¿Tiene solución el conflicto palestino-israelí?
Antonio Basallote Marín, Universidad de Sevilla
En términos bélicos, rigurosamente hablando, cuando nos referimos a Israel y Palestina no estamos ante un conflicto. Sin embargo, como pone de manifiesto, entre otros especialistas, el investigador John Collins, aceptaremos dicha fórmula por ser la más empleada. Ahora bien, debemos advertir sobre su uso pernicioso cuando se presenta descontextualizada, sesgada e incluso manipulada.
En ese sentido, a veces connota una falsa simetría entre esas partes, aun cuando es la asimetría una de las principales características de la cuestión. Una asimetría no solo militar, sino también diplomática, de influencia internacional. Y, sobre todo, una diferencia abismal de responsabilidad histórica en la gestación y el mantenimiento de un conflicto derivado en apartheid.
En cualquier caso, no estamos ante una guerra convencional. Tampoco es posible hablar de un conflicto árabe-judío, pues los palestinos, si bien son árabes no representan a todo el mundo árabe y el Estado israelí no representa en realidad, por mucho que el sionismo lo pretenda, al judaísmo mundial.
Hay muchas organizaciones judías contrarias, no solo a la política israelí, sino a la propia existencia de ese país. Y menos de la mitad de los judíos del mundo habitan esa nación. Además, el Estado israelí abarca muchísimas nacionalidades, entre las que la árabe-palestina conforma un 25 % aproximadamente.
¿Proceso de paz o de colonización?
Durante unas dos décadas (entre 1990 y 2010 aproximadamente) se produjeron acercamientos entre la Autoridad Palestina (secuestrada por Fatah) y los sucesivos Gobiernos israelíes, el principal de ellos el llamado proceso de paz de Oslo de 1993.
En realidad, se trató más de un proceso que de una paz. Su resultado fue una cantonización de los territorios palestinos ocupados desde 1967, la ampliación masiva de colonias de asentamiento y la implantación de un sistema de control considerado un apartheid por diversas organizaciones de derechos humanos y por la Comisión Económica y Social para Asia Occidental de la ONU.
Asimismo, desde el paradigma de la paz liberal y el enfoque decolonial se ha identificado un doble proceso de colonización: el basado en la lógica de apropiación y violencia ejercida por Israel y otro de modernización y desarrollo ejercida por los donantes internacionales.
Mientras de cara al público se intentaban vender las supuestas virtudes y avances que los Acuerdos de Oslo supondrían para los palestinos, en los territorios ocupados continuaba la opresión y la humillación en los chekpoints y centenares de hectáreas eran confiscadas para la construcción de nuevas colonias, un proceso que se incrementó durante la era de Benjamín Netanyahu.
La influencia de los movimientos populares
Ante el agotamiento de esa vieja fórmula utilizada como medida para ganar tiempo y consumar hechos sobre el terreno (colonias y construcción del muro sobre Cisjordania, por ejemplo) hay que tener en cuenta otras claves. Además, no hay que olvidar la asimetría de la relación de fuerzas entre colonizador-ocupante y colonizado-ocupado.
Por supuesto, hay que considerar el papel que podrían desempeñar los principales actores involucrados. Así, desde la resistencia palestina, ¿qué ha dado más resultados hasta el momento? Ese modelo de resistencia popular no armada de la primera Intifada, un movimiento contra las fuerzas israelíes basado en huelgas y manifestaciones donde proliferaron (como vuelve a ocurrir a diario en pueblos y ciudades de Cisjordania ocupada) las piedras contra los tanques, tuvo gran repercusión mediática.
La violencia brutal del ejército israelí, en especial la política de huesos rotos contra los jóvenes que lanzaban piedras, suscitó una gran indignación en la comunidad internacional y ello sirvió de preámbulo a la mencionada iniciativa de Oslo.
Sin embargo, dado el fracaso de aquel proceso de paz y la inacción de la impasible comunidad internacional ante la sistemática violación del derecho internacional y de los derechos humanos, así como ante el silencio de los medios de comunicación sobre las recientes matanzas de civiles en Gaza y Cisjordania, crece la frustración entre la población palestina.
El currículum belicista de Israel, junto a los antecedentes de intransigencia y unilateralismo en torno al derecho internacional, hace presagiar que el Ejecutivo israelí no aceptaría en ningún caso cualquier resolución de reconocimiento de un Estado palestino.
El lenguaje de la fuerza de Israel
Por desgracia, hasta la fecha, la historia y los hechos tanto en el panorama diplomático como sobre el terreno indican que el Estado israelí solo ha reculado ante su propio lenguaje: el lenguaje de la fuerza. Solo así devolvió a Egipto la península del Sinaí, tras la guerra de 1973. Solo así se retiró de la mayor parte del sur del Líbano en 2000, de la misma forma que solo así lo vuelve a hacer en 2006, por poner algunos ejemplos.
Respecto al ámbito israelí, las iniciativas de resolución del conflicto basadas en el derecho internacional han provenido únicamente de algunos movimientos pacifistas, pero sobre todo del antisionismo. En este sentido, el activista de la desaparecida Organización Socialista Israelí-Matzpen, Arie Bober, acuñó el término desionización en referencia a un proceso de deconstrucción identitaria y decolonial interno.
Qué se puede esperar
En términos geopolíticos y de relaciones internacionales solo cabe esperar una reconfiguración de las relaciones de poder e influencias en un reequilibrio de poderes gracias a la eventual emergencia de Irán, en detrimento del eje EE. UU.-Israel-Arabia Saudí.
A nivel global, resulta fundamental asimismo el papel de la sociedad civil internacional, que pasa por la presión a los diferentes gobiernos para que actúen en defensa de los derechos humanos y el cumplimiento del derecho internacional hasta la acción directa de la campaña de Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS) a Israel mientras siga ocupando y colonizando ilegalmente los territorios palestinos de Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este.
Antonio Basallote Marín, Profesor de Estudios Árabes e Islámicos, Universidad de Sevilla
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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