Tres bodegones en Roca: Caminito, Avenida y El Círculo, la nostalgia por la sencillez y lo popular
Aunque abundan las confiterías delicadas o las cervecerías de tirada artesanal, sigue habiendo gente que necesita una mesa desocupada para el compartir entre vecinos. Espacios de encuentro para los trabajadores y sus familias, para no olvidar.
Cuesta combinar la vejez con los espacios de ocio, en una ciudad que crece. Algo parecido ocurre con las familias más sencillas que llegan de otras ciudades, parajes o comisiones de fomento, por un trámite o un estudio médico a Roca. ¿Dónde van esos vecinos que han perdido sus bares, sus bodegones de almuerzo popular, el sandwich al paso, la picada y el tinto a la salida del trabajo?
Las calles del pueblo fueron dejando de ver el pedaleo de los trabajadores del aserradero, la bodega o la sidrera, como en barrio Bagliani. También la fatiga en los pasos del vendedor ambulante o el empleado rural, que sacudía la gorra al entrar por la puerta doble, haciendo sonar la campana que regenteaba el acceso.
Pero una generación no desaparece cuando nace otra, por el contrario, les toca convivir, aunque abunden las confiterías delicadas, con sillones de diseño, o las cervecerías de tirada artesanal. Y sigue habiendo gente que necesita una mesa desocupada, para el descanso o para el compartir. Y para tener donde recaer, sobretodo cuando no hay más familia que los vecinos. El recuerdo de los tiempos de las bochas y los clubes sociales, la picardía en un truco de cuatro o el aliento en un superclásico, un partido de la Selección. Estar, existir en un espacio. Identidad.
El repaso de sitios de este estilo en Roca trae a la memoria los últimos en cerrar, céntricos en ambos casos, como “Caminito” (de calle 25 de Mayo, casi Italia) y “Avenida” (de Av. Roca y Tucumán). No desaparecieron los locales, pero sí su esencia popular. El resto de la lista, ampliando el radio, es mucho más extensa y retrocede aún más en el tiempo.
Entre los vigentes y los que fueron desapareciendo aparecen el bar de Cuffoni, por calle Tucumán casi Piedrabuena; el bar de Maldonado, el bar de Andrade, Las Cabañas, el bar de las 40; Che Café, atendido por ‘Mingo’, sobre Avenida Roca; “El gallo Claudio”, en la esquina de Mitre y Avenida Roca; el Bar Limay, donde funcionó la estación de servicios de Tucumán y San Juan… y así se podría seguir. Seguramente tenían nombres de fantasía (o quizás no), pero quedaron perdidos en el tiempo o en los registros del área de Comercio municipal, porque a la mayoría se los recuerda por los apellidos de su propietario o el punto geográfico de referencia.
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Rol social
El periodista Gino Avoledo, conocedor de la historia del espacio público local, es quien ayuda en el recuento.
“Cada barrio y cada zona tenía sus lugares emblemáticos, más que nada para atender a los trabajadores de la cosecha”,
explicó.
Hoy Avoledo coincide con el enfermero de la Línea Sur, Nelson Rodríguez, en el dato de que el bar de Bussi (calle 9 de Julio, entre Italia y Belgrano) es el que recibe a los visitantes que están de paso. El trabajador de salud se refiere a los vecinos que conoce de El Cuy, Aguada Guzmán o Cerro Policía que vienen a cumplir diligencias a Roca; mientras que el periodista apunta a los trabajadores ‘golondrina’ que llegan desde el norte del país, a cubrir la necesaria demanda rural, en los meses de temporada frutícola.
Con mucha más trayectoria, otro lugar que sigue vigente en el centro es el comedor junto al Club Italia Unida, el Círculo Católico de Obreros, hoy devenido en restaurante y parrilla, próximo a cumplir 92 años. Distinto a los demás casos, este sitio nació como institución el 27 de agosto de 1931, de la mano justamente, de un sacerdote salesiano, el padre Murphy.
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Como club social, desde el disfrute y la competencia con las bochas, logró consolidar un lugar destacado en aquellos años. «Todos los domingos almorzábamos en el Círculo, relató una de las hijas de Pedro Jurcich, inmigrante austríaco en Roca. En entrevista con Susana Yapert, periodista dedicada a reconstruir la vida de los primeros pobladores, la mujer contó que “era nuestro club, otra familia. Hacían un asadito, campeonatos de bochas, de básquet, jugábamos a las cartas… Era el tiempo con los amigos entrañables que tuvimos toda la vida».
