Lecturas: «Siempre hemos vivido en el castillo», de Shirley Jackson
“Siempre hemos vivido en un castillo”, de Shirley Jackson, es una obra maestra de esta autora admirada por Stephen King. ¿Produce terror?. No, produce espanto. Sin sangre, con algo de humor retorcido, Shirley Jackson nos mantiene clavados en una historia con un desenlace inesperado, planteado en apenas dos líneas.
Shirley Jackson publicó este libro que editó Minúscula en 1965, tres años antes de su muerte, y se considera uno de sus trabajos más logrados. Conocida por su obra de terror (que incluye el libro convertido luego en película “La maldición de Hill House”), Shirley Jackson escribió muchos cuentos para The New Yorker sobre mujeres y tareas domésticas, hasta que se despachó con “La lotería”. Los lectores que la adoraban, la maldijeron y amenazaron con dejar de comprar la revista. ¿Por qué? Porque el cuento deja ver que los habitantes aparentemente civilizados y amables de un pueblo, esconden verdaderos monstruos. Mirarse en ese espejo fue un insulto para muchos. “La lotería” es un cuento de horror sin elemento sobrenatural y hoy es considerado un clásico. Desde hace más de treinta años es de lectura obligatoria en los colegios secundarios de Estados Unidos.
Un castillo nada mágico
«Me llamo Mary Katherine Blackwood. Tengo dieciocho años y vivo con mi hermana Constance. A menudo pienso que con un poco de suerte podría haber sido una mujer lobo, porque mis dedos medio y anular son igual de largos, pero he tenido que contentarme con lo que soy. No me gusta lavarme, ni los perros, ni el ruido. Me gusta mi hermana Constance, y Ricardo Plantagenet, y la Amanita phalloides, el hongo mortal. El resto de mi familia ha muerto.»
Así empieza “Siempre vivimos en un castillo”, con la voz de Merricat (el apodo de Mary Katherine), una narradora de apariencia infantil y encantadora.
La novela cuenta la historia de dos hermanas que viven en un “castillo”, seis años después de que toda su familia muera envenenada durante una cena. Casi nadie sobrevivió al banquete, a excepción del tío Julian, que apenas se vale por sí mismo desde entonces; Merricat, que estaba castigada sin cenar esa fatídica noche, y Constance, que fue la encargada de hacer la cena, pero no probó el plato.
En sillas de rueda y condenado a su habitación, el tío Julián escribe obsesivamente sobre aquel hecho para que nada se le escape, o se le olvide. ¿Ocurrió o no ocurrió?, pregunta a veces, cuando duda de sí mismo.
Una de las dos, Merricat o Constance, es la envenenadora. Y aunque hubo un juicio tras las misteriosas muertes de esa noche, las pruebas no fueron suficientes para enviar a nadie a la cárcel.
El pueblo, de todos modos, odia y desconfía a esas sobrevivientes, dueñas de unas las casas más lindas del pueblo.
Lo que parece sencillo y rutinario en el relato, se va retorciendo. La “tontuela Merricat”, como a veces la llama su hermana, narra los hechos con desapego y sencillez casi infantil. Y enseguida, el lector se siente inclinado a empatizar con esa pequeña huérfana que (sobre)vive con su hermana y su tío enfermo; que acepta ser la única que va hasta el pueblo a comprar algunos alimentos aunque allí todos se burlen de ella y de su extraña familia, y que intercala su agobiante rutina con fantasías de magia y brujería, como enterrar objetos en el inmenso parque que rodea la mansión, como si fueran talismanes contra los infortunios. Y he aquí donde Shirley Jackson, maestra en el arte de enrarecer lo aparentemente cotidiano, tiende su sombra: Merricat no es tan inocente, ni es una niña, aunque sus comportamientos nos hagan pensar en una criatura de 12 años: tiene dieciocho años y es casi salvaje.
Todo suena así en este libro: como un cuento de hadas fallido, oscuro, maltrecho. Ni el castillo es un castillo, ni el azúcar era dulce (era arsénico), ni los talismanes funcionan para que lo que queda en pie de la familia Blakwood se salve o resista ante la llegada de un primo maleducado, invasivo, maltratador.
Según dijo más de una vez la propia autora, Merricat y Constance Blackwood son dos caras de una misma moneda.
Hipnotizados por el relato, Jackson lleva suavemente a los lectores hacia un pasillo oscuro. Y lo que al principio parece una vida rutinaria, suspendida, gótica y claustrofóbica, se va enrareciendo, demasiado, hasta un final… ¿feliz?… Espeluznante.
Quiés es Shirley Jackson
Shirley Jackson murió a los 48 años, en 1965, de un ataque cardíaco. Escribía en el escaso tiempo que le dejaba ser, además, ama de casa. Fue autora de dos memoirs sobre su familia, muy adelantados a su época, con títulos como Criando demonios. Sufrió de agorafobia; abusó de las anfetaminas. Escribió seis novelas, más de cien cuentos y cuatro libros para chicos.
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