Okinawa, el paraíso puede esperar
Eduardo Tempone *
Más allá de atesorar el secreto de la longevidad, de las bondades de su clima subtropical y de las aguas de tonos turquesas que bañan sus playas, hoy, la isla japonesa de Okinawa, está atrapada, otra vez, en los vaivenes de la política internacional.
Ubicada en el área del Indo-Pacífico, concepto geoestratégico muy en boga en estos días, centro de las rivalidades y competencias de las principales potencias regionales y del mundo, Okinawa se debate entre el cielo y el infierno.
Si bien después de la invasión rusa a Ucrania, el foco mediático se detuvo en Europa del Este, un nuevo guiño en la historia pone otra vez a la isla en la primera línea de las disputas militares y económicas.
Ya en 1945, pocos meses antes del lanzamiento de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, Okinawa quedó prácticamente arrasada en una de las batallas más cruentas de la guerra del Pacífico que se llevó más de 200.000 vidas. Pero la guerra nunca terminó para sus habitantes.
El territorio estuvo ocupado por bases militares estadounidenses desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y recién el 15 de mayo de 1972 Okinawa fue restituida al dominio japonés. Después de 50 años de aquel histórico acontecimiento, el objetivo inicial de convertir a la isla en un espejo de paz y prosperidad sigue incompleto. Sus habitantes han reclamado en vano la reducción de la presencia militar en su vida cotidiana, pero los Estados Unidos todavía mantienen en la isla el 70 por ciento de todas sus bases militares en Japón.
Las tensiones en el área generan miedo, y ese miedo conduce al rearme. La parte del gasto militar en la región, comparado a nivel mundial, aumentó considerablemente en los últimos años, y alcanzó su pico en 2021.
Una clara señal del empeoramiento del panorama regional es la seguidilla de acuerdos y diálogos sobre seguridad que en distintas configuraciones se realizaron recientemente. En septiembre, el hermanamiento militar de los Estados Unidos, Reino Unido y Australia (AUKUS) se presentó como una alianza de disuasión en la región. Para Pekín se trata de un movimiento más para construir una OTAN del Pacífico contra China.
Simultáneamente, China traza su propio camino y, en los últimos meses, logró un acuerdo de seguridad con las Islas Salomón, y adelantó sus planes para una serie de visitas a varios países insulares del Pacífico, en busca de nuevos acuerdos bilaterales sobre seguridad y cooperación comercial.
De hecho, por esa zona transcurre un tercio del transporte marítimo mundial que mueve trillones de dólares al año, y bajo esas aguas hay ricos depósitos de petróleo y gas, y sobre todo, mucha pesca. Representa el 60% de la economía mundial y es el hogar de la mitad de la población del planeta. Su importancia no hará más que crecer en los próximos años. Se prevé que, en 2030, la inmensa mayoría (90%) de los 2.400 millones de nuevos ciudadanos pertenecientes a la clase media procederá de esa parte del mundo.
En medio de todo ese dinamismo económico, la estabilidad regional se ve cada vez más amenazada: disputas marítimas y terrestres, crisis y conflictos internos, y la creciente pugna geopolítica entre los Estados Unidos y China. Ahora, enfocada en Taiwán, agrega más leña al fuego en lo que para algunos se trata del inicio de una nueva Guerra Fría.
Y si bien a principios de este siglo se creía que el Asia-Pacífico había alcanzado una estabilidad inédita desde la Segunda Guerra Mundial, los conflictos, la tensión sobre Taiwán y la competencia económica han ubicado a la región en un escabroso camino hacia el centro de la geopolítica global.
Para los habitantes de Okinawa, uno de los cinco lugares “azules” del mundo, la esperanza de convertir la isla en un perfecto paraíso es aún una utopía.
* Diplomático
Eduardo Tempone *
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