Una carrera contra el tiempo
Si Putin logra romper la resistencia ucraniana en pocos días más, intentará negociar con los países occidentales el levantamiento de las sanciones, partiendo de la ventaja que le otorgan los hechos consumados.
A partir de las bombas nucleares que destruyeron Hiroshima y Nagasaki, la humanidad se enfrentó a un dilema desconocido hasta entonces. En el pasado las armas se habían tornado cada vez más poderosas y letales, pero estaban destinadas a destruir los ejércitos enemigos, sus instalaciones bélicas, o en ocasiones a bombardeos limitados a ciudades abiertas con el propósito de destruir su moral y minar su resistencia. A partir de Hiroshima, el mundo se enfrentó a la existencia de un arma capaz no solamente de destruir ciudades, sino regiones, países enteros y en una perspectiva no muy lejana, incluso provocar la desaparición de los humanos como especie.
Como era de prever, pese a los esfuerzos de los países que originalmente monopolizaron la tecnología, no se ha podido impedir la proliferación nuclear en gran escala y que entre otros países, accedan o intenten acceder al gatillo atómico gobiernos encabezados por lunáticos imprevisibles como Kim Jong-un de Corea del Norte y Ali Jamenei de Irán
Ahora la amenaza proviene de una potencia que integra el Consejo de Seguridad de la ONU. Putin, no solamente alardea de la cantidad impresionante de ojivas nucleares que están al alcance de su botón rojo, sino que ha anticipado su empleo en caso de que los países de la OTAN intervinieran en auxilio de Ucrania.
Esa amenaza en palabras de otros líderes belicosos tal vez no hubiera sido tomada en cuenta. Cualquier gobernante con un mínimo de racionalidad sabe que, si bien Rusia estaría en condiciones de tomar la iniciativa, no podría evitar que las represalias prácticamente simultáneas arrasaran con el país desencadenante del holocausto nuclear.
La OTAN y sus aliados, y la gran mayoría de los países del mundo, actúan asumiendo que la probabilidad de utilizar el armamento nuclear es remota pero no imposible. Lo que están intentando es construir una alternativa exitosa, que al impedir que Rusia consiga anexarse Ucrania, pueda tener efectos disuasivos para intentos similares en el futuro.
Las sanciones financieras, la exclusión en las competencias internacionales de deportistas de ese país, la incautación de los fabulosos bienes de los integrantes de la oligarquía rusa, la suspensión de las compras de petróleo, el abandono del territorio ruso por partes de numerosas grandes empresas, son medidas inéditas que han producido efectos en la economía de ese país, sin duda seriamente conmovida, pero que requieren tiempo para que sus efectos se sientan en plenitud en el seno de la sociedad.
Es, en definitiva, una carrera contra el tiempo. Si Rusia consiguiera destruir la resistencia ucraniana en pocos días más, intentaría negociar con los países occidentales el levantamiento o la atenuación de las medidas, partiendo de la ventaja que le otorgan los hechos consumados.
En cambio, una prolongación del conflicto agregaría un ingrediente nuevo al panorama que debe enfrentar el Kremlin. El descalabro económico, la inflación y las penurias en un país militarmente poderoso, pero económicamente de ingresos limitados, podría llevar a un creciente número de ciudadanos rusos a manifestar su descontento fragmentando el -al parecer- monolítico frente interno y abriendo camino a la desestabilización del régimen de Putin.
Hasta ahora la inesperada resistencia ucraniana ha prolongado un conflicto que, partiendo de la disparidad de fuerzas existente, los expertos consideraron no iba a durar más que unos pocos días. Los avances rusos no son despreciables, pero la mayor parte del territorio se mantiene bajo control ucraniano y la ciudad de Kiev, está todavía de pie. Es evidente que los militares rusos temen las consecuencias de introducirse en la riesgosa aventura de avanzar en una ciudad de tres millones de habitantes. La experiencia demuestra que defensores determinados a luchar en una metrópoli, son capