Discriminación en las escuelas: acción y reacción
Los víctimas y victimarios sufren por igual, son expresiones sociales que debemos escuchar. También sufren quienes callan, observan y no accionan. Esa supuesta “no acción” es parte del problema.
Laura Collavini/ Psicopedagoga
lauracollavini@hotmail.com
Peleas, insultos, denuncias por discriminación. Violencia. Agresiones. Dentro del aula, por fuera. En los recreos, a las salidas. A través de las redes sociales. No son sólo actitudes de niños y adolescentes: también de los adultos.
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Tanta cantidad de denuncias en relación a todo esto me llama poderosamente la atención. Sin embargo, hay un punto en el cual quiero hacer foco. La discriminación en las escuelas.
Cada vez se registran mayor cantidad de reuniones de padres al respecto, se acercan al colegio para contar, pedir ayuda, solicitando que intervengan de alguna u otra forma.
También voy a hacer foco en el uso del barbijo. Pero, ¿por qué los uno? Intentaré ser clara. Para tal fin los llevaré a un poco de historia. No tan lejana.
Recuerdo, seguramente al igual que ustedes, queridos lectores, los recreos y los juegos en el patio de cada escuela. Recuerdo muchos juegos bellísimos. Nunca paraba de jugar y correr. Soga, elástico, poliladron, mancha de un millón de formas (manteca, congelada, televisor, etcétera). Volver al aula era siempre guardar unos minutos para volver a respirar. Me solía pasar que en esos 10 o quince minutos había olvidado qué estaba escrito en el pizarrón.
En esa riqueza del recreo charlábamos, debatíamos quién era quién, si la regla era clara o no, si la queríamos hacer de otra forma. Se acercaba la maestra para decir que alguno quería sumarse. Eran actividades diversas y súper dinámicas. Seguro contábamos al menos con un par de ojos adultos atentos.
Si había sucedido algún conflicto ya sabíamos que íbamos a tener que accionar nuestra cara de “póker” para zafar. Era en esos momentos cuando preferíamos volver a las duras matemáticas antes que seguir escuchando los retos de la seño.
Épocas de cuerpo, de palabras, de debate, de miradas que hablaban hasta incluso el pelo. Si la trenza o colita se movían fuerte dándonos vuelta la cara era claramente una declaración de rechazo. Por supuesto, provocaba reacción. Me quedo acá en la historia. Hago ese pequeño recorte para marcar esto. “Acción-reacción”. Ante una acción se desencadena una reacción que da lugar a una nueva acción. ¿Pero si no hay acción?
La vida escolar es un gran laboratorio de la vida. Supone mostrarse, sentirse expuesto por momentos, buscar herramientas para superar conflictos, observar las virtudes, aprender de otros, con otros. Reconocerse parte de una sociedad.
En esta exposición contamos con un cuerpo. El que nos transporta. Las dudas, los sufrimientos, los deseos ocultos, los miedos. Cada uno hace lo que puede con él. Lo muestra, lo expresa, lo reprime, lo oculta.
El barbijo nos fue útil para protegernos de un virus complejo. ¿Por qué aun en las escuelas muchos niños y adolescentes prefieren seguir llevándolo? ¿Protección al virus o a la exposición?
La sobrecarga de pantallas anula al cuerpo. Lo deja inmóvil, sin acción. Son horas de aprendizaje que les quitamos y son difíciles de recuperar. Los movimientos comienzan a ser torpes, las miradas perdidas. Los códigos de comunicación, confusos.
Sin embargo, seguimos comprándoles dispositivos y dejamos que se instalen en las pantallas que los ocultan, al igual que los barbijos, de la expresión.
Un niño que fue criado entre pantallas y anulando su cuerpo tendrá más obstáculos que derribar al momento de hacer amigos, no sabrán cómo afrontar las contestaciones cotidianas ante una pelea. Son agresiones. Salir a la calle puede convertirse en un momento temido.
Es habitual escuchar a los chicos comentar que no saben qué decir ante un comentario de algún compañero que no les gustó. Les cuesta responder en forma sencilla y clara. Directa. Suelen decir. “Si le respondo lo tengo que matar”… ¿Por qué? ¿Por qué no se puede responder, así, simple? “Me molesta lo que me decís”, o alguna otra respuesta que exprese con palabras las sensaciones y sentimientos.
Hacíamos referencia en notas anteriores a los matices de la vida. Entre “matar a alguien” porque no me gusta cómo se refirió a mi y defenderme con palabras hay muchas cosas para trabajar. La palabra como mediadora entre el cuerpo, la mente y el alma. Si no se ejercita el diálogo que implica a la mirada, no crece.
Ir corriendo a hablar al colegio es una acción concreta y oportuna de los padres para acompañar a sus hijos. No debe ser la única. Afianzar su confianza haciéndolos salir de la habitación para conversar, compartir actividades, ensayar respuestas posibles sin ponerlos en víctimas son algunas de las propuestas.
Los víctimas y victimarios sufren por igual, son expresiones sociales que debemos escuchar. También sufren quienes callan, observan y no accionan. Esa supuesta “no acción” es parte del problema.
Me encanta leer sus comentarios. Los invito a hacerlo en la web del diario o a laucollavini@gmail.com
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