El impacto de Vladimir Putin
Por: James Neilson
Para el canciller alemán Olaf Scholz, un hombre que a su modo encarna la moderación centrista, es cuestión de un cambio histórico; luego de más de setenta años de enorgullecerse de su pacifismo, el país más poblado y rico de la Unión Europea quiere volver a ser una potencia militar. Pero Scholz no es el único europeo que está tratando de adaptarse a lo que llama la “nueva realidad creada por Vladimir Putin”. La lucha valiente de los ucranianos por defender su patria contra los rusos ha despertado sentimientos latentes que, durante más de medio siglo, las elites políticas y culturales del Viejo Continente, consideraban primitivos.
Desde el punto de vista oficial, por llamarlo así, cualquier forma de nacionalismo era mala y, puesto que la paz era preferible a la guerra, siempre sería mejor procurar apaciguar a los enemigos ofreciéndoles ventajas comerciales.
Creían en el “poder blando”, en un mundo en que a nadie se le ocurriría procurar adueñarse del territorio ajeno por la fuerza, razón por la cual se resistían a gastar dinero en las fuerzas armadas. Total, nunca las necesitarían.
¿Siguen pensando así los líderes europeos? Aunque algunos se mantienen fieles a la ortodoxia que han ensalzado una y otra vez en discursos y escritos, otros están sumando sus voces al coro que pide que se haga más, mucho más, para ayudar a los ucranianos enviándoles armas letales e imponiendo una zona de exclusión aérea aun cuando tales medidas acarrearan el riesgo de desatar una guerra nuclear.
Es como si de súbito hubieran entendido que no es mentira lo de “dulce et decorum est pro patria mori” (es dulce y honorable morir por la patria) del poeta romano Horacio; para los ucranianos y sus simpatizantes más fogosos, es una verdad incontrovertible.
No bien empezó la invasión, ciertos estrategas occidentales la atribuyeron a la expansión a su juicio agresiva de la OTAN hacia las fronteras de Rusia. Señalaron que Vladimir Putin mismo decía sentirse obligado a reaccionar frente a lo que veía como una amenaza existencial. Tenían razón, pero incidió mucho más en el pensamiento del autócrata ruso la sensación de que no sólo Ucrania sino también el Occidente en su conjunto eran anímicamente tan débiles que derrotarlos le sería fácil.
La huída de Afganistán, donde ningún soldado norteamericano había muerto en combate en los últimos 18 meses en un operativo de bajísima intensidad que casi todos insistían en calificar de “una guerra”, lo convenció de que Estados Unidos era un tigre de papel. También previó que los ucranianos darían una bienvenida entusiasta a las tropas rusas.
Es cruelmente irónico, pero a juzgar por su reacción inicial ante la invasión brutal de un país vecino, en adelante los europeos se aferrarán a principios que tengan más en común con los de Putin que con los reivindicados por sus propias elites.
Aunque nadie querrá la guerra por creerla intrínsecamente buena, la mayoría comprenderá que a veces puede ser el mal menor y que por lo tanto todos tienen que mantenerse dispuestos a defender la libertad con algo más que palabras conmovedoras, manifestaciones juveniles y canciones sensibleras.
Un síntoma del nuevo clima europeo fue la decisión de los alemanes de duplicar su presupuesto militar; es más que probable que los británicos y franceses también aumenten sustancialmente los suyos. Pero no sólo es cuestión de invertir más dinero en armamentos.
Lo que tienen en mente los alarmados por el belicismo de Putin sería insostenible a menos que se reduzca drásticamente la influencia de ideólogos convencidos de que la civilización occidental es tan vergonzosamente racista, xenófoba, sexista y destructiva del medioambiente que merece el destino infeliz que le vaticinan. Desde hace apenas un mes, quienes piensan así están batiéndose en retirada.
El impacto en Europa del trágico drama ucraniano ha significado un revés muy grande para el poderoso movimiento cultural que los anglosajones llaman “woke”. Es una forma de pensar que privilegia la autoflagelación colectiva.
Por extraño que parezca, algunos personajes se han enriquecido enormemente debido al fervor impresionante con el que han denunciado los presuntos pecados mortales de las sociedades en que se formaron.
Su prédica en tal sentido ya parece desactualizada; la voluntad de los ucranianos de arriesgar absolutamente todo en defensa de su país es incompatible con las ideologías que son dominantes en los círculos académicos y mediáticos de Estados Unidos y el Reino Unido, han estado difundiéndose con rapidez en el continente europeo y que, gracias a los kirchneristas, han comenzado a abrirse camino en la Argentina, de ahí la introducción por los ultras del kirchnerismo de palabrejas como “soberanxs”.
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