Lo soñó en Buenos Aires, lo realizó en General Roca y hoy ya llega a Japón
Una alianza estratégica de cuatro eslabones y una exclusiva presentación en la embajada argentina en Japón, prometen abrir el mercado internacional para la miel orgánica de la Patagonia. Es la historia de Carlos Levin, un ingeniero agrónomo y productor apícola del Alto Valle.
Las mejores historias, las de crecimiento, superación y éxito, son aquellas que están atravesadas por el recorrido de sus protagonistas. Tal es el caso de Carlos Levin, ingeniero agrónomo y productor apícola de General Roca.
Su historia es la de un emprendimiento que nació en provincia de Buenos Aires hace más de cuatro décadas y hoy se exporta al mundo. En efecto, la miel orgánica de la Patagonia ya aterrizó Japón, en lo que se espera sea una primera experiencia piloto de otras tantas.
Fue su padre el que le infundió la pasión por la apicultura cuando al cumplir 13 años, en lugar de una bicicleta o un juguete, decidió regalarle 30 colmenas. “Las abejas son el mejor biólogo y el mejor especialista en medio ambiente sustentable”, relata Levin. “Hay más de 100.000 especies vegetales que desaparecerían de la faz de la Tierra sin las abejas. La fruticultura de nuestra región no sería posible sin abejas”, agrega.
Ya en 1985, Carlos decidió trasladarse a Río Negro y se estableció en General Roca, donde a fuerza de sacrificio y tenacidad, llegó a tener 1.200 colmenas en producción. “Con el tiempo fui comprendiendo que el valor agregado, el no vender la miel a granel, era el cambio de paradigma que necesitaba la apicultura de la región”, cuenta Levin. “No podía creer que no existiese una oferta regional de miel envasada, similar a la oferta de frutas como la manzana y la pera, porque en verdad son dos actividades que van de la mano”, indica.
Así fue que empezó a pensar y desarollar la relación que existe entre la polinización y la necesidad de registrar una marca y encontrar un packaging adecuado. La intención era encontrar una nueva unidad de negocio, dentro del negocio de la apicultura, fraccionando y vendiendo la miel.
En medio de esa búsqueda y con el aporte de una persona muy significativa y representativa de la fruticultura rionegrina, como Norberto Blanes, decidió adoptar la marca “Río Negro”, entendiendo que no solo se trataba de vender un producto, sino de dar a conocer y exportar una identidad regional.
El punto es que los mismos destinos a los que viajan las peras y las manzanas de la región, también son mercados donde la miel es un producto valorado, y donde la marca “Río Negro” ya está instalada. “Los principales puertos que compran nuestra fruta, también son ávidos compradores de miel”, se entusiasma Levin. “A eso hay que agregar que la fruta y la miel coinciden en la fecha de alta temporada para cosecha y fraccionamiento”, agrega.
La apuesta al producto orgánico
En efecto, los suelos y las condiciones climáticas de la Patagonia ofrecen la oportunidad de lograr mieles con mayor humedad, mejor color y mayor acidez.
Pero el verdadero cambio de paradigma al que decidió apostar Levin, fue el paso de la miel convencional a la miel orgánica.
Un producto orgánico es aquel en el que se resguarda la inocuidad del alimento y no existe aplicación de productos químicos en ninguno de los estadíos de producción. “Nuestra región es un vergel para la producción orgánica, en especial la comarca andina, donde no hay aplicación de productos químicos y los propios productores son muy cuidadosos respecto a la contaminación ambiental y la sustentabilidad del sistema”, indica Levin.
“Nuestra región es un vergel para la producción orgánica, en especial la comarca andina, donde no hay aplicación de productos químicos y los propios productores son muy cuidadosos».
Al soñar con la producción orgánica patagónica, Levin comprendió lo imperioso de contar con una alianza estratégica que una todos los eslabones de la cadena de valor.
La cadena de producción de la miel tiene cuatro patas: la colmena en la que las abejas hacen su trabajo, el campo en el que se emplaza la producción, la sala de extracción, y la planta de fraccionamiento. La certificación orgánica requiere que en ninguna de ellas se apliquen productos químicos, ni la miel tenga contaminación cruzada con elementos, herramientas o envases en los que se haya trabajado con miel convencional o con productos químicos.
Esa alianza llegó con el productor cipoleño Sebastian Waterlood, la Estancia La Querencia de Juan José Zambón en Aluminé, que cede el campo para realizar la producción, la sala comunitaria de la asociación de apicultores de Aluminé, donde se realiza la extracción, y la sala de fraccionamiento propiedad de Levin, emplazada en General Roca. Cada eslabón debe trabajar para lograr la certificación orgánica, a cargo de la empresa FOOD SAFETY SA.
En tierras niponas
Luego de cuatro años de trabajo conjunto y en coordinación con la agregada comercial de la embajada argentina en Japón, la estación actual del recorrido, muestra a la miel orgánica aterrizando en tierras niponas.
Trece frascos de miel orgánica patagónica cruzaron el océano para una presentación oficial en la embajada argentina en Tokio. “Soñamos con que Japón sea un primer paso, y que luego venga Colombia, Perú, España o EEUU”, cuanta Levin. Destaca además el trabajo institucional de los diferentes eslabones públicos y privados, y el rol fundamental de la Cancillería Argentina.
La presentación en Tokio tuvo lugar a fines de noviembre y estuvo dirigida a importadores japoneses, distribuidores, supermercados, y prensa. En la actividad realizada por la Coordinación Nacional Apícola de la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación, los asistentes pudieron conocer más acerca de la industria apícola argentina y degustaron una gran variedad de mieles mono y multiflorales.
Allí estuvo presente la miel orgánica de la Patagonia, y también el sueño de Carlos y su papá.
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