Convulsiones finales de un orden conservador
Massa deja una herencia ominosa: deuda de Nación a tasas extravagantes del 45% anual (en dólares), dolarización de rentas para los banqueros y pesificación de ahorros para los jubilados.
Sólo en Argentina puede ocurrir que el mismo ministro de Economía que hace dos meses gastó 1.000 millones de dólares del Banco Central para anunciar una recompra de bonos de la deuda externa haya sido el que esta semana decidió el asalto a los ahorros en dólares del sistema jubilatorio para evitar una crisis terminal en las reservas.
Sergio Massa escaló otro peldaño en su trayectoria funambulesca. Su plan de estabilización inflacionaria perforó de nuevo el techo del 6% , un umbral complicadísimo para evitar que la inflación anual vuelva a ser de tres dígitos.
No conforme con eso, sus incursiones en el mercado financiero están dejando una herencia ominosa: deuda del Estado nacional a tasas extravagantes del 45% anual (en dólares) y maniobras como la dolarización de rentas para los banqueros y pesificación de ahorros para los jubilados. El mejor ejemplo de la economía bimonetaria sobre la que suele disertar Cristina Kirchner en las kermeses de «luche y vuelve» en las universidades nacionales.
Después de la excursión de Massa por el fondo de olla de los jubilados, la calificadora de riesgo Fitch le bajó la nota a la deuda argentina. Cuando Alberto Fernández se reúna esta semana con el presidente norteamericano Joe Biden, estarán otra vez rondando la escena los presagios sombríos de un default.
La implosión del espejismo Massa ha modificado drásticamente el cronograma del Gobierno. El “Plan Llegar” se anticipó a las PASO. Y, por lo tanto, al 24 de junio, cuando cierre el plazo de inscripción de candidaturas.
Las señales de Cristina para esa fecha son contradictorias. Habilita a La Cámpora para que siga pidiendo una postulación. Oscar Parrilli, mostacero de la vice, señala en dirección contraria: sugiere que Cristina no se presente, amparada en la narrativa de la proscripción, para negarle legitimidad a cualquiera que gane las elecciones. Es decir: no esperar una derrota para disparar la variante Trump-Bolsonaro de impugnación sistémica.
El “Plan Llegar” se anticipó a las PASO. Y, por lo tanto, al 24 de junio, cuando cierre el plazo de inscripción de candidaturas. Las señales de Cristina para esa fecha son contradictorias.
Los vientos borrascosos de la inflación no sólo azotan al campamento oficialista. A Mauricio Macri, Ernesto Sanz y Miguel Pichetto le advirtieron: se agotaron las horas de procesión a Cumelén. Horacio Rodríguez Larreta y Patricia Bullrich han ajustado su discurso frente a la crisis.
Al jefe del gobierno porteño el fracaso de Massa deja con un discurso incierto a su doctrina del consenso ampliado para superar la crisis. Massa era, antes de su paso por Economía, un interlocutor adecuado para esa teoría. Larreta necesita exhibir con urgencia con quién acordaría el soporte político del cambio.
Bullrich aprovecha para señalar que ese consenso, a esta altura, es un significante vacío. Es un momento del país que no admite ambigüedades. Pero para no quedar pegada a las extravagancias antisistémicas de Javier Milei, Bullrich ensaya ahora una posición intermedia entre el larretismo y el diputado libertario.
Habla ahora del “punto de quiebre” que define la viabilidad de un proceso de cambio. Un umbral por debajo del cual, en aras de acordar la gobernabilidad, se terminan diluyendo las reformas necesarias. Y por encima del cual la transformación se acelera a un punto que, siendo estructuralmente necesaria, puede perder sustentabilidad política. El riesgo para Bullrich es que, al ritmo que va el país, en pocos meses más su “punto de quiebre” se convierta en otro significante vacío. Estos inconvenientes de Macri, Larreta y Bullrich son la consecuencia de haber descartado de inicio cualquier método acordado de resolución de sus diferencias internas, apostando a las primarias. Sin considerar demasiado la velocidad de la crisis.
En Ecuador y Uganda los vendedores callejeros tienen un atractivo turístico singular. Por donde pasa el ecuador pintan una línea en la calle y colocan a ambos lados recipientes con agua. Al desaguar en un embudo, en la vereda del norte el agua gira en un sentido. En la del sur, gira en el sentido opuesto.
Hay un orden conservador -el del populismo- que está en crisis terminal en la Argentina. La sociedad vacila. Aún cree que se puede gambetear las leyes del magnetismo con sólo elegir la vereda más cómoda: la de la sombra en verano; en invierno la del sol.
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