Costosa incoherencia
El gobierno nacional culminó una serie de giras y gestiones internacionales en busca de ayuda política y financiera para sortear la compleja crisis económica del país. Los logros han sido modestos y una vez más expusieron una política exterior errática y descoordinada, que desdibujan el rol de Argentina en la escena internacional.
La acción más importante fue la gira liderada por el ministro de Economía Sergio Massa por China, donde se logró el objetivo de mínima: renovar y ampliar el swap de monedas entre el Banco Central argentino con el banco emisor chino, de manera de contar con recursos adicionales para apuntalar nuestras escuálidas reservas internacionales.
Argentina negoció desde una posición de debilidad, acuciado por necesidades urgentes de financiamiento y en plena campaña electoral. El proceso estuvo rodeado de una fuerte opacidad informativa, al punto que cada anuncio de convenio financiero o inversiones debió ser desglosado y explicado, porque mezclaban convenios en marcha y novedades, en un evidente intento de dar un sesgo optimista, incluso triunfalista, a un ministro que también es candidato.
Otro factor que acentúa la fragilidad exterior es una tendencia a sobreactuar posturas e ideologizar posicionamientos, como la sentencia del diputado Máximo Kirchner, quien destacó que con China hay una “relación colaborativa, donde las ayudas se realizan sin ejercer ningún tipo de presión”, contraponiéndolas a las exigencias del Fondo Monetario Internacional y EE.UU., ignorando que China es el tercer mayor accionista del organismo y participa de las exigencias al país para renovar el acuerdo. De hecho, éste es requisito para el swap, que tendría intereses que duplican la tasa de interés del FMI. Por eso, mientras Massa apela a la humorada de calificar de “Argenchina” al vínculo con el gigante asiático, en días viaja a Washington a renovar su “alianza estratégica” con el gobierno de Joe Biden para conseguir oxígeno financiero. Y diputados opositores piden conocer la letra chica de los convenios, por antecedentes de duras condiciones impuestas por China a países africanos y asiáticos en negociaciones similares, sobre todo acceso a recursos estratégicos. Como dice el refrán: “No hay tal cosa como un almuerzo gratis” en política internacional.
En su libro “La disputa por el poder global”, los analistas Esteban Actis y Nicolás Creus definen el escenario internacional actual como de “bipolarismo entrópico”, con una puja por influencia entre la potencia actual, EE.UU., y la ascendente China, pero que a diferencia de la Guerra Fría, ocurre entre actores que son socios a la vez que competidores y donde poderes regionales y transnacionales complejizan y condicionan el tablero. Moverse en ese marco demanda, como señala el experto Juan Tokatlián, una delicada “diplomacia de equidistancia” entre ambos polos en función de nuestros intereses. Otra cosa es la ambivalencia y el oportunismo, que nos vuelven socios poco confiables para cualquiera.
Los vaivenes diplomáticos argentinos se repitieron en la Cumbre de Unasur, donde el presidente Alberto Fernández se alineó sin fisuras con el aval que el brasileño Luiz Inacio Lula Da Silva dio al gobierno venezolano de Nicolás Maduro, calificando de “relato” las acciones antidemocráticas y de violación a los derechos humanos en ese país. Su actitud contrastó con las objeciones planteadas por el uruguayo Lacalle Pou y Gabriel Boric, en las antípodas ideológicas, quienes recordaron que los testimonios de dura represión, centros masivos de torturas y una crisis humanitaria que ha expulsado a más de 7 millones de venezolanos son concretos. Lula los amonestó recordándoles que una alianza internacional “no es un club de amigos”, una paradoja, porque precisamente el hecho de priorizar coincidencias ideológicas y de confianza personal fue una de las debilidades del bloque, que llevó a que en 2019 siete países que cambiaron de gobierno anunciaran su retiro. No debiera repetir el error.
Poco después de apelar al pragmatismo para el caso venezolano, el canciller Santiago Cafiero señaló que la defensa de los derechos humanos es un “pilar” de la política exterior argentina.
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