Ayudar a crecer, un aprendizaje para los padres
A veces, a los padres les cuesta permitir la independencia de sus hijos. Pero hay que entender que es parte de crecer.
Laura Collavini/ Psicopedagoga
lauracollavini@hotmail.com
El desarrollo de la persona transcurre desde la dependencia absoluta hacia la independencia. Es un proceso. ¿Siempre se logra?
El término “Simbiosis” procede de la relación que se produce entre una madre y su hijo tras la concepción, al principio la madre y el bebé son un mismo sujeto hasta el parto. Hasta ese momento, están considerados por la psicología, como la misma persona.
El bebé no posee conciencia de sí en el nacimiento, es brindado por la mirada significativa de su madre quien lo mira, acaricia, alimenta, sostiene, quien lo nombra por “su nombre” elegido. Paulatinamente van encontrando ritmos y se transforma el vínculo, conociendo sus necesidades, tonos de llanto, tiempos de sueño, con los cambios diarios que ofrece un nuevo desafío para acceder a otros aprendizajes.
Llegar a la independencia no es de un día para otro. Son tiempos de aprendizaje largos y certeros, conquistando paso a paso cierta autonomía.
Con esos ritmos puede quedarse en los brazos de alguien más, disfrutando de diversos juegos, balbuceando con otros.
Los grandes pasos hacia ella son aprender a caminar, que nos permite movernos según nuestro deseo. Hablar, que permite comunicarse libremente, controlar esfínteres, ingresar al colegio y disfrutar, tener amigos, dormir solos, hacer la tarea sin ayuda, bañarse, cambiarse, tomar pequeñas decisiones, comenzar a salir solos en la calle, salidas con amigos, viajes sin los padres, hacerse alguna comida, quedarse solo en casa, elegir carrera u oficio a seguir, abrir una cuenta bancaria, primeras relaciones sexuales, ser su propio sostén económico, irse a vivir solo.
Los que nombré son pasos hacia la independencia. Sabemos que no siempre es tan lineal ni prolijo. Suelen surgir obstáculos en los cuales sentimos frustración como padres, que algo no logramos hacer.
El ejemplo más común es “no quiere dormir en su habitación, se pasa todas las noches, estoy tan cansado/a que lo dejo”. “Cada vez que tiene que entrar al jardín, se pone a llorar”.
Ambos casos son representaciones posibles de simbiosis. Por supuesto, con la finalidad de acompañar la reflexión está redactada esta nota y de ninguna manera podemos copiar y pegar a todas las casas, existen muchas particularidades que explican ese por qué no lo logra. A fines didácticos y tomando la generalidad de aquello que escucho en el consultorio, es a las que me refiero.
“Estoy cansado” es claramente una excusa. No niego que las ganas y necesidad de dormir sean muchas, sin embargo, la educación como padres es 24x24hs.
Ser padre, madre, tutor o encargado implica renuncias. Ya lo sabemos. Si la teoría la conocemos. ¿Por qué no se aplica? Es una gran probabilidad que el eje sea que debemos resolver algo en nosotros y no echarle la culpa al sueño, a la seño o al clima.
“No quiere entrar al colegio, quiere que esté yo siempre”.
Si confiamos que el colegio que elegimos es el adecuado, la pregunta sería: ¿Querés de verdad que se quede? ¿Qué sentís cuando lo dejás? ¿Qué planificás hacer en ese tiempo?
¿Qué pasa si puede dormir solo? ¿Qué sentís si una noche no se pasa?
No son preguntas para contestar al primero que se tenga al lado para sacarse la molestia de encima.
En general, cuando se comienza a conversar, podemos descubrir que nos sentimos solos, tal vez con una pareja que no estamos convencidos, con vacíos que no sabemos cómo llenar.
En la maternidad y paternidad solemos disfrazar con muchos gestos aparentemente amorosos una dificultad propia. Crecer implica también no acceder al control del otro. Eso incomoda.
Pueden nuestros hijos querer a más personas. Son capaces de pasarla bien sin nosotros. “¿Si viajan lejos se olvidará de mí?”
¿Por qué le hacemos la vida tan fácil a los jóvenes dentro de casa? ¿Para que no se vayan? ¿Para que no sintamos ese vacío de la maternidad o la paternidad?
Tal vez haga falta decir que sostener la simbiosis “por nuestra comodidad” no ayuda al crecimiento.
Crecer duele. No solo crecen los niños. Los padres y madres también. Pero nada puede evitarlo. Ni siquiera los miles de argumentos muy bien construidos, justificados.
Cuando la simbiosis se sostiene, ahoga. ¿Qué pasaría si no quisiéramos parir?
Amar a nuestros hijos es tener la firmeza de saber que cuando es el momento, debe suceder, acompañando nosotros cada puje, cada paso. Viéndolos un poquito más lejos, sabiendo que nada cambia el amor saludable que nos sostiene en esta vida, el de mamá y papá.
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