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México está siguiendo los pasos de Nicaragua

Arturo McFields Yescas *

El país azteca debería tomar nota de la historia de Nicaragua, y tomarla, de hecho, como una posible moraleja al final del sendero que está caminando en la actualidad. Gracias a las reformas electorales y constitucionales, el dictador Daniel Ortega logró “ganar” más elecciones que ningún otro presidente en la historia reciente de Nicaragua, incluso con un porcentaje menor a 50% de votos.


A inicios de este año, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, ferviente admirador de la “democracia” cubana, desnudó sus ambiciones de reformar el Instituto Nacional Electoral (INE), bajo la premisa de crear una institución más eficiente, menos costosa y mucho más ágil dando paso al Instituto Nacional de Elecciones y Consultas (INEC). Un cambio radical que parece amenazar con destruir el presente e hipotecar el futuro democrático de México.


El INE forma parte de una historia extraordinaria en la que México logró romper con décadas de partido hegemónico, corrupción y opacidad electoral. Durante la reciente marcha en defensa del árbitro electoral, José Woldenberg, uno de los padres fundadores de la institución lo dijo muy claro: “Estamos aquí para defender el sistema electoral que varias generaciones de mexicanos construyeron y ha permitido la convivencia plural y la transmisión pacífica del poder”.


Aunque para los pueblos de las Américas la defensa del INE ha sido vista con gran admiración y respeto, para el presidente López Obrador estas manifestaciones han sido un mero “striptease del conservadurismo”, incluso ha insistido al decir: “Necesitamos dejar establecido un órgano electoral que realmente haga valer la democracia en el país, es fundamental”. Al oír hablar al líder de Morena, no dejo de recordar mi país, Nicaragua, donde Daniel Ortega no solo ha reformado el sistema electoral a su gusto y antojo, sino que le ha robado al pueblo su derecho a elegir.


A partir de la década de 1990, tras perder el poder, Ortega ambicionó en tres ocasiones ser presidente de Nicaragua jugando bajo las reglas de la democracia y el arbitraje de un Consejo Supremo Electoral autónomo. Jamás pudo ganar una sola elección. Por el contrario, al verse arrinconado por la voluntad popular, el líder sandinista inició una estrategia de socavamiento de la democracia, un modelo de protesta denominado “Gobernar desde abajo”, que consistió en generar inestabilidad, coordinar asonadas y auspiciar actos violentos para obtener prebendas políticas y un cacho cada vez más grande del pastel electoral.


Por 17 años el Comandante estuvo gobernando desde las sombras, moviendo los hilos del poder, manipulando y extorsionando a gobiernos legítimamente electos. En el año 2006 sus ataques a la democracia le dieron el botín que tanto anhelaba, mediante una serie pactos y amarres con la oposición, Ortega logra volver al poder, haciendo una reforma electoral a la medida de sus ambiciones más oscuras, tomando control del árbitro de los comicios y estableciendo un mínimo de 35% del voto para ganar la presidencia. Así inició la era del hombre fuerte y la etapa de las instituciones débiles. Así murió la democracia de Nicaragua y nació una nueva dictadura en América Latina.


Por años, Ortega impulsó las reformas electorales con la excusa de fortalecer la participación popular, dar mayor poder a las mujeres, pueblos indígenas y afrodescendientes. Años más tarde, el régimen también eliminó la observación electoral internacional, argumentando que era necesario defender la soberanía y la autodeterminación de los pueblos. El Comandante Ortega jamás nos dijo que buscaba la reelección ad infinitum, que quería nombrar a su esposa como vicepresidenta y a sus hijos como asesores, ni mucho menos que anhelaba establecer un sistema de partido único al estilo Corea del Norte. Nunca lo dijo, simplemente lo hizo y cuando quisimos reaccionar fue demasiado tarde.


A esto debemos agregarle que López Obrador es un mal perdedor. La narrativa de fraude electoral ha sido su excusa predilecta para temas internos e internacionales. En años recientes apoyó y promovió candidaturas para la Secretaria General de la OEA, la OPS y el BID. Todas fracasaron. Cuando pierde siempre culpa al neoliberalismo, al capitalismo o los sectores conservadores. Esto, más que un simple berrinche, es un síntoma antidemocrático muy peligroso.


En Nicaragua tenemos un sistema electoral “eficiente”, como en Cuba. En el país centroamericano existe un control total de los comicios y los resultados de las votaciones (no elecciones) son siempre previsibles. Hace tan solo dos semanas tuvimos elecciones municipales en los 153 municipios del país y sorpresa… el partido de Daniel Ortega ganó de forma arrolladora. El Frente Sandinista de Liberación Nacional se auto adjudicó 100% de las municipalidades, incluso aquellas donde su partido nunca hizo campaña. Dicho esto, me gustaría resaltar que la defensa de la democracia en México es la defensa de la democracia en América Latina. Garantizar la autonomía del INE no es opcional, es fundamental. Este árbitro electoral es un tesoro nacional, un patrimonio en las Américas, es por eso que hay que cuidarlo y defenderlo. Ahora es cuando.

*Periodista y exembajador de Nicaragua ante la OEA. The Washington Post


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