La historia de quienes le dieron vida a Colonia Josefa
Griselda Montelpare tiene 78 años. Nació y vivió toda su vida en esos terrenos del valle Medio que tomaron forma en 1902, cuando un grupo de inmigrantes comenzó a edificar su lugar en el mundo. Memoriosa, recuerda la historia de sus abuelos y bisabuelos.
Don Armando Montelpare tenía apenas 20 años cuando llegó a Colonia Josefa, un sitio solitario que forma parte del Valle Medio, y sobre todo un lugar en el mundo que albergó a muchos inmigrantes que llegaban de Europa, en busca de nuevos horizontes y tierras para trabajar, allá por el 1900. Fue don Mauricio Mayer quien le dio el nombre al lugar, allá por 1902, en honor a su amada hija Josefa.
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Hoy, la colonia se ve despoblada, desierta. Solo quedan algunas pocas familias que la habitan. Griselda Montelpare, hija de aquel joven veinteañero y soñador que forjó su destino en estas tierras bendecidas por la naturaleza, rememora la historia de sus padres y abuelos que habitaron ese lugar.
“Ahora, en Colonia Josefa solo quedan las ruinas de la mansión de Mauricio Mayer”, cuenta Griselda. “La casa donde vivía Mayer era soñada, tenía escaleras de mármol blanco en la entrada”, rememora.
Griselda tiene 78 años y nació allí, en la colonia. Toda su vida la desarrolló en ese lugar: se casó y crió a sus hijos junto a su esposo Aurelio López y asegura con una sonrisa fresca y sincera tener una excelente memoria para el relato de la historia que le transmitieron sus padres. “A mi edad tengo la memoria intacta, aunque ya no me cocino en el primer hervor”, afirma sonriendo.
Por aquel entonces, en Italia ya se hablaba de la guerra que se avecinaba. “Mi abuelo paterno, don Nazareno Montelpare arribó a la Argentina huyendo de la situación que ya todos padecían”, cuenta con gran firmeza y dice que “se juntaron un montón de primos para salir a la América”.
Algunos se fueron hacia América del Norte, porque en Canadá hacían ferrocarriles, y en aquellos años era furor el uso de ese transporte. Otro grupo de parientes eligió América del Sur.
Su abuelo, don Nazareno llegó solo al país, en 1908 y se instaló en Bahía Blanca. Después llegaron los primos. Muchos de ellos se fueron a Cipolletti.
En sus comienzos, Nazareno trabajó en los hornos de ladrillos de Aldea Romana. “Ese fue su primer trabajo”, cuenta Griselda. Luego pudo comprar un terreno en Villa Mitre y se hizo una casita con sus propias manos. Pero le faltaba su compañera, que se había quedado en Italia, por lo que decidió regresar a sus tierras, en busca de su amor, Teresa Pertecarini.
Según cuenta Griselda, en Italia, su “nonita” Teresa esperaba el regreso de su amado cada día, mientras cuidaba las ovejas que pastaban. Su sueño se cumplió una tarde, que ella siempre rememoraba y que le contó a Griselda. “Ese día, al cerrarse el cielo por la tormenta que se aproximaba, la muchacha emprendió su regreso asegurando el rebaño a resguardo. En el pueblo se decía ¡llegó el americano, ¡llegó el americano! Era la noticia que más esperaba Teresa, su amor había regresado por ella”, relata.
Nazareno y Teresa se casaron en Italia, y enseguida viajaron hacia Villa Mitre donde los esperaba la casita hecha por el mismo Nazareno.
Al cabo de un tiempo en ese lugar leyeron en el diario “La Nueva Provincia”, de Bahía Blanca, que en la isla chica – territorio de Río Negro (cruzando el río, cerca de Colonia Josefa) otorgaban predios de tierra para trabajar.
Después de averiguar, se dieron cuenta de que ellos no iban a poder adquirirlas. “Vinieron en busca de tierras, pero no se conseguían: solo se las daban a familias de renombre y poder. Después de muchos años se pudo comprar unas hectáreas”, acotó la mujer.
“Mis dos abuelos, recién casados, se instalaron en la isla chica. Mi abuelo construyó la balsa en el lugar que fue muy útil por muchos años, para cruzar el río”, comentó la mujer.
En ese entonces, el río era navegable y en las tierras de la colonia se producía una importante cantidad de toneladas de alfalfa. Por esa vía recibían los materiales y elementos que les eran necesarios para edificar o producir.
Pero Griselda también recuerda que cuando ella tenía apenas tres años sucedió una tragedia con la balsa: el 10 de noviembre de 1946, un camión que venía curva contra curva, pasó de largo. “La gente venía de un pic-nic en la colonia. Fue un hecho que marcó un antes y un después para la balsa, que era tan útil por el servicio que prestaba. Después de muchos años se hizo un puente y solo quedó el Paso Montelpare.
