La Argentina en el banquillo


En opinión de muchos, los dirigentes argentinos no son personas confiables sino sujetos proclives a pensar más en sus propias cuentas bancarias que en el bien común.


A los políticos norteamericanos les encanta creerse los árbitros morales del universo. Nunca vacilan en sermonear a sus homólogos del resto del mundo acerca de sus deficiencias. Si bien los abusos que se registran en su propio país ponen en duda su autoridad moral para criticar la corrupción ajena, y lo mismo puede decirse de su supuesto compromiso con la independencia de un sistema judicial apolítico, Estados Unidos es tan poderoso, y es tan fuerte la voluntad de sus legistas de aplicar sus leyes en el exterior, que a los demás les conviene tomar muy en serio el informe anual del Departamento de Estado sobre la conducta de otros gobiernos y las instituciones públicas que les son afines. Por cierto, no les servirían para nada reaccionar frente a las denuncias formuladas por los norteamericanos con alusiones a las fechorías atribuidas al presidente Joe Biden y a su antecesor Donald Trump.

Como pudo preverse, en el documento más reciente que ha repartido la diplomacia norteamericana, la Argentina figura entre los países reprobados no sólo por las violaciones de los derechos humanos por miembros de las fuerzas de seguridad sino también por la “grave corrupción gubernamental”, en que los autores destacan el aporte de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner.

Instituciones débiles


Aunque los responsables del informe reconocen que en teoría la corrupción se ve penalizada por la ley, señalan que “la debilidad de las instituciones y un sistema judicial a menudo ineficaz” socavan los intentos de combatirla. No se equivocan: en la Argemtina, la Justicia opera con tanta lentitud que pueden pasar décadas antes de que sean resueltos casos en que la culpabilidad de los acusados difícilmente podría ser más evidente.

En el mundo globalizado actual, la corrupción no es un asunto meramente interno que refleja un código de valores éticos distinto del vigente en países de otra cultura cívica y que por lo tanto merece ser defendida por nacionalistas preocupados por el imperialismo ético de Washington.

En otras épocas, tales planteos se pusieron de moda entre los reacios a juzgar a sociedades “tercermundistas” según pautas occidentales, pero, desgraciadamente para los habituados a enriquecerse apropiándose de dineros públicos, parecería que aquellos días se han ido al darse cuenta quienes se enorgullecían de su amplitud de miras de que la corrupción rampante depauperaba a muchos millones de personas.

Es lo que ha ocurrido aquí. Además de debilitar mucho al país mismo, ya que andando el tiempo casi todo termina subordinándose a los intereses inmediatos de bandas de malhechores, la corrupción está incidiendo cada vez más en su relación con el mundo desarrollado, ya que aquellos empresarios extranjeros que se adaptan con facilidad excesiva a lo que toman por costumbres locales corren peligro de verse sancionados en sus lugares de origen.

Poco confiables


Asimismo, a países como la Argentina, les perjudica el que en opinión de muchos sus dirigentes no son personas confiables sino sujetos proclives a pensar más en sus propias cuentas bancarias que en el bien común, de suerte que sería inútil pedirles esforzarse por cumplir con sus obligaciones. No extraña, pues, que el país se haya desconectado del mundo financiero y por lo tanto tiene que depender de sus propios recursos.

Aunque Biden mismo y quienes lo rodean distan de ser dechados de rectitud, apuestan a que su supuesta adhesión a normas éticas severas los ayuden a movilizar a sus aliados en la guerra ideológica que están librando contra las autocracias lideradas por China.

Por su parte, representantes del régimen nominalmente comunista encabezado por Xi Jinping contestan afirmándose decididos a respetar las modalidades ajenas, motivo por el que no les interesa los eventuales abusos jurídicos o financieros cometidos por sus socios.

En África, el Oriente Medio y países asiáticos como Birmania, cuyos gobernantes están hartos de ser tratados como delincuentes por voceros norteamericanos, tal postura ha ayudado a los chinos a acumular mucho poder cooptando a integrantes de las elites locales, pero también ha motivado la hostilidad creciente de sectores populares que se han visto excluidos de los beneficios producidos por los ambiciosos proyectos que están en marcha.

En la Argentina, la tolerancia así manifestada, que puede atribuirse al desprecio que sienten los líderes chinos por culturas que les son ajenas y que por lo tanto consideran inferiores, parece haber impresionado gratamente a los congénitamente corruptos, pero sus esfuerzos por aprovecharla no han prosperado, acaso porque hasta los estrategas más maquiavélicos del Imperio del Medio suelen ser reacios a conceder mucho a personajes en que no pueden confiar.


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