Un recorrido por las representaciones de Evita
Entre la desmesura y el fetichismo del cuerpo, un repaso por las distintas evocaciones que se realizaron sobre la figura de Eva Perón, en el 70° aniversario de su fallecimiento.
Emblemática y audaz, la figura de Eva Perón ha sido sucesivamente retomada desde la literatura, la poesía, el cine y el ensayo a partir de focos envolventes que entrecruzan la fascinación por narrar el derrotero de su cuerpo -una obsesión que conecta narrativas tan disímiles como las de Walsh, Borges o Viñas- y hasta instalan una ambigüedad problemática entre verdad y ficción como la que propuso el escritor Tomás Eloy Martínez en su célebre «Santa Evita», pero que en otro plano permiten rescatarla del pasado para ubicarla como un emblema de las luchas del presente.
Al cumplirse 70 años de su muerte, las investigadoras y docentes Soledad Quereilhac y Paola Cortés-Rocca, y el escritor y docente Juan Mattio, analizan las representaciones que circularon en distintos momentos históricos para pensar cómo jugaron la época y las condiciones sociales y políticas al momento de narrar a Eva Perón, al tiempo que ofrecen perspectivas compatibles para desentrañar insistencias y vacancias en torno a su figura, así como para entender los modos en que circuló desde la ficción quien ocupó y sigue ocupando un rol central en la narrativa política contemporánea.
Para Mattio, hay una serie o una repetición que insiste en las ficciones sobre la figura de Eva Perón, «cierta fascinación macabra con su cuerpo», y ejemplifica: «Los cuentos de Viñas, Walsh, Onetti e incluso Borges están centrados en la escena del funeral y el posterior secuestro del cuerpo. Lo mismo puede verse en ‘Santa Evita’, de Tomás Eloy Martínez. Habría otra serie, que incluye a Copi, Perlongher o Aira, donde la constante está en cierta desmesura asociada a Eva. Desmesura política, sexual o discursiva».
«Es extraño, pero en las representaciones que encontré en estas ficciones, parece haber cierta indiferencia por la figura de Eva mientras estuvo viva y ejerció el poder. Como si su fuerza hipnótica se multiplicara a partir de la muerte. Su ausencia está tan presente –y es tan actual- que se nos aparece como una figura ubicua», reflexiona el autor de «Tres veces luz», quien dictó cursos y talleres de lectura para abordar estas líneas temáticas.
Cortés Rocca es crítica cultural especializada en el cruce entre literatura y visualidad y escribió, junto a Martín Kohan, el libro «Imágenes de vida, relatos de muerte. Eva Perón: cuerpo y política», un ensayo publicado por Beatriz Viterbo en el que trabajan la lucha de sentidos en torno a la dirigente política. Al pensar en las insistencias que confluyen en las representaciones, distingue que uno de los elementos es «la legitimidad o ilegitimidad para estar en un lugar tanto de un lado como del otro: tienen que ver con su belleza, su juventud, con su ser esposa, no ser madre pero ser madre del pueblo, o posiciones inversas que justamente dicen que ocupa un lugar ilegítimo porque no es una funcionaria del gobierno (es solo la esposa del presidente) o porque es hija ilegítima».
Este aniversario de la muerte de la impulsora del Partido Peronista Femenino tiene al estreno de la serie «Santa Evita», una producción de Star+ basada en la novela de Tomás Eloy Martínez y protagonizada por Natalia Oreiro, como foco de atención. La investigadora y ensayista Soledad Quereilhac, quien analizó y trabajó esa ficción, sostiene que «hay un pacto ‘desleal’ de lectura».
«Tiene que ver con la torpe indistinción, a nivel de la técnica narrativa, entre lo ficticio y lo real, entre lo que está basado en documentos históricos (testimonios, memorias, filmaciones, entrevistas) y aquello que se inventa. Por supuesto que la narrativa literaria se dedica básicamente a contar ficciones, esto es, a hacer un arte de lo que no sucedió y puede ser contado. No es a eso a lo que me refiero. Si no a la muy mala resolución entre literatura e historia, entre non-fiction y novela, entre una perspectiva omnisciente y un exagerado protagonismo (autocelebratorio) de la voz narradora, que se presenta como la del mismo Tomás Eloy Martínez», argumenta la doctora en Letras de la Universidad de Buenos Aires.
Tomado también como base de una de las películas clásicas sobre la líder política como «Eva Perón», dirigida por Juan Carlos Desanzo sobre guión de José Pablo Feinmann, el libro tuvo varias reediciones y sobre esa historia Quereilhac aporta que «son muy significativas las anécdotas que Martínez relata en diferentes entrevistas, en relación con los equívocos que produjo su novela. Se jacta de haber ‘engañado’ a Feinmann, que tomó como real una escena narrada en ‘Santa Evita’ y que incorporó, por tanto, a su película. También se ha jactado de ‘engañar’ a la Unión de Obreros de la Construcción y la Unión de Obreros Metalúrgicos sobre una frase que Eva supuestamente nunca pronunció pero que aparece en su novela».
«Si esos equívocos se producen no se debe tanto al error de lectura, sino al tramposo planteo de la ficción; al mal resuelto juego entre convenciones genéricas (novela, non-fiction, relato histórico, periodismo de investigación) y, más profundamente, a una convicción netamente noventista de que la verdad histórica ya no importa, todo puede ser relato e invención, sin reglas siquiera formales. Tampoco la política parece importar. Hay un snobismo posmoderno, inevitablemente reaccionario, claro, que se impone por sobre sus propios materiales narrativos (la historia del cuerpo de Eva) para neutralizarlos políticamente y para bastardearlos históricamente», sostiene la investigadora del Conicet.
La autora de «Cuando la ciencia despertaba fantasías. Prensa, literatura y ocultismo en la Argentina de entresiglos» asevera que «como todo personaje importante de la historia, inscripto en un movimiento popular, Eva es ‘objeto’ de disputa ideológica, potenciado además por su condición de mujer, tradicional ‘objeto’ de manipulación de la cultura patriarcal».
Y en ese punto, define a la novela «Santa Evita» como «la expresión de una operación estético-ideológica sobre Eva: la neutralización absoluta de su potencia política, de su rol como líder política; la reducción de toda su persona a su condición de ignorante, puta y caprichosa como único eje de lectura de su aporte a la historia nacional; su utilización como motivo consagratorio de un autor, absolutamente entrometido en la voz de su propia novela, que está desesperado por transmitir su disciplinamiento machista sobre Eva y ocupar él, gran megalómano, el centro de la escena narrativa».
Al repasar representaciones sobre la impulsora de la iniciativa que permitió que más de 3,5 millones de mujeres votaran por primera vez el 11 de noviembre de 1951 en la Argentina, Cortés Rocca resalta que lo que prima «es la discusión por el espacio. Uno podría decir que se trata de un cuerpo fuera de lugar o en su lugar. Ese es el gran debate que se organiza en los modos de representarla».
La investigadora advierte que «fuera de las características de ser joven, bella, madre, esposa, cuando esas categorías caen o no tienen el lugar que tenían a mediados del siglo XX porque la legitimidad o ilegitimidad de los hijos es irrelevante hoy (parte de eso se lo debemos a leyes del peronismo impulsadas por Eva Perón), aparece la cuestión de Eva protofeminista».
Para Cortés Roca justamente se trata de «algo con lo que ella marcó ciertas distancias por lo que representaba el feminismo a mediados de siglo, más relacionado con lecturas de clases más ilustradas y educadas. Pese a eso, se la lee como una protofeminista por sus acciones, su capacidad de activar ciertos reclamos, no solo desde el voto sino con derechos civiles y políticos específicos como la ilegitimidad, el acceso al voto pero también una visibilidad del lugar de la mujer de la manera que sea y que se pueda, y no siempre tiene que ver con las armas que da el mismo sistema».
En ese sentido, identifica una paradoja: «un sistema patriarcal que pone a la mujer en el lugar subalterno a la vez le pide acceso a lugares de poder con las mismas armas que el mismo sistema propone. Por ejemplo, Eva hizo falsificar la partida de nacimiento para arreglar cosas que eran profundamente injustas, como reclamarle que hubiera nacido en un matrimonio legítimo, cuando no es responsabilidad de nadie dónde o cómo es concebido. Esa capacidad de ser pícara -o las tretas del débil- hace que se la lea como ícono de feminismos masivos e internacionales. Es una figura que sale del museo de la historia para ubicarse como un estandarte de las luchas del presente».
Por Emilia Racciatti (Télam).-
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