Los primeros cien días de la gestión Massa
El periodo de gracia con que cuenta una nueva gestión le da al ministro un amplio margen de maniobra en medio de la crisis, y expone las diferencias en la oposición.
Algunos historiadores coinciden en atribuir la tradición al tiempo que tardó Napoleón en recorrer el camino desde el exilio en la isla de Elba hasta su derrota definitiva en Waterloo. Otros en cambio enmarcan la tradición en el periodo de tiempo que tardó el Presidente de los EEUU, Franklin Roosevelt en llevar a cabo el paquete de medidas intervencionistas que se convirtió más tarde en el “New Deal”, y en la salida definitiva a la gran depresión de los años ‘30.
Lo cierto es que nadie sabe bien donde ni cuando se redactó la regla no escrita de la política que ofrece a toda nueva gestión de gobierno un periodo de gracia de cien días para desembarcar con su libreto propio de medidas y su equipo de trabajo. Un pacto tácito entre todos los actores de la vida social y política que otorga a quien acaba de asumir los resortes del poder, un lapso de tiempo prudencial para demostrar músculo de gestión y poner en marcha su plan.
El reloj de los cien días acaba de ponerse a funcionar para el flamante mega ministro de economía Sergio Massa. La batería de medidas que presentó al asumir, son su carta de presentación y al mismo tiempo la credencial que acaba de comprarle tiempo.
El primer signo distintivo de la nueva época que acaba de comenzar en la conducción de los destinos del país, es el estilo comunicacional. Junto al destierro ejecutivo del Presidente Alberto Fernández, el rol de la vocera presidencial Gabriela Cerrutti quedó también diluido. No solo la importancia de sus palabras ante los periodistas, sino el estilo del relato que el gobierno busca construir frente a la sociedad, y el tipo de señales que emergen de los comunicados oficiales.
Imaginar un mundo en el que los políticos procuren la coherencia entre los dichos y los hechos, es muy probablemente una quimera. Pero un elemento imprescindible a cualquier gestión de gobierno, es que al menos exista coherencia (y cierto grado de celeridad) entre los anuncios y la implementación de los mismos.
Los tropiezos comunicacionales han sido una marca registrada del gobierno de Alberto Fernandez. La forma en que se dio a conocer la secuencia de renuncias y nombramientos del jueves 28 de julio pasado, son un simple botón de muestra.
La lista de instrumentos a los que acudió Massa de inmediato, fueron históricamente anatema para el kirchnerismo en cualquiera de sus vertientes y de sus épocas en el poder.
En este sentido, Massa asumió en primera persona la responsabilidad de es establecer parámetros claros acerca de quién comunica las medidas económicas, dar unicidad y continuidad a los anuncios, y hacer un seguimiento discursivo de los mismos a medida que se implementan.
El segundo elemento saliente de los primeros días de la nueva gestión económica, es el giro pseudo ortodoxo de la política económica.
La lista de instrumentos a los que acudió Massa de inmediato, fueron históricamente anatema para el kirchnerismo en cualquiera de sus vertientes y de sus épocas en el poder.
Un repaso rápido por las primeras medidas arroja congelamiento de ingresos a la planta estatal, revisión del gasto de las áreas del Estado, eliminación de los subsidios a la energía, suspender la emisión monetaria para financiar al fisco, incipiente re incursión en la deuda externa, y suba de tasas de interés.
Por unas céntimas de esa lista, el kirchnerismo se encargó de embestir internamente contra Martín Guzmán hasta lograr su salida del gobierno.
Hoy las voces críticas dentro del oficialismo parecen haber aceptado la necesidad de ofrecer un margen de maniobra mínimo al nuevo equipo económico. La resistencia de la interna oficialista al ajuste y al giro a la derecha del gobierno, se reducen apenas a la voz cada vez más marginal de Juan Grabois.
El periodo de gracia de los cien días no obstante, dista mucho de ser un cheque en blanco. Por el contrario, es una verdadera arma de doble filo que puede implicar importantes ventajas y también serios inconvenientes.
Entre los elementos a favor se cuenta indudablemente la renovada tolerancia hacia una gestión que hasta hace poco más de un mes parecía acabada.
El desembarco de Massa trajo consigo el de sus aceitados contactos con el mundo de las finanzas y las empresas, los que hasta hace casi nada, miraban al gobierno de reojo. Solo ello es suficiente para un voto inicial de confianza de los mercados.
El “rubicón” que los especialistas trazaban en el mes de septiembre a raíz de los mega vencimientos de deuda en pesos, se trasladó hasta bien entrado 2023. En pocas palabras Massa tiene un margen para hacer, con el que no contaron ni Guzmán ni Batakis.
Pero quizá el mayor logro que ha mostrado Massa es con su sola llegada a la función ejecutiva, el haber detonado la interna de la oposición, que hoy se autodestruye a sí misma pasando el scanner para diferenciar entre “amigos” y “enemigos” del tigrense.
A ello se suma el haber capitalizado todo el paquete de medidas que la oposición reclama desde hace años, y haberlo implementado un año y medio antes del potencial regreso de la oposición al poder. Al despojarla de su propio discurso económico, Massa ha logrado que la oposición exponga a cielo abierto sus miserias políticas.
Los cien días distan mucho de ser un cheque en blanco. Son en cambio un arma de doble filo que puede implicar ventajas y serios inconvenientes.
Si se hila fino, se trata de una nueva jugada estratégica de Cristina Fernández de Kirchner. En última instancia fue ella quien tuvo que resignar sus banderas ideológicas en materia económica, aceptar que el momento pedía pragmatismo, y que Massa encarnaba ese giro ortodoxo. Con un solo movimiento de ajedrez, la Vice Presidenta logró que el foco de conflicto político más crudo, se traslade de la interna oficialista a la interna opositora.
Por el contrario, el periodo de gracia también tienen su lado b. Sergio Massa ha comenzado a gastar el crédito de sus cien días cuando aún ni siquiera ha iniciado su campaña rumbo a la Casa Rosada.
Cualquier paso en falso, acto fallido, o simplemente si los resultados no son los esperados en el mediano plazo, significará que sus aspiraciones terminen antes de empezar. Pero aun si Massa cumpliera en 2023 su sueño de sentarse finalmente en el Sillón de Rivadavia, en ese caso ya no contará con el crédito de cien días que ya ha comenzado a gastar a cuenta.
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