Los sueños aplastados de las mujeres afganas

Estelle Emonet / Abdullah Hasrat*


Bajo el control de los talibanes, ahora tienen prohibido ir a la universidad en todo el país, como parte de un proceso en el que han ido perdiendo libertades el último año.


Marwa estaba a pocos meses de convertirse en la primera mujer de su familia en ir a la universidad en Afganistán, pero en lugar de eso, ahora va a ver con dolor a su hermano irse a estudiar sin ella.

Bajo el control de los talibanes, ahora las mujeres tienen prohibido ir a la universidad en Afganistán, como parte de un proceso en el que han ido perdiendo libertades el último año.

“Si hubieran ordenado decapitar a las mujeres, incluso eso habría sido mejor que esta prohibición”, deploró Marwa.

“Hubiera preferido no haber nacido si es para tener esta mala suerte. Lamento mi existencia en el mundo”, agregó la joven a AFP en la casa de su familia en Kabul.

Nos tratan peor que a los animales. Los animales pueden ir a cualquier lugar por su cuenta, pero las chicas no tenemos derecho ni de salir de nuestras casas”.

La joven de 19 años aprobó el examen de admisión para realizar estudios de enfermería a partir de marzo en Kabul.

Estaba emocionada de unirse a su hermano, Hamid, en ir a diario al campus.

Pero sus futuros han sido separados.

“Yo deseaba que mi hermana alcanzara sus metas conmigo, que tuviera éxito y saliera adelante”, expresó Hamid, de 20 años, estudiante de administración de negocios y empresas en Kabul.

“Pese a numerosos problemas, estudió hasta 12º año, ¿pero qué podemos decir ahora?”, preguntó.

La prohibición


La prohibición instaurada por el gobierno talibán que tomó el poder en agosto de 2021 generó condenas internacionales, incluso de países musulmanes que la consideraron contraria al islam.

Para justificar la exclusión, Neda Mohammad Nadeem, el ministro talibán de Educación Superior, sostuvo que las mujeres ignoraban el estricto código de vestimenta y la exigencia de ir acompañadas de un familiar masculino a la universidad.

Pero la realidad, según algunos dirigentes talibanes, es que los clérigos de línea dura que aconsejan al líder supremo del movimiento, Hibatullah Akhundzada, siguen siendo escépticos con respecto a la educación moderna para las mujeres del país.

Las niñas ya habían sido vedadas de la enseñanza secundaria en casi todo el país y fueron apartadas de sus empleos en el gobierno, quedando relegadas a la casa, donde reciben una fracción de su salario.

Tampoco pueden desplazarse sin la compañía de un familiar varón y deben cubrirse en público.

Las mujeres tienen prohibido ir a parques, ferias, gimnasios y baños públicos.

Marwa y Hamid provienen de una familia pobre, pero sus padres los apoyaron en su deseo de tener estudios superiores de cualquier tipo.

Con sueños de ser matrona, Marwa planeaba desplazarse hacia las áreas remotas de Afganistán donde las mujeres carecen de servicios de salud.

“Yo quería atender a las mujeres en sitios lejanos para que nunca tuviéramos que ver la muerte de una madre en un parto”, indicó.

Pero ahora deberá permanecer en casa y enseñarle a sus seis hermanos menores, mientras su padre trabaja como vendedor de vegetales.

Historia repetida


El ministro Nadeem insiste en que las estudiantes se comportaban de formas que insultan los principios islámicos y la cultura afgana.

“Se vestían como si fueran a una boda. Esas chicas que iban a la universidad tampoco seguían las instrucciones sobre el hiyab”, reclamó en una entrevista con la televisión estatal.

Pero Hamid rechazó firmemente esa justificación.

“Cuando las universidades abrieron bajo los talibanes (…) ellas no podían ingresar sin mascarilla y hiyab. ¿Cómo pueden decir que no usaban hiyab?”, cuestionó.

Tras la llegada de los talibanes al poder, las universidades debieron adoptar reglas nuevas, incluyendo aulas y entradas segregadas por género, y las mujeres solo podían recibir clases de otras mujeres o de hombres viejos, que representaran un “peligro” para sus esposos.

La madre de Marwa, con su bebé en brazos, dijo sentir que la historia se repite.

Dos décadas atrás tuvo que abandonar sus estudios en el primer gobierno talibán, de 1996 a 2001.

“Estoy feliz de que mi hijo podrá alcanzar sus metas, pero también me entristece que mi hija no pueda hacer lo mismo”, declaró Zainab, de 40 años.

“Si mi hija no alcanza sus metas, tendrá un futuro miserable como el mío”.

* Periodista de AFP .


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