Ahora es Alejandro Bertoli, quien dijo a RÍO NEGRO que en 2019 asumió la concesión privada, para reactivarlo, convertido en “un restaurant bodegón para toda la familia, con precios accesibles y un menu diario”. “La actividad de bochas comienza todos los días a partir de las 14 horas y sirve de recreación sobretodo para la gente mayor, que de paso viene a tomarse un café, jugar a las cartas y pasar la tarde hasta las 20”, explicó.
Si bien están inscriptos en la Confederación Argentina que coordina las bochas como disciplina, se volvieron en una de las pocas alternativas donde los mayores pueden sentirse cómodos, casi como en casa.
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Y así, entre la opción fija de ‘Pescado’ los lunes y el ‘Pollo a la parrilla con papas” de los viernes, agasajan a sus fieles seguidores, en familia o solos, mientras comparten el noticiero en la televisión o repasan el diario impreso. Reservan los fines de semana para degustar lechón, matambre a la pizza o parrillada, siempre con precios accesibles.
Antes de cerrar, “Caminito”, por su parte, tenía una dinámica casi de hogar para muchos que iban a diario, gracias a la consideración de Andrea Brancchini, la última dueña y de “La Negra”, su compañera en la cocina. Para tomar servían vino tinto o “un matrimonio”, mezcla de caña dulce con caña fuerte. Y los preferidos al plato eran el churrasco suculento y los tallarines con tuco. La cuenta se pagaba en buena ley después de la fecha de cobro o se fiaba en confianza, cuando era fin de mes.
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Un poco de paz
«Existe un bar, en algún lugar de la ciudad, cuyo mozo sirve cualquier cosa que se pida, desde una cerveza, una picada o un vaso de vino”, imaginaba “Chelo” Candia en el radioteatro «El bar de la mesa 3», cuando era transmitido por Antena Libre. Ese mozo servía “una moraleja que evite el suicidio, un lugar en el mundo, el final de un poema o un poco de paz”. Duro de leer y de escuchar, tanta luz y oscuridad dentro de una frase, pero bastante de cierto. Muchas veces, cualquiera de las opciones de la barra o de la cocina eran, en definitiva, una excusa para buscar una charla que reconforte el alma.
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Hablando de mozos, los memoriosos recuerdan que “Oaky” era quien recibía los pedidos de los clientes en “Avenida”, predispuesto con su bandeja metálica para traer lo solicitado. Para muchos era el momento en que no había diferencias por clases sociales, donde mirando un partido, podían conversar y hasta celebrar juntos los pintores, los jubilados, el albañil, algunos jovencitos, un chacarero. Y en el esplendor de “Caminito”, los taxistas que tenían la parada cerca, iban a comer algo mientras esperaban, hasta que los clientes tocaban la campana y los choferes salían corriendo a llevar pasaje. En igualdad, de la misma manera que hoy médicos y abogados se suman a almorzar en “El Círculo”.
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Persiana baja
“Salió por Talcahuano”, decía el cadete de la oficina de Benjamín Espósito, el secretario de un Juzgado, en la película “El Secreto de sus Ojos”. La frase daba cuenta de que su compañero Pablo Sandoval, interpretado por Guillermo Francella, había desaparecido para beber en horario de trabajo, cerca de Tribunales. Esa imagen negativa de los bares, algunas con tristes desenlaces, pueden haber contribuido a subestimar el valor del rubro en otro tiempo, pero eso no empaña la esencia social que construyeron detrás de tanta historia, para los trabajadores y sus familias, cuando la economía lo permitía.
El bar Avenida cerró en mayo del 2020 después de 17 años, mientras que los leales amigos de “Caminito” lloraron en 2018 el último truco que jugaron antes de que se cierre la cortina definitivamente. «El hombre es un animal de costumbre», nos dijo ese día uno de los invitados, durante la transmisión en vivo que RÍO NEGRO hizo para compartir la experiencia en redes sociales. No todos los días se mueven tan profundo las fibras de los vecinos, como para dejarlo pasar.
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