Antes, para ir a la isla de Choele Choele habían dos balsas: una en Choele y otra en Pomona, hasta que se pudo hacer el puente. Es desde aquella isla desde donde su papá Armando cumplió su sueño cruzando a caballo para instalarse en Colonia Josefa. “Papá amaba la colonia”, relata Griselda orgullosa y afirma que “es la historia del inmigrante que, con mucho sacrificio hizo historia porque “nadie los ayudó, todo era a pulmón”.
La otra rama
La historia de sus abuelos maternos es toda una novela de amor y pasión, acompañada por algunas lágrimas. Según cuenta Griselda, su abuelo materno ,Juan Escobar, no tenía originalmente ese apellido. “Las dinastías son bravas porque te obligan y en aquella época, los hijos varones de las familias de renombre tenían que ser curas o militares y debían casarse con una mujer de la elite”, dice Griselda a RÍO NEGRO.
La familia poderosa a la que se refiere Griselda era de apellido Ponce de León y residía en Lomas de Zamora, provincia de Buenos Aires.
Según cuenta la mujer, se trataba de su bisabuelo, un apuesto joven llamado Pedro Ponce de León que se había enamorado perdidamente de Palmira Moyano, una joven criolla. Esta relación no fue bien recibida en la familia, por lo que Pedro decidió dejar todo por su amor. El hombre viajó a Chile, donde cambió su apellido por el de Escobar. Y con nombre y apellido nuevo, se casó como quería con Palmira, renunciando a todos los honores y a cuantos mandatos familiares le imponían en honor a su apellido. De este matrimonio nació Juan Escobar, el abuelo de Griselda.
El abuelo Juan se desempeñaba como telégrafo y empleado del Correo, por lo tanto se veía en la obligación aceptar cuanto traslado se le designara.
En uno de esos traslados, Juan llega a Coronel Pringles y es donde el destino cambió rotundamente su camino. “En Pringles conoce a mi abuela, Vera Starck Haige, de nacionalidad alemana e hija de una escritora y filósofa alemana, que había huido de la guerra. Mi abuela llegó a Coronel Pringles con 12 años recién cumplidos, justo en el año del Cometa Halley”, relata Griselda.
En busca de un lugar para pasar la noche, Juan Escobar llega a un hotel y conoce a la joven Vera, “una muchacha rubia con unos ojos tan azules como el mismísimo cielo. Fue amor a primera vista”, asegura Griselda.
Pero lo cierto es que Vera estaba casada con el dueño del hotel, un hombre de apellido Klemen, con el cual tenía un hijo.
Un poco más atrás
Antes de ese flechazo, hay que retroceder un poco en el tiempo para saber cómo llegó Vera a Coronel Pringles. Sucede que en aquella época, en Pringles, se instalaron muchos alemanes.
El padre de la joven Vera Stark, don Carlos Augusto Starck, se había ido a estudiar la carrera de Geología a Hamburgo, Alemania, y allí conoció a Olga Haige. Se enamoraron y casaron.
Carlos Starck regresó a la Argentina, compró un campo en Pringles, se hizo una casa y mandó a buscar a Alemania, a su esposa e hijas, Olga, Vera y su hermana más pequeña. Pero a Olga, los campos argentinos no le gustaron, así que decidió volver a su Alemania natal junto a su hija menor. Vera quedó con su padre.
Apenas adolescente, Vera se casó con el dueño del hotel, el hombre mayor de apellido Klemen, que se enamoró de la joven. Sin embargo, según cuenta Griselda, Vera se dio cuenta de que no era el amor de su vida, cuando Juan Escobar llega aquella noche al hotel.
“Para mi abuela Vera fue un amor a primera vista que duró toda su vida”, afirmó Griselda. “Nada ni nadie pudo impedir que Vera y Juan se enamoraran por el resto de sus vidas».
Vera dejó todo y se fue con Juan, y juntos, fueron trasladándose a cuanto lugar el correo lo enviara: desde Sierra Grande a la Base Naval.
Al cabo de un tiempo, a Juan lo trasladan a San Antonio Oeste y posteriormente lo nombran Jefe de Correo, para instalarse definitivamente en Colonia Josefa. La pareja tuvo 9 hijos; la mayor fue Dora, que fue la madre de Griselda.
Juan y Vera vivieron toda su vida en la casa que pertenecía al correo, en Colonia Josefa. Y aunque hoy quede poco en pie en ese lugar, ahí sigue Griselda, recordando a quienes hicieron la historia de esa porción del Valle Medio.
Don Armando Montelpare tenía apenas 20 años cuando llegó a Colonia Josefa, un sitio solitario que forma parte del Valle Medio, y sobre todo un lugar en el mundo que albergó a muchos inmigrantes que llegaban de Europa, en busca de nuevos horizontes y tierras para trabajar, allá por el 1900. Fue don Mauricio Mayer quien le dio el nombre al lugar, allá por 1902, en honor a su amada hija Josefa.
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