Profecías que no se cumplen

En cualquiera de sus variantes, la futurología siempre ha sido un buen negocio. Seguirá siéndolo a pesar de que vaticinios, a menudo resultan ser fantasiosos.

Desde la edad de los profetas bíblicos hasta nuestros días, quienes se dicen capaces de prever lo que ocurrirá en el futuro han influido mucho en las decisiones de monarcas, políticos, empresarios y otros mortales. Es tan fuerte la voluntad de creer que por lo menos algunos están en condiciones de hacerlo que a los augures de moda nunca les han faltado clientes. En cualquiera de sus variantes, la futurología siempre ha sido un buen negocio.

Seguirá siéndolo a pesar de que vaticinios, que a primera vista parecen convincentes porque se basan en el análisis de datos ciertos, a menudo resultan ser fantasiosos. Es por tal razón que conviene tratar todos, no sólo los formulados por farsantes sino también los procedentes de consultoras económicas bien remuneradas, científicos que quieren desmantelar industrias enteras para “salvar el planeta” y presuntos expertos en geopolítica que asesoran a los gobiernos, con una dosis saludable de escepticismo.

Por ejemplo, hace apenas un año, a muchos, incluyendo a la plana mayor del gobierno kirchnerista, les pareció razonable que la Argentina estrechara su relación con Rusia por tratarse de una potencia enérgica y militar significante que, con suerte, podría estar por disfrutar de un boom económico. Nadie pudo prever que, al invadir Ucrania, muy pronto se convertiría en un paria internacional que correría peligro de sufrir una derrota humillante a manos de un país vecino paupérrimo que, felizmente para él, contaría con la solidaridad de todas las potencias democráticas. Demás está decir que la invasión misma y la probabilidad de que fracase han tenido un impacto muy fuerte en el tablero mundial.

Tampoco pudo preverse que, casi simultáneamente con el zarpazo ruso, aparecerían señales de que, luego de décadas de expansión vertiginosa, la economía china estaría en graves problemas y que en adelante tendría que conformarse con tasas de crecimiento similares a las registradas por la norteamericana. Puesto que hasta hace poco el consenso era que China pronto destronaría a Estados Unidos como la superpotencia reinante, la posibilidad de que no llegara a hacerlo está incidiendo en el pensamiento de los interesados en la política exterior de todos los países, incluyendo a aquellos que se sumaron a sus ambiciosos proyectos globales.

La convicción difundida de que China estaba destinada a dominar el mundo hace recordar la de una generación antes, cuando muchos daban por descontado que lo haría el Japón. Sin embargo, en 1991 “la burbuja” japonesa estalló y a partir de entonces el ingreso per cápita, después de haber superado al estadounidense, se estancó y hoy en día es inferior a aquel de muchos países europeos. ¿Está sucediendo algo parecido en China donde, huelga decirlo, las estadísticas oficiales son mucho menos confiables de lo que eran las japonesas? Nadie sabe la respuesta a este interrogante.

Lo que sí es innegable es que la población de China está reduciéndose a una velocidad desconcertante. La semana pasada, el gobierno reveló que en un solo año hubo 850.000 menos nacimientos que muertes. Si bien ya era notorio que China sufría una crisis demográfica tan severa como la de Corea del Sur, donde la tasa de natalidad es menos de la mitad de la necesaria para mantener la población a su nivel actual, y aún peor que la del Japón y muchos países europeos, el que las autoridades lo hayan ratificado motivó sorpresa por ser cuestión de un síntoma de debilidad que contrastaba con el habitual triunfalismo oficialista.

A menos que la tendencia así supuesta se revierta muy pronto, algo que de acuerdo con los especialistas en materia demográfica es poco probable, el futuro próximo de China será llamativamente menos promisorio de lo que casi todos pronosticaban. Para comenzar, a diferencia de Corea del Sur y el Japón, Italia, Alemania y otros países que han visto desplomarse la tasa de natalidad, envejecerá antes de enriquecerse, lo que sí planteará problemas enormes para el grueso de sus habitantes. Asimismo, de resultas de la política de un solo hijo que se mantuvo entre 1980 y 2015, combinada con el aborto selectivo y la propensión a considerar desechables a las hijas, en la actualidad hay un superávit de por lo menos 34 millones de varones que no podrán casarse.

Hasta ahora, el crecimiento económico, con el nivel de vida en aumento constante, ha funcionado con un antídoto para las dificultades sociales ocasionadas por la perversa evolución demográfica de la población, pero no hay garantía alguna de que siga haciéndolo.

Será por tal razón que el régimen de Xi Jinping está adoptando actitudes cada vez más autoritarias y los gobiernos de otros países están preguntándose sobre cómo reaccionar si algo imprevisto ocurre.


Desde la edad de los profetas bíblicos hasta nuestros días, quienes se dicen capaces de prever lo que ocurrirá en el futuro han influido mucho en las decisiones de monarcas, políticos, empresarios y otros mortales. Es tan fuerte la voluntad de creer que por lo menos algunos están en condiciones de hacerlo que a los augures de moda nunca les han faltado clientes. En cualquiera de sus variantes, la futurología siempre ha sido un buen negocio.

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