Sin alternativas autoritarias
A los kirchneristas les molestan las alusiones constantes a las causas de corrupción en escala industrial que CFK protagoniza. Quisieran que los medios hablaran de otra cosa.
En los días que siguieron al atentado extraordinariamente torpe contra la persona que desde hace tres lustros desempeña un papel central en la política nacional, muchos se preguntaban si en la Argentina la democracia corría peligro. Puesto que a partir de diciembre de 1983 ha sobrevivido a una insurrección militar, una serie de tsunamis hiperinflacionarios, una implosión económica que depauperó a millones de familias y una década de estancamiento exasperante, aquí la democracia es claramente más fuerte que en muchas otras partes del mundo.
Los riesgos serían mayores si la amenazaran agrupaciones antidemocráticas con idearios de apariencia convincente. Es lo que ocurría cuando el comunismo soviético y sus variantes brindaban la impresión de estar en condiciones de ofrecer alternativas viables al capitalismo liberal y también cuando los regímenes militares eran considerados normales; antes de los golpes de Estado, hasta los más contrarios a las dictaduras suponían que los uniformados vendrían pertrechados de planes coherentes, que sabrían muy bien lo que sería necesario hacer para gobernar con más solvencia que los despreciados “políticos civiles”.
Era una ilusión, claro está, una basada en la convicción de que un gobierno sensato podría solucionar los problemas socioeconómicos más urgentes en un par de años por ser la Argentina aún el “país rico” del gran mito nacional.
En la actualidad, los únicos que hacen gala del optimismo desbordante que caracterizaba a los autoritarios de otras épocas son libertarios como Javier Milei cuyas creencias son incompatibles con cualquier esquema antidemocrático.
Por desgracia, no se puede decir lo mismo de las ideas de los ultras kirchneristas, en especial aquellos que se imaginan herederos de Montoneros, pero a esta altura es penosamente evidente que cuando de gobernar se trata son incompetentes.
No bien se difundieron “en tiempo real” imágenes de la vicepresidenta Cristina a pocos centímetros de un sujeto que gatillaba una pistola que apuntaba a su cabeza, los políticos y politizados, tanto en la Argentina como en el exterior, se esforzarían por ubicar lo que acababa de suceder en su propia visión del mundo. A muchos los ayudaba el que muy pronto casi todo lo relacionado con aquel episodio truculento se hiciera borroso.
Es como si la esquina del barrio porteño de Recoleta en que desde hace años vive la persona más poderosa del país fuera cubierta súbitamente por una niebla densa. Era tan espesa que no vieron nada los encargados de custodiarla hasta que ciertos militantes les advirtieron que pasaba algo raro.
Para más señas, en la zona no funcionaban las cámaras de seguridad que en otros lugares son ubicuas; a los kirchneristas no les gusta sentirse vigilados. Por suerte, el pistolero resultó ser tan incompetente como los guardaespaldas vicepresidenciales.
Aunque ya sabían que el responsable del atentado fallido se sentía atraído por el ocultismo nazi, lo que podría vincularlo con variantes esotéricas del peronismo, voceros oficiales y oficiosos, encabezados por el presidente Alberto Fernández, no vacilaron en asegurarnos que el hombre fue víctima de la propaganda maligna de periodistas televisivos y sectores judiciales que le habían instilado fuertes dosis de odio.
A juicio de quienes atribuyen lo que sucedió al clima político imperante, pues, Fernando Sabag Montiel obraba para personajes siniestros dispuestos a ir a cualquier extremo para eliminar a Cristina por creerla capaz de cerrarles el camino hacia el poder, lo que sería un tanto sorprendente porque, a juzgar por las encuestas, la vicepresidenta y quienes la rodean se han convertido en auténticos piantavotos.
En efecto, la sensación de que el kirchnerismo está en vías de extinción ha provocado graves problemas en las filas de Juntos por el Cambio al debilitar lo que sigue siendo su aglutinante principal.
Por razones comprensibles, a los kirchneristas les molestan mucho las alusiones constantes a las causas de corrupción en escala industrial que está protagonizando Cristina. Quisieran que los medios hablaran de otra cosa.
Sin embargo, aun cuando la prensa no kirchnerista se dejara intimidar y aceptara autocensurarse, como tantos hacían cuando el país estaba en manos de los militares o peronistas de actitudes muy autoritarias, el tema de la corrupción, combinado como está con una crisis económica que está por adquirir proporciones catastróficas, la falta de seguridad ciudadana y la evidente inoperancia de un gobierno cuyos integrantes están más preocupados por sus propios intereses personales o aquellos de la facción en que militan que por el bienestar común, continuaría desprestigiando al Frente de Todos.
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