Que nunca dejen de girar las mágicas calesitas
El escritor de Valcheta Jorge Castañeda trae al recuerdo, con aires de nostalgia y música de tango, las tardes de la infancia esperando la sortija. Pero además, ahora como abuelo, pide que vuelvan a llevarles alegría a los más chicos.
Cuántas cosas tejen el recuerdo y la nostalgia que para siempre quedan en nuestro recuerdo. Esas maravillosas fantasías que impregnaron nuestra alma de niños, cuando todo era más inocente y simple. Ya nada queda de los viejos baldíos, de los atardeceres en la vereda de los barrios, de las fogaratas de San Juan, de los juegos infantiles. Solo el recuerdo en un rincón de nuestras almas. La pelota Pulpo, las figuritas, las bolitas, las figuritas y cuántas otras cosas que el progreso se fue llevando con su piqueta implacable.
Pero algunas aún subsisten, empecinadamente, dando lucha a una modernidad cada vez más compleja e individualista, por ejemplo los circos y sobre todo las calesitas, que es el tema de esta nota llena de nostalgia.
El tango que con tanto fervor trabajó estos temas nos dice todavía hoy: “Llora la calesita/ de la esquinita sombría/ y hace llorar las cosas/ que fueron rosas un día…”. Y sí es así, mucha razón tiene Cátulo, el autor del poema con música de Mariano Mores.
El escritor, político y periodista de General Roca don Pablo Fermín Oreja, que fuera mi amigo dejó en su libro “Todo pasó y se fue” una página imborrable sobre la calesita.
“He aquí un cuadro colorido y animado de mi propia infancia. La calesita gira con un compás de órgano que desangra una reiterada melodía. Cesa de girar, ahora, y los chicos subimos a su plataforma, guiados por nuestras hermanas mayores. Hay cómodos asientos, enfrentados, y cimbreantes caballitos que agitan sus crines de utilería. Y hay un hermoso gallo, uno solo, que despierta de inmediato mi preferencia: su cresta es roja, su mirada desafiante y su plumaje de madera es multicolor. Corro, y me subo sobre él excitado por la anticipada felicidad del movimiento y de la música”.
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“Si -agrega don Pablo- nos pesa el recuerdo de algún bien perdido: la infancia, la inocencia, la ilusión de alguna vida apenas comenzada, y la imagen de la hermosa calesita”.
Por eso dice Cátulo Castillo “Grita la calesita/ su larga cuita maleva/ cita que por la acera/ de Balvanera nos lleva. Vamos de nuevo, amiga/ para que siga con vos bailando, / vamos que su rutina/ la vieja esquina me está llamando. / Vamos, que nos espera/ con su pollera marchita/ esta canción que rueda/ la calesita”.
Yo me recuerdo que en mi barrio de La Falda en Bahía Blanca solía parar en una esquina a media cuadra de mi casa y era cosa de ir a verla todos los días y si nuestros padres nos daban unas monedas subirnos a ella -a mí me gustaban los cochecitos- y si éramos afortunados sacar la sortija para dar otra vuelta gratis. Todo era lindas y colorido, pero como dice el tango la música que giraba a su compás.
Galo Martínez en sus recuerdos también dejó su semblanza sobre una calesita de Maquinchao, pero que nunca llegó a funcionar y cita estos versos: “Dame de nuevo, calesita, el juego/ del valsecito de aserrín y un poco/ de la tristeza del matungo ciego/ o del caballo de loco. / Dame de nuevo, colorín, tu fuego/ que la sortija del recuerdo toco”.
Y termina su crónica: “Con la luna de enfrente y el estío/ te da la noche del suburbio cita/ te he de esperar de nuevo en el baldío/ como un grito sin sueño, calesita”.
Como padre y ahora como abuelo me tocó llevar a mis hijos y nietos a dar unas vueltas en la calesita, en Valcheta, Las Grutas o Viedma, y me parecía verme a mí de pantalones cortos con toda la inocencia y la alegría del mundo.
Humildemente les pido a las autoridades que dejen otra vez funcionar las calesitas, porque todos hemos sido niños alguna vez. Que la vieja magia no se rompa. Suerte a todos los calesiteros por vender unos minutos de alegría a los chicos, porque de eso se trata, ni más ni menos.
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