Empezó a leer gracias a una Biblioteca, ahora está al frente de la de Roca y recuperó una sala que permanecía cerrada
Un poco por necesidad, pero sobre todo por gratitud, Carlos Hernández, el presidente de la Comisión Directiva, se puso al frente de la restauración del lugar que llevaba tres años cerrado. “Yo vengo de la pobreza más honda y si no fuera por las Bibliotecas no hubiera leído”, dijo.
Viernes. Mediodía. En la cuadra de la calle España al 1700 de Roca, el lugar que lleva tres años a oscuras, olvidado, tiene las puertas abierta de par en par. Adentro, todo se ve blanco, renovado. Hay alguien lavando el piso con esmero. Hay otra persona acomodando decenas de sillas verdes. Lo que estaba arrumbado se ve resplandeciente. La sala de lectura «Manuel Arenaza” vuelve a ser lo que fue: sala de lectura y de encuentros.
Una de las personas que esta trabajando ahí dentro es Carlos Hernández, el actual presidente de la Comisión Directiva de la Biblioteca Popular Roca, la institución que nació un 29 de abril de 1936, hace 87 años, y que ya cambió varias veces de sede.
Carlos Hernández lleva un año en su laboriosa empresa: devolverle a la sala su brillo, su utilidad, su confort. Lo guía una especie de ímpetu quijotesco: Carlos, que nació en Regina, que vivió en “un rancho de adobe hasta los 21 años” y que viene “de la pobreza más honda”, cultivó su amor por los libros en las bibliotecas. Primero en la de Regina y luego, desde hace 15 años, en la de Roca.
“Yo leí gracias a las Bibliotecas. Y sé que la lectura es imprescindible. Pero también sé que la ayuda es esencial. A mi, los libros y la gente me han ayudado a crecer. Y yo sé que nadie es alguien, solo. Uno siempre está pegado a otra piel. Yo ahora tengo mi casa, pero nunca me olvido de la gente que me ayudó cuando construí mi primera casa propia. Uno siempre está con otros, con la sociedad en la que vive. Y por eso me parece fundamental reabrir este espacio, devolverle a la gente este lugar. Yo siento gratitud y de esa gratitud viene la idea de aportar todo lo que tengo para la Biblioteca”.
Carlos Hernández es un hombre discreto. Pero cuando se embarcó en este proyecto apenas tenían 300 mil pesos para afrontar los gastos de la obra. No alcanzaba. Hernández decidió entonces llamar a su albañil de confianza, Martín Sandoval, y poner buena parte de sus ahorros. Juntos repararon el techo, sacaron chapas agujereadas, mallas metálicas, cambiaron mantas impermeabilizantes, pegaron otras, aplicaron capas de impermeabilizantes.
Una vez que el exterior estuvo listo, entraron al salón y se ocuparon de devolverle el brillo y la luz: “pintamos las placas del techo, cambiamos otras, cambiamos las luminarias, pintamos las paredes”, enumera entusiasmado, mientras ordena las sillas y cubre el cartel que hicieron a nuevo para que el nombre de la sala se vea mejor.
Lo único que sigue tal como estaba es la vieja mesa, llena de garabatos y anotaciones de lectores, y tres bancos de maderas que forman parte de la historia del lugar.
“Soy de los que leen entre 6 y 7 libros al mes, y en la pandemia… en la pandemia me da vergüenza admitir cuántos leí, gracias a la Biblioteca”, se sonríe Carlos, con la felicidad del trabajo soñado y realizado.
Todavía se acuerda del primer libro que sacó de una Biblioteca, en Regina, cuando tenía 15 años e iniciaba el camino del lector: la novela romántica “María”, de Jorge Isaac. “Fue el primero que leí. Y después me lo compré y lo llevo siempre conmigo”, dice.
El último que leyó es un clásico, “Madame Bovary, de Gustave Flaubert, porque está armando su propia colección de clásicos.
Carlos Hernández habla de libros y de autores mientras sigue enfrascado en la puesta a punto del lugar. Pero no los cita como un erudito, o con soberbia, los cita como alguien que sabe que le debe mucho a esos libros, que le debe al menos esta pasión que lo llevó ahora a recuperar un lugar que es, sobre todo, un espacio, para ir, sentarse y leer.
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