, y escritor y pesimista como es, se preguntó cómo sería esa misma tierra muchos años después. Imaginó fuegos, destrucción, oscuridad. Y así, como germinan algunas semillas, el encontró en esa mezcla de bondad interior y destrucción exterior, el caldo de cultivo de La carretera, la novela que le haría ganar el premio Pulitzer y que se convertiría en su libro más leído, más admirado, más estremecedor.
McCarthy dijo ahi que este libro era una declaración de amor a su hijo.


McCarthy escribe párrafos como este: “Y se quedó allí de pie y fugazmente vio la verdad absoluta del mundo. El frío y despiadado girar de la tierra infestada. Oscuridad implacable. Los perros ciegos del sol en su carrera. El aplastante vacío negro del universo. Y en alguna parte dos animales perseguidos temblando como zorros escondidos en su madriguera. Tiempo prestado y mundo prestado y ojos prestados con que llorarlo”.


Y también frases como estas: “nosotros llevamos el fuego”, una línea de diálogo que se repiten padre e hijo, una y otra vez a lo largo del libro. Una frase que esconde una de las maravillas de esta historia, esa médula, esa idea medular, de enseñar a hacer el bien, de querer ser buenas personas aún en medio de la atrocidad más absoluta, de mantener viva una llama aunque no haya mucho que la haga vibrar. Un padre y un hijo, empujando un carrito de supermercado con algunas últimas latas de comida, alguna manta para abrigarse, no mucho más, pero con la decisión, férrea, tozuda, de seguir hacia adelante, hacia el Sur, con estoicismo y esa fe en la bondad del hombre y su capacidad de perdurar con dignidad y amor por el prójimo.


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