¿Qué puedo ver?: «Amor y muerte» en HBO o «Candy», en Star+, dos versiones para el mismo crimen

En 1980, el pequeño pueblo de Wylie se vio sacudido por un violento asesinato. Candy Montgomery mató a su amiga Betty Gore de 41 hachazos. Star + lo cuenta en “Candy” y HBO en “Amor y muerte”. La misma historia en dos versiones.

Del final hacia atrás. O al revés: en orden. El mismo crimen, ocurrido el viernes 13 de junio de 1980, en Wylie, Texas, tiene dos versiones en las plataformas de streaming. Una , estrenada en julio del año pasado; la otra hace unos días. Una es “Candy”, con Jessica Biel, en Star + , que comienza con el último día de la víctima, y la otra “Amor y muerte”, con Elizabeth Olsen en el papel de Candance Montgomery, “la asesina del hacha” para los titulares de la época, en una versión dirigida por David E. Kelley (el de “Big Little Lies”), para HBO, que arranca por el principio. Elegir, esa es la cuestión.


El hecho es uno y es así: en 1980, la comunidad de Wylie, Texas, se vio sacudida por la noticia del inusual y violento asesinato de Betty Gore, a manos de una amiga, Candy Montgomery. La mató de 41 hachazos. Candy, como se la conocía en el pueblo, llegó al juicio alegando que fue en defensa propia. Hoy está libre, tiene 73 años, y trabaja como consejera familiar certificada, usando su apellido de soltera, Wheeler.
Ese es el caso, pero las historias están narradas en tonos completamente distintos.

La verdadera Candy Montgomery, entrando al juicio.


En la versión de Star +, de cinco episodios, todo es más bien opaco: la vida de la gente, las casas, el vestuario, los días. En la versión de David E. Kelley, en cambio, hay luminosidad y una música que dan ganas de tararear. Uno parece odiar esa década y las costumbres del pueblo; el otro parece adorarlas. David Kelley evidentemente tiene cierta atracción por esos pueblitos chicos en los que se cuecen infiernos grandes, tal como demostró en “Big Litte Lies”.


‘Candy’ Montgomery era una de las mujeres más populares de su pueblo, una mujer extrovertida, madres de dos niños, que cantaba en el coro de la Iglesia y, como su amiga Betty, participaban de todas las actividades de la Iglesia Metodista del pueblo. Ambas eran amas de casa. Los maridos partían cada día a trabajar y ellas se ocupaban de limpiar y de los chicos, todo el tiempo. Pero a Candy, la rutina parece haberla aburrido, y más por casualidad que por pasión, inició un romance con el marido de Betty, Allan Gore.


El affaire no duró más que un año. Como Betty estaba embarazada, Allan decidió poner fin al romance para ocuparse de su mujer y del bebé por venir.
En la serie de Star +, el aire que se respira es angustiante desde los títulos, una especie de historia de terror que transcurre en cámara lenta. Sabemos que todo terminará mal, como en las películas de terror (o mejor dicho, como en el caso real que es), pero aún así nos angustiamos, sufrimos, nos ponemos nerviosos.


En “Amor y Muerte”, quizás porque empieza desde otra parte de la historia, todo parece más liviano y alegre, como un día soleado que nadie intuye que s e volverá oscuro. Elizabeth Olsen es pura simpatía carisma en su papel. Y Betty, su amiga y su víctima luego, es aquí una mujer temerosa e insegura, pero con más vuelo que en su versión de Star +.

En «Amor y muerte», de HBO, Candy y su marido frente a su amiga Betty, y Allan, el ex amante.


Después, como se sabe, el tema y el crimen es el mismo. En las dos versiones el romance comienza tras un partido de voley; en las dos hay encuentros románticos en moteles alejados del pueblo, con comida casera que prepara Candy; en ambas hay una ida al cine a ver “El imperio contraataca”, y las dos versiones de Candance ensayan la misma y repetitiva coartada.


La historia es la misma, la de una ama de casa que parece tenerlo todo según los mandatos de la época: dos hijos y un marido que mantiene el césped más verde que el de sus vecinos, la casa en orden, la comida caliente, que estudia escritura creativa, es miembro del coro de su iglesia y participa en actos comunitarios. Pero una ama de casa que tiene el enorme vacío existencial que Betty Friedman llamó “el problema que no tiene nombre”. Y ese -ese vacío y esa insatisfacción- es el centro de esta historia que ahora llega por duplicado, en su versión más psicológica, o en su versión más panorámica. Es cuestión de elegir.


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