Un barilochense representará a la Argentina en Bogotá
Miguel Guevara Tapia perdió la visión a los 9 años. Se volcó al deporte y fue seleccionado entre cinco argentinos para representar al país en los Juegos Parapanamericanos.
Una pareja, junto a sus dos hijos adolescentes, se baja de un auto blanco que estaciona frente al gimnasio municipal 1 de Bariloche. Caminan apurados porque el entrenamiento de Miguel ya está por comenzar. “¡Hola, Miguelón!”, lo saluda uno de los entrenadores. El joven sonríe mientras deja su bastón y su mochila. Su madre pregunta a qué hora debe buscarlo y se retira para no interrumpir el comienzo de la clase.
Con 18 años, Miguel Tapia Guevara representará a Argentina en los Juegos Parapanamericanos que se llevarán a cabo en Bogotá, en Colombia. Este atleta con discapacidad visual, categoría B1 (ciego) competirá en las pruebas de 100 metros y salto en largo.
Cuando nació, podía ver. Pero un cuadro febril, a los 4 años, dañó sus nervios ópticos. Primero perdió visión del ojo derecho; luego, empezó con una pérdida gradual del ojo izquierdo. De pequeño usaba anteojos hasta que, a los 9 años, ya no resultaron suficientes. “Hoy tengo el recuerdo de cosas, pero no de caras. Ni siquiera de mi familia”, explica.
“Era un chico sano -destaca su madre, Claudia Guevara-, hasta que un día, dejó de ver. Sufría crisis de pánico cada vez que se le nublaba la vista. Teníamos que buscarlo en el colegio. El deporte lo ayudó mucho”.
Cuando tenía apenas 6 años, la profesora de educación física de la escuela especial 19, Andrea Laskay, lo incentivó con el atletismo. “Ella me explicó cómo correr bien y me marcaba bien los saltos. Después me empezó a dar ejercicios más específicos”, recuerda Miguel.
Representar al país es un orgullo tremendo. Una emoción. Competir con la camiseta celeste y blanca es una locura”,
MIguel Guevara Tapia.
Representó a Bariloche en los Juegos Rionegrinos de deporte adaptado, con apenas 10 años y, poco después, también se calzó la camiseta rionegrina. Se dio cuenta de la importancia que tenía el deporte en su vida, reconoce, con las complicaciones de horario para entrenar durante el secundario en la escuela 45. Lo padeció.
“En ese momento, me planteé que realmente quería hace deporte. Me acuerdo que venía a entrenar sin haber comido. O me comía algo afuera del gimnasio. Nevaba muchísimo y yo venía igual”, cuenta, risueño.
Tiempo atrás, escuchó a alguien decir: “Este pibe puede andar muy bien”. Era un augurio, pero jamás esperó la convocatoria a la Selección Nacional. “No nos habían avisado y mi entrenador se conectó de casualidad al zoom de la Selección de la Federación Argentina de Deportes para Ciegos. Anunciaban los cinco clasificados para Bogotá y ahí estaba mi nombre. Cuando me contó que estaba dentro de la selección, tardé en caer”, reconoce.
Desde entonces, los entrenamientos se intensificaron de lunes a viernes. Las pausas se acotaron. También puso en marcha un cambio en la alimentación. No solo de Miguel sino de toda la familia que lo acompaña de manera incondicional.
¿Sueña con el podio? La respuesta es afirmativa. “Claro, como todo deportista. Me estoy esforzando y me veo con posibilidades. Vamos a ver qué pasa; por lo pronto, lo más importante es representar bien al país”, confía el joven.
La necesidad de adaptarse
Miguel comenzó a practicar deporte cuando todavía podía ver. La pérdida de visión hizo que tuviera que irse adaptando. Pero es optimista y considera que su condición facilitó el entrenamiento.
“Los años de entrenamiento sin la necesidad de usar manos para guiarme, me dieron soltura. Los ciegos tienen miedo al golpe; van con precaución. Pisan temerosos y caminan lento. Yo no me preocupo tanto”, advierte el joven del barrio Nahuel Hue.
Miguel es autoexigente y muy seguro. Califica a la prueba de los 100 metros como “una descarga mental grande y, el salto, una descarga de adrenalina”.
Asegura que, al correr, “no siente ni piensa mucho”. No hay tiempo. Solo cuenta la concentración en las cuestiones técnicas. De otra forma, admite, “son microsegundos que se pierden”. “En la partida, dejás la mente en blanco y simplemente corrés. En el salto, en cambio, me pongo nervioso porque no vemos y saltamos hacia la nada”, afirma.
En estas competencias, a las personas con discapacidad visual les colocan un parche en los ojos para que todos estén en igualdad de condiciones.
“No todos vemos lo mismo. Entonces, con el salto, vas corriendo, saltás y no ves a dónde vas a caer. Por eso, lleva más preparación mental. Me ha pasado de ponerme nervioso y me obligo a pensar que, con todo lo que entreno, no puedo arruinar mi salto”, dice.
Un atleta que necesita zapatillas especiales
Con la mirada en Bogotá, la familia de Miguel recauda fondos para comprar zapatillas con clavos, que tienen un costo de 80 mil pesos. El joven requiere de dos pares para la prueba de los 100 metros y del salto en largo.
Sucede que estos atletas no pueden correr con zapatillas convencionales.
“Necesitamos un calzado especial con clavos en la parte del metatarso. Y para correr y saltar, necesito dos tipos diferentes de zapatillas. También me encantaría poder tener un buen sponsor”, reconoce este chico, al tiempo que muestra las zapatillas que usa actualmente para entrenar recientemente remendadas.
El beatbox (una forma de percusión vocal) es otra de las pasiones de Miguel. No solo ofrece shows sino que lo convocan a diversos eventos. El joven también sueña con realizar un curso de masajes para ayudar a otros deportistas.
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