“Tin & Tina”, una historia que no necesita golpes de efecto para generar pavor

El film español, dirigido por Rubin Stein, promete una experiencia incómoda pero efectiva: si lo que queremos es terror, entonces es una elección acertada.

El uso de la religión en el género “terror” del cine y las series es un elemento repetido hasta el hartazgo. Pero, bien vale resaltarlo, es tanreiterativo como efectivo. Hay algo en ese contexto de culpa, pecado, castigo y obediencia que nos exaspera. Esa sensación de que nunca nada está del todo bien, de que siempre hay una deuda.


De todas las películas que han retratado este peso de “cargar con la cruz propia”, la recientemente estrenada “Tin & Tina” es una de las que más hondo ha calado. Porque realmente es un pavor que se mete en los huesos, que no debe recurrir a un jumpscare (el sobresalto repentino de un grito, por ejemplo) para perturbar al espectador. Basta con que una pareja de niños, por ejemplo, le pregunten a su madre si conoce el método para “ver a Dios personalmente”. O le digan fríamente “esperamos que tu hijo no tenga que ser sacrificado para el perdón de tus pecados”. Así de simple pasamos de una película de terror a una experiencia incómoda, no porque sea “fea” de ver ni porque aburra, sino porque efectivamente logra lo que se plantea desde un inicio.

Primero, un poco de contexto. “Tin & Tina” es un film dirigido por Rubin Stein, una coproducción española-norteamericana-rumana, que estrenó el pasado viernes en Netflix y que tiene una duración de 119 minutos. Milena Smit y Jaime Lorente (“La Casa de Papel”) son los protagonistas, con los niños Carlos González Morollón y Anastasia Russo como las piezas clave del relato.

Como siempre, ¡ALERTA SPOILER! Ahora sí, en este film conocemos la historia de Lola, quien pierde a sus bebés después de casarse, y se topa con una dolorosa situación: el médico le confirma no podrá tener hijos por las heridas sufridas.

Ambientada en España durante 1981, la producción nos muestra como Lola pierde su fe en la religión. Sin embargo, tras acudir junto a su marido Adolfo a un convento de monjas, termina adoptando a Tin y Tina, unos hermanos albinos de siete años. Y allí comienzan los conflictos.


Es que los niños tienen una obsesión con la religión, justificada por Adolfo (quien no interpreta el rol de villano pero, a juzgar por sus comportamientos, tampoco dista mucho de ese papel) en el hecho de que han vivido toda su infancia en un convento. Pero esa obsesión, lejos de disminuir, crece día a día y los lleva a experimentar situaciones peligrosas.

La tensión en el film la marcan tres elementos centrales. El primero, obviamente, la pareja de hermanos. Hay algo en esas miradas que mezclan inocencia infantil (son capaces de mostrar arrepentimiento pleno cuando hacen algo mal) con una macabra sonrisa y una mirada repleta de maldad. Incomodan, generan una sensación constante de que algo está por ocurrir. Y representan también el lado oscuro de la religión, esa exageración de lo culposo, del castigo, de la necesidad de sentirse pecadores y purgar en vida, de ser menos, de nunca estar a la altura.

La pareja de padres también es un elemento tensionante. Porque vemos a Lola, deprimida tras su condición médica, encerrada en su casa y lejos de encontrarle una solución a sus problemas. Y donde debiera haber un Adolfo comprensivo, chocamos con la realidad. El personaje de Lorente es violento, en el sentido más amplio de la palabra. Violento en los tratos, violento en las desatenciones y violento en la falta total de empatía. Y si a eso le sumamos el peso de que nunca está en la casa y no cree lo que Lola le cuenta sobre los hermanos, todo parece pender de un hilo casi desgastado constantemente.

Por último, y no menos importante, la presencia central de la religión. Es desde este punto que suceden las escenas más macabras. Desde la muerte del perro (con la excusa de “limpiar su alma” luego de un mal comportamiento) hasta el bautismo de un niño que casi termina en homicidio, pasando por los experimentos que dejan a Lola al borde del colapso una y otra vez.


Durante las casi dos horas de película, estaremos sometidos a la incomodidad constante. No habrá gritos, no serán necesarios. No hará falta asustar al público con una escena fugaz, o con recursos ya gastados. No hay nada a implementar más allá de la historia central, porque tiene el peso suficiente para generar esa sensación de querer que termine, que todo se solucione, si es que hay solución posible a la historia que se plantea.

Párrafo aparte para la apuesta visual, que nos muestra una España de antaño, con elementos nostálgicos tanto en la música como en los programas que vemos pasajeramente en la tele (incluido el Mundial 1982) y hasta en los juguetes.

El director Rubin Stein había dado un antecedente de lo que veríamos en esta película. Fue, justamente, una década atrás, cuando “Tin & Tina” surgió como un corto que formó parte de la trilogía “Luz & Oscuridad”.

Aquel antecedente, de 12 minutos, nos mostraba una cena en la que un padre y sus dos hijos eran los protagonistas, y todo salía terriblemente mal. Fue incluso nominada al “Mejor Cortometraje Fantástico Europeo” en los premios Méliès de Oro 2014, y hasta ganó el “Premio Especial” en el Festival de Sevilla.

Lejos de los clichés del género (salvo por la inclusión de la religión como elemento clave), la recientemente estrenada “Tin & Tina” promete a sus espectadores una experiencia incómoda. No será fácil de ver, probablemente. Pero, una vez finalizada, y si les gusta el terror, habrá sido una gran decisión.


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