Feria del Libro: Juan José Becerrra y una pregunta, ¿y si el amor deja de existir?

"El amor es un invento cultural muy resistente" dice Juan José Becerra, el escritor argentino que acaba de publicar "Amor".

El escritor argentino Juan José Becerra acaba de publicar su nueva novela, «Amor», donde plantea que en un futuro no muy lejano este sentimiento ya no existe y es visto como un invento cultural que podría transformarse con el tiempo, aunque descree que en la actualidad se necesite una excusa para contar una historia romántica, porque «el que escribe es el que hace la realidad: sin el ejercicio de ese poder, dudo que haya literatura», dice.

Publicada por la colección «Historias Perdidas» de Seix Barral. Biblioteca breve, «Amor» comienza con un prólogo fechado por el autor en marzo de 2123 que le da a la narración que prosigue un aire de rescate arqueológico. En esta presentación, el escritor se transforma en compilador y explica que el concepto del amor fue muy extendido «hasta las primeras décadas del siglo XXI». Por este motivo, «el compilador» propone explorar los fenómenos específicos que el amor produjo mientras existió y rescata «el caso Quiroga-Castillo», considerándolo el «más representativo» de todos los vínculos amorosos. A continuación aparece «Otra novela de amor», una historia escrita por un escritor ficcional llamado Julián Basualdo, quien narra el vínculo entre Ana Quiroga y Antonio Castillo, un escritor y una editora que vivieron en Argentina entre los siglos XX y XXI. Estos personajes aparecen con sus nombres cambiados y se transforman en Marcial Ledesma y China del Río.

En la primera parte de «Amor» aparecen datos y detalles sobre el libro de Basualdo y algunos «documentos secundarios», como veinte versiones sobre el personaje de Ana Quiroga, evaluaciones críticas y entrevistas con fechas futuras del siglo XXI, e, incluso, el obituario del escritor.

Aunque su libro no será presentado en la Feria del Libro, el escritor fue mencionado el jueves pasado durante el discurso inaugural del evento, a cargo de Martín Kohan: «Me gustan las sátiras así, esas en las que quien satiriza se incluye en lo satirizado (…) pienso en las novelas de Juan José Becerra: ‘Toda la verdad’ y ‘El artista más grande del mundo’, en su visión antiaurática de la literatura», destacó el autor de «Ciencias morales». En gran medida, la nueva novela de Becerra también rechaza esa idea de que la literatura es algo sagrado o elitista.

Becerra, nacido en Junín en 1965 y quien además de escritor es periodista deportivo, hace de la novela un espacio cómodo de placer con una comprensión amplia y accesible de la literatura. Durante la charla, señala que no le da ninguna importancia a los documentos en la literatura. Es más, piensa que en la ficción no hay necesidad de documentar nada. «Más bien diría que la necesidad es la contraria. Pudiendo ejercer el poder de componer documentos falsos que tengan efecto de verdad, ¿por qué voy a cobijarme en la autoridad del documento? La autoridad del que escribe es indelegable. No importa cómo se use. De lo contrario, hay que prepararse para escribir bajo algún tipo de obediencia. El que escribe es el que hace la realidad. Sin el ejercicio de ese poder, dudo que haya literatura», explica el autor de «Santo», «Atlántida» y «¡Felicidades!», entre otras novelas.

-Pensando en lo que sucede en tu novela ¿Creés que el amor es un sentimiento universal o depende de factores históricos y culturales?

-Juan José Becerra.: Por lo que viene durando, hay que decir que es un invento cultural muy resistente. Pero como el futuro es una trituradora de acción masiva, dentro de cien años la palabra amor podría designar cualquier cosa. Habrá que ver. Por lo pronto, es una especulación sin vuelo, como todas las que auguran destrucción. Que algo exista hoy y dentro de cien años ya no, es un razonamiento que se puede aplicar a muchas cosas. Pero si el amor llegara a desaparecer tal como lo conocemos, entonces podría quedar en pie un consuelo arqueológico para que los humanos del futuro sepan que existió una experiencia muy profunda que no se sabe qué fue. Siempre que los humanos del futuro tengan algún tipo de curiosidad por el pasado.

-¿Qué te parece la idea de que en la actualidad se necesite una excusa para contar una historia de amor?

– No creo que se necesite una excusa. Hoy hay más contadores y lectores de historias que nunca, y no debería importarnos la calidad poética del que cuenta. Contar algo es un derecho, el más usual, y todo el tiempo se oyen y se leen buenos relatos por afuera de la literatura, donde dicho sea de paso hay escritores pésimos. En cuanto a las historias de amor, creo que el relieve que tengan depende de cómo se las viva más de que cómo y cuándo se las cuente. Vivir es mejor que contar.

-El patriarcado y el machismo influyen en la forma en que experimentamos y entendemos el amor. ¿Creés que la deconstrucción de estos conceptos puede cambiar la forma en que amamos?

