El error de cálculo de Putin
El pedido formal de Suecia y Finlandia para ingresar a la Organización del Atlántico del Norte (OTAN) dejó en claro cómo las ambiciones y los errores de cálculo de los gobernantes pueden derivar en consecuencias geopolíticas duraderas, inesperadas y a veces contrarias a los intereses de quienes las impulsaron.
Uno de los ejes del relato del presidente ruso Vladimir Putin para invadir a sangre y fuego Ucrania fue la “amenaza” que representaba para los “intereses vitales” de su país la expansión de la alianza militar occidental (creada en la Guerra Fría por EE.UU. y Europa ante una posible agresión de la Unión Soviética) a los países que alguna vez fueron parte de la zona de influencia de Moscú. La acción militar fue presentada como una reacción casi “natural” a la intención del presidente Volodimir Zelenski de unirse a esta alianza, que en el relato neoconservador de Putin y parte de la elite rusa busca “acorralar” y someter a su país.
Sin embargo, a tres meses de la aventura militar, la estrategia de Moscú logra resultados contrarios a los esperados: Ucrania no fue la victoria relámpago que imaginó y se encamina a una larga guerra de posiciones, donde la brava resistencia de los ucranianos es apoyada con dinero, logística y armas de la principal potencia mundial y Europa. El objetivo de Rusia parece reducirse ahora a controlar o anexar el este y una franja del sur de Ucrania que le permitan unir por tierra a la Península de Crimea, anexada por esa potencia en 2014.
Más aún, el pedido de Suecia y Finlandia para ser miembros plenos de la alianza atlántica contradice la intención de Putin poner a Ucrania como advertencia a cualquier país vecino que quisiera sumarse al bloque liderado por Estados Unidos. Finlandeses y suecos interpretaron el mensaje al revés: si Ucrania fue invadida por no estar protegida por el artículo 5 de asistencia mutua del tratado de la OTAN, entonces el camino es buscar el amparo de esta norma cuanto antes.
Lo peor para Putin es que ese pedido fue realizado por dos países que históricamente han defendido su neutralidad, sea por motivos estratégicos (Finlandia es un país pequeño que comparte 1.300 kilómetros de frontera con Rusia y busca mantener una buena relación) o ideológicos (la socialdemocracia sueca tiene una tradición de autonomía en política internacional). Sin embargo, el horror ante las imágenes y los relatos en Ucrania dio vuelta dramáticamente la percepción tanto de los dirigentes como de la opinión pública en ambos países: hoy el 76% de los finlandeses (en enero era sólo del 28%) y casi el 60% de los suecos avala entrar a la OTAN. Suecia ya reinstaló el servicio militar y aumentó sustancialmente su gasto en defensa.
Si bien las solicitudes de Suecia y Finlandia deben aún enfrentar el veto de Turquía, de concretarse pondría a la OTAN y a dos ejércitos bien entrenados, pertrechados y expertos en guerra ártica ante sus fronteras y con acceso al Mar Báltico. Una ola de solidaridad con Ucrania recorre a los países del este europeo e incluso aliados históricos de Rusia, como Bulgaria, reconsideran posturas.
El error de cálculo de Putin ha sido enorme. Lejos de fortalecerlo, la injustificada agresión a Ucrania deja su gobierno más aislado en el plano internacional. La guerra y las sanciones económicas han generado una crisis energética y alimentaria de escala planetaria, con el riesgo de que el conflicto se extienda, reflotando una amenaza nuclear que parecía olvidada.
Es real que las potencias y sus intereses definen la agenda global. Pero ello no debe hacer olvidar que el avance de las normas e instituciones internacionales, con todas su deficiencias y limitaciones, ha sido la mejor forma de mantener una relativa paz en el mundo globalizado. En todo caso, la preocupación debiera ser reformarlas para hacerlas más eficaces, democráticas e igualitarias. La alternativa es volver a la Guerra Fría, o peor aún, al siglo XIX, donde el poder de los Estados y sus objetivos egoístas sean la norma y el equilibrio militar la única y frágil garantía de la estabilidad global.
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