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Las flaquezas del sistema de inteligencia

Hugo Alconada Mon *


Mientras la Justicia argentina procura determinar qué pasó, en el país encarnamos aquella famosa frase atribuida a Sócrates: “Solo sé que no sé nada”


Desde hace varios días hay un avión retenido en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza, el más importante de la Argentina. Sus tripulantes, iraníes y venezolanos, no pueden salir del país por orden judicial. ¿Qué pasó? No se sabe. Y ese es el problema. Una fiscal investiga por qué vinieron al país, qué trajeron y quiénes son. Porque incluso sus identidades están bajo sospecha, dejando al desnudo las flaquezas del sistema argentino de inteligencia y prevención contra el terrorismo.


El vuelo aparentó ser uno más. Un Boeing 747 de Emtrasur Cargo, subsidiaria de la aerolínea estatal venezolana Conviasa, viajó desde Caracas a la Argentina a principios de junio. Aterrizó en Córdoba y luego en Buenos Aires, descargó la mercadería que trajo y allí empezaron los problemas: dos empresas petroleras se negaron a repostarle combustible ante las sospechas que merodeaban a la aeronave.


Pero las autoridades argentinas no reaccionaron y dejaron que el avión volara hacia Montevideo, Uruguay, donde planeaba llenar sus tanques para seguir rumbo hacia Caracas. El problema fue que, ya en pleno vuelo, desde Uruguay le prohibieron ingresar a su espacio aéreo y debió retornar a la Argentina, donde entonces sí repicaron las alarmas que llegaron desde otro país por donde antes había pasado la aeronave: Paraguay.


Los vericuetos de la historia no terminan allí. Primero, porque en el avión llegaron 19 tripulantes cuando bastaban cinco para operarlo. Segundo, porque cinco son iraníes y al menos uno, el piloto, se llama como alguien vinculado a la Guardia Revolucionaria Islámica–Fuerza Quds iraní, identificada como una fuerza terrorista por Estados Unidos. Tercero, porque el avión figuraba entre las aeronaves de la aerolínea iraní Mahan Air que estaban sancionadas por Washington y, por tanto, sujeta a un posible decomiso. Cuarto, porque varios miembros de la tripulación habían volado antes a Ciudad del Este, en la Triple Frontera entre Paraguay, Brasil y Argentina, donde desde hace décadas operan células que financian el terrorismo internacional. Y quinto, porque a esa altura ya habían llegado a Buenos Aires alertas de los gobiernos de Paraguay, Estados Unidos e Israel sobre el vuelo, el avión y los tripulantes.


El incidente reflejó con pasmosa claridad las flaquezas institucionales de la Argentina, que solo reaccionó cuando ya era demasiado tarde. Pasaron días hasta que la Justicia comenzó a investigar a los tripulantes y revisar qué llevaban consigo. Si alguno tenía algo que entregar en la Argentina o que debía eliminar, le dieron demasiada ventaja. Y aun así, por ejemplo, apareció una tablet encriptada que nadie reconoce como propia.


Eso no fue todo. Porque los argentinos pudieron ver y escuchar al flamante jefe de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), Agustín Rossi, aventurando por televisión que eran 19 los tripulantes porque en realidad los iraníes volaron como instructores de los venezolanos. Esa puede ser la explicación, pero lo preocupante fue que el funcionario aclaró que no tenía información, sino que expresaba “una presunción” y “una deducción”. Sí, especuló por televisión, en vivo y en directo, como si fuera un opinólogo más, en vez del jefe máximo de los espías argentinos.


No solo eso. El ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, primero dijo que tenía datos que vinculaban al piloto “a empresas relacionadas con la Fuerza Quds de La Guardia Revolucionaria de Irán” y dos días después sostuvo que en realidad se trataba de “un homónimo”, solo para terminar desmentido por el Buró Federal de Investigaciones de Estados Unidos, que le confirmó a la Justicia argentina que el piloto está “asociado” a la Fuerza Quds y Hezbolá.


Así, mientras la Justicia argentina procura determinar qué pasó, en Argentina encarnamos aquella famosa frase atribuida a Sócrates: “Solo sé que no sé nada”. Porque lidiamos con un avión que no tenemos claro si es venezolano o iraní, porque no está claro si Teherán lo vendió o arrendó; no sabemos si solo arribó como transporte de carga o algo más; no tenemos certezas sobre las identidades de los tripulantes iraníes y para qué vinieron a Ciudad del Este y a Buenos Aires, ni qué hicieron en la Triple Frontera durante 48 horas. Tampoco desde cuándo estuvo al tanto el sistema de inteligencia argentino y si aplicó medidas de prevención o seguimiento, o si solo se enteró por agencias de otros países cuando ya era demasiado tarde.


El jefe de los espías aportó, sin embargo, algunos indicios: “En Argentina, ninguna de las petroleras le cargó combustible. El miércoles salieron hacia Uruguay, tampoco le cargaron combustible (…) Ahí se nos informa. Desde Inteligencia se investiga a los tripulantes venezolanos e iraníes. Estaba todo correcto”, comentó Rossi. Y de sus dichos surge que las empresas petroleras reaccionaron de la forma en que no lo hizo el gobierno argentino, que el sistema de inteligencia local solo reaccionó cuando el avión ya había aterrizado en suelo argentino y su análisis concluyó que estaba “todo correcto”… aunque el FBI informó luego lo contrario.


El colofón resulta inquietante: ¿Qué hace y para qué está el espionaje argentino? Los datos oficiales señalan que, durante 2021, “la AFI intervino en 72 alertas relacionadas con terrorismo, su financiamiento o la difusión de propaganda extremista”. Pero sus últimas intervenciones conocidas oscilaron entre lo patético y delictivo, como cuando se abocó a espiar a políticos, sindicalistas y periodistas —incluido yo— durante el anterior gobierno de Mauricio Macri. Y ahora se les escapó la llegada de un avión con iraníes. Más que a Sócrates, los espías argentinos podrían invocar a Diego Armando Maradona: “Se les escapó la tortuga”.

* Periodista y abogado. Servicio The Washington Post


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