-No lo sé. Quizás el patriarcado no haya influido más que el matriarcado. Por dar algunos ejemplos, (Marcel) Proust y (Manuel) Puig son escritores de cepa matriarcal, y tiene obras extraordinarias con presencia gravitante del amor. Toda esa matricería es femenina. Son las mujeres las que necesitaron, inventaron y transmitieron el amor. El hombre conquistador bailó ese baile, y todavía lo baila en alguna medida. Y creo que, al margen de las épocas, las formas de amar son muchas desde hace mucho tiempo. Algunas aspiran a la singularidad y a probarse en la locura, y tienen la gratuidad del arte. Claro que también están las épocas, que hacen razzias de la peor buena fe para ver si las cosas se ordenan en base a una idea dominante. Un día el amor cortés, otro día el amor matrimonial como joint venture, otro el amor romántico, otro el amor libre… El amor también se mueve al ritmo de los mercados, pero el que se mantiene constante es el imposible.

-¿Hay algún escritor que haya pensado en el futuro y te haya cautivado? ¿Crees que la ciencia ficción es un género adecuado para explorar temas relacionados con el amor y otros sentimientos?

-Julio Verne y H.G. Wells me volvieron loco en la infancia, y nunca me puse a pensar seriamente por qué. Es evidente que los viajes remotos y los viajes en el tiempo tienen que ser muy atractivos para un niño lector, pero eso no puede ser todo. Me inclino a pensar que el mayor atractivo es la sensación de que lo que se imagina se puede vivir, lo imagine uno o los demás. Los viajes más concretos son los de la imaginación. Por lo que el futuro en el que uno no va a estar también se puede vivir, como se puede vivir en el pasado en que uno no estuvo. Son poderes que no le atribuiría a la ciencia sino a la ficción, que es una ciencia de la subjetividad capaz de hacer cualquier cosa.

-¿Julián Basualdo, el personaje principal de «Amor», podría funcionar como tu alter ego? Su nombre arranca con las iniciales del tuyo…

– No tengo nada firme que decir de eso. Acabo de notarlo y la coincidencia parece tener sentido. Pero hay muchas cosas que suceden durante el acto de escribir que es difícil saber a qué obedecen. Explicar por qué sucedieron esas cosas una vez que una novela está hecha tiene más ficción que la novela en sí. Me está faltando fe para justificar lo que escribo. Primero porque no sé por qué escribo ciertas cosas y otras no; pero también porque los momentos de la justificación o de la explicación me parecen fraudulentos.

A veces me pasa que alguien me recuerda una frase que escribí o que dije y no puedo creer que haya sido el autor. Me cuesta identificarme con lo que digo, incluso con lo que hago. No siento para nada el sayo de «autor». Sostener como si fuera una marca una identidad de escritor, de la que el alter ego es su emisario, no me despierta ningún interés. Escribir es lo contrario de sostener. La volatilidad, lo inconcluso sí me parecen cosas propias de la escritura como asunto de la vida; porque es en la vida donde se escribe, no en la literatura.

-Pienso en la posibilidad de que otros sentimientos, como el odio, puedan cambiar en el futuro. ¿Creés que esto es posible?

-No creo que hoy se odie más que en otros tiempos. Se manifiesta más porque casi ya no hay escenarios íntimos de discusión, lo que es otra cosa; y se manifiesta generalmente sin relación. Hay más odio remoto que de cercanías. Típico de una actualidad que evade cada vez más el contacto directo. Digamos que la tecnología también trajo basureros de odio, como puede verse en Twitter. Eso es menos peor que odiar a domicilio. Pero creo que los sentimientos son los de siempre. Siguen siendo pocos, y con muchos matices. Entre esos matices, parecen destacarse los vinculados al circo de la intensidad: odiar mucho y amar mucho, con sentido del espectáculo; aunque se ame y se odie más o menos como siempre.

-¿Hiciste algún recorrido histórico sistemático de las historias de amor más famosas para inspirarte en tu novela?

– Nunca leo nada para escribir ficción. Lo que leí hasta el momento de empezar una novela, leído está; y lo que no, no se puede compensar con una lectura de alumno que va a dar una lección de conocimiento. Simpatizo con una combinación inestable entre lo que se ignora y lo que se supone que uno conoce acerca de lo que va a escribir. Pero es obvio que tengo una inclinación por la literatura que se ocupa de las cuestiones del amor porque creo que son las que mejor se ocupan de las cuestiones del tiempo.

-Por último, ¿existe algún romance extraliterario entre el mundo del escritor y los editores?

-Me encantaría que me lleguen chismes sobre eso. Los divulgaría al toque. Las relaciones entre escritores y editores a veces son réplicas de amores románicos: hay pasiones, rencores, ajustes de cuenta, promesas, despedidas. Cosas de narcisistas, sobre todo por parte de los escritores con síndrome del hijo único.

(Télam)


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