El cerebro político
Varias revistas norteamericanas publican comentarios de libros recientes que analizan, desde la óptica de la oposición demócrata, la cuestión electoral y el recambio presidencial del año próximo. Entienden que el partido está obligado a reflexionar sobre sus aparentes limitaciones para movilizar hacia el triunfo a un electorado que le es cuantitativamente favorable y sin embargo viene votando por los republicanos para la Casa Blanca. En la elección de la fórmula presidencial en el 2004 por ejemplo, siendo que mucho menos del 50% de los americanos es tan conservador como Bush o Cheney, éstos se hicieron del 52% del total de los votos.
De los libros que se analizan nos interesa aquí en particular uno que brinda argumentos que podrían también resultar útiles a la reflexión de argentinos políticamente afines porque apuntan netamente a una condición o característica de la masa de electores que parece universal. El hecho es que, a la vista de las elecciones generales del año que viene, el psicólogo Drew Westen quiere contribuir a que el partido político con el que simpatiza dé un giro a su mensaje tradicional y contemple un factor capaz de gravitar en el voto mayoritario, un factor psicológico que ejerció influencia decisiva en varias de las victorias republicanas de los últimos tiempos (Reagan dos veces, Bush padre, Bush hijo dos veces).
Con tal propósito Westen publica un libro bajo título «The political brain» (el cerebro político) y en él efectúa un análisis de las motivaciones fuertes que mueven a un electorado cuando tiene que decidir el voto para el Salón Oval. La intuición clave de este autor apunta a que, siendo que los demócratas asumen generalmente que los votantes hacen sus opciones basados en la razón, esto los conduce eventualmente al fracaso porque, según su drástica tesis, el cerebro político es un cerebro emocional.
La fe o creencia de los demócratas en la visión desapasionada de la mente viene de lejos en la historia. Arranca de lo que sostenían los iluministas del siglo XVIII que confiaron en la razón como algo supremo, una facultad apunta él que es útil para otros propósitos de la vida pero, según muestra la experiencia, es electoralmente una perdedora. Dice que los republicanos entienden mejor lo que el filósofo David Hume reconoció hace tres siglos: que la razón es esclava de la emoción, no al revés. Con la excepción de la era Clinton, los estrategos del partido demócrata se han asido con ingenuidad a la visión desapasionada de la mente y seguido las estrategias de campaña derivadas lógicamente de esa perspectiva, esto es: un discurso electoral que se enfoca en hechos, estadísticas, enunciaciones doctrinarias, costos-beneficios y apelaciones a la inteligencia y la reflexión.
En opinión de este psicólogo y experto en neurología y fisiología del cerebro, la devoción de los demócratas por la mente racional los ha conducido a errores tan gruesos como una patética presentación de sus ideas ante el electorado en ciertas coyunturas y el dar respuestas inadecuadas a los ataques de sus adversarios. Por errores de ese tipo de los que brinda elocuentes pruebas fácticas fueron derrotados por Bush tanto Al Gore como John Kerry al filo de las dos últimas campañas presidenciales. Uno y otro escogieron maneras inhábiles, hasta algunas veces sofisticadas y pedantes, de presentar sus ideas, confiando en que la apelación hacia aspectos objetivos de los problemas, utilizando antecedentes doctrinarios o legales, datos empíricos y cosas por el estilo, era lo indicado. Y tampoco sus equipos políticos supieron responder con fuerza de convicción a las maniobras dialécticas y golpes bajos que les propinaron, sobre todo al borde de las elecciones, algunos desprejuiciados campañistas del otro bando (la lista que exhibe de las picardías elaboradas bajo impulso de Karl Rove, asesor político de Bush, es de película)(1).
El autor del libro no se limita a criticar lo actuado sino que se esmera en aconsejar cambios y remedios para la campaña que vendrá. No sólo señala lo que los demócratas debieron haber hecho sino también cómo deberían proceder y actuar en lo futuro. Lo que aconseja esencialmente según su tesis de que el cerebro político es un cerebro emocional es que recurran a fuertes apelaciones de ese tipo, ancladas sin embargo en la verdad. Westen les pide una estrategia clara, un lenguaje que golpee en los sentimientos en todos los asuntos muy sensibles, desde el aborto a los derechos gays, desde terrorismo a impuestos, desde cuestiones raciales a la naturaleza del conservadurismo moderno. Se esmera incluso en imaginar como ejemplo una táctica que debieron haber adoptado los legisladores partidarios en la coyuntura del 2002 ante el compromiso de votar sobre la guerra a Irak, una movida que hubiera cambiado el tenor del debate y les habría ahorrado las dificultades políticas y los remordimientos actuales.
(1) Algunos de sus ejemplos. En el 2004 internet fue saturada con mails a votantes de estados como West Virginia y Arkansas, avisándoles que si ganaban los demócratas prohibirían la Biblia. Para otros estados estratégicos se hicieron llamadas computarizadas de falsos grupos pro gays a comunidades evangélicas pidiendo el voto por Kerry en razón de que éste permitiría el matrimonio gay en sus iglesias. En algunos casos se fabricaron reiteradas llamadas telefónicas a votantes despertándolos en medio de la noche con la invitación de votar por el partido demócrata, en mérito de que éste programaba prohibir la posesión de armas de fuego y deslegitimar a la «Rifle Association».
HECTOR CIAPUSCIO (*)
Especial para «Río Negro»
(*) Doctor en Filosofía.
Varias revistas norteamericanas publican comentarios de libros recientes que analizan, desde la óptica de la oposición demócrata, la cuestión electoral y el recambio presidencial del año próximo. Entienden que el partido está obligado a reflexionar sobre sus aparentes limitaciones para movilizar hacia el triunfo a un electorado que le es cuantitativamente favorable y sin embargo viene votando por los republicanos para la Casa Blanca. En la elección de la fórmula presidencial en el 2004 por ejemplo, siendo que mucho menos del 50% de los americanos es tan conservador como Bush o Cheney, éstos se hicieron del 52% del total de los votos.
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