El valor de la palabra
Daniel E. Gutiérrez
NEUQUÉN
No me voy a referir a la palabra de los políticos que -de por sí y claramente- no sirven para nada, sino que voy a referirme a una cuestión mucho más concreta y terrenal como lo es el conseguir que quien brinde un servicio u oficio a una casa de familia cumpla con sus promesas.
Cito solo dos ejemplos recientes: necesitaba un plomero para varios arreglos menores en casa; el primero que llamé recién podía en julio…. llamó a un conocido suyo y…. tampoco. Por ello recurrimos a una persona que ofrecía sus servicios a través de un volante que estaba en un importante negocio vinculado con la construcción; me comuniqué y quedó en venir el jueves a las 19; a las 18 lo llamé y me confirmó que venía para ver los trabajos y presupuestarlos; a las 19.15 me dijo que todavía estaba trabajando y me ofrecía venir el viernes -sin falta- a las 19. Llegó el viernes y a las 19.15 le envié un mensaje por WhatsApp para ver si iba a venir pero… nunca respondió.
Otro ejemplo: necesitaba que el técnico que instaló la alarma tiempo atrás, viniera a realizar una calibración de los sensores; su primer respuesta fue que entre lunes y martes iba; por supuesto no vino; le reclamé y me indica que vendría en los próximos días y… todavía estoy esperando… sentado, porque parado me voy a cansar en extremo.
¿Esta gente es consciente de lo que representa el respeto al tiempo “del otro” (claramente no les importa nada) y del compromiso de la palabra empeñada, que, como se advierte, no vale nada?
Tal vez haya que pensar en Defensa del Consumidor donde, concretada una visita que no se cumple, existiera alguna punición para evitar este manoseo y falta de respeto.
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