Sobre la música, desde el psicoanálisis
Guido A. Zannelli *
La música contiene una expresión verbal subjetiva, donde se transmiten estados, situaciones específicas, metáforas. Esto produce un impacto en la esfera del pensamiento.
Suena bien escribir sobre la música, aunque resulte complejo. Primero se necesita escuchar. La vía de entrada para sentirla es el oído. Y los psicoanalistas nos basamos en eso, en escuchar. En atender a la melodía vocal, a los cambios de tono, a los matices. La falta de musicalidad en una voz resulta preocupante. Hay algo vibrante que está ausente, algo sumamente vital. Aquello que se expresa más allá de las palabras elegidas. Eso que en verdad es uno mismo. Único, como una huella digital o una sombra en la vereda. La música en sus formas más refinadas transmite lo mismo. Una identidad en la composición. En la elección de instrumentos. En sus letras.
Escuchar música es el encuentro de una obra de arte y un receptor atento, dispuesto a dejarse llevar, incluso, a sorprenderse. Aquel que se parapeta o cuestiona poco podrá percibir del suceso. En cambio, ese otro que se entrega se verá conmocionado. La música empieza por el oído, pero allí no se agota. Desborda por todo el cuerpo. En algunos lugares ocurre de modo físico. En otros a manera de ilusión. Quisiera detallar aquellas zonas donde impacta la música por niveles: visual, kinestésico, verbal y emocional.
Partiendo de la cabeza, es frecuente que ciertas piezas disparen ocurrencias imaginarias. Aquí se reúnen los elementos disparadores de la obra con el bagaje personal del oyente. Se dispone un escenario, personajes, un relato. Se conforma una película. A veces más figurada, otras más abstracta. El resultado es que la persona ve o imagina aquello escuchado.
Bajando hacia el pecho, las vibraciones sonoras tienen efecto en los latidos del corazón. Lo aceleran, lo calman. Lo hacen patear como si hubiera que correr cien metros llanos. Convirtiéndolo en uno más de los instrumentos que marca el pulso de los compases. Una pequeña nota al paso sobre esto.
Se trata de los latidos del corazón en el bebé. El funcionamiento de este órgano responde a un ritmo interno, autónomo, del sistema vegetativo. En promedio sucede a 130bpm (beats por minuto). Este patrón de repetición por frecuencias eléctricas sostiene a todos los circuitos de irrigación del cuerpo. Cada órgano, cada célula se alimenta gracias a su bombeo (rítmico). Además el bebé se gesta en el interior del órgano uterino de la mujer, escuchando los latidos de su madre. Entonces ahora entendemos que el cuerpo es el primer instrumento, emisor y resonador. Y si a esto agregamos que la voz y la vida cotidiana de una madre también contienen aspectos musicales, quizás estemos más cerca de percibir qué tan intrínseco es para nuestras vidas.
Continuando hacia las extremidades, la música es capaz de mover los pies e indicar cadencias como si se tratara de una pareja que enseña a bailar. Esta es la velocidad de los pasos. Aquí se da el primer movimiento. Habiendo llegado a la cuenta de ocho por acá terminaría la secuencia, y vuelta a empezar. Aún permaneciendo sentado, cierta música puede reproducir sensaciones kinestésicas en el cuerpo, despertando impulsos motores.
Retornando a la cabeza como sede del pensamiento, la música contiene un ilimitado acervo de versos, estribillos e imágenes poéticas que comunican algo de la naturaleza humana. Los temas no dejan de sorprendernos y jamás se han visto condicionados. El amor, la tristeza, el rencor, la euforia, etc. Podría redactarse una larga lista. El punto es que la música contiene una expresión verbal subjetiva, donde se transmiten estados, situaciones específicas, metáforas. Esto produce un impacto en la esfera del pensamiento. Genera interés, ganas, invita a reflexionar ¿qué significado tiene esa frase? Las cuestiones semánticas y de contenido convocan al análisis de las letras, sea por capas o por las alusiones y desplazamientos que producen.
El último aspecto a tratar resulta también el más misterioso, el emocional. Está incluido en todos los anteriores. Debe de ser la raíz central de todo el arte. La expresión estética resuena en el interior de los otros, haciéndose eco de lo propio como de lo ajeno. Más allá de su comprensión racional, existen canciones que conducen a las lágrimas. El fluir de los sentimientos parece ser una reacción natural y esencial del humano. A veces cotejándose con una situación real acontecida –encontrando similaridad-, y otras veces sólo conectándose con su posibilidad imaginada.
Quizás cuando se escribe sobre un arte determinado siempre se intenta tocar la aquiescencia de su logro. Cómo la persona del músico ha conseguido representar con formas y sonidos aquello intangible como la experiencia, como un estado mental definido. Y asimismo, alcanzándolo a comunicar al resto suscitando la movilización de sus afectos, las asociaciones personales y haciéndose parte de la vida íntima del que la escucha.
Los aspectos desglosados en este rápido análisis vuelven a reunirse, a organizarse en un objeto de arte total con capacidades propias. Un objeto total y complejo. Cada pieza de música es el producto de un proceso de simbolización de la experiencia propia. Una parte respondiendo a reglas de método, leyes técnicas, ejecución; y otra a una sensibilidad emocionalmente estética de todo aquel que se considera un artista.
*Lic. en Psicología. Miembro adherente de APdeBA (Asociación Psicoanalítica de BsAs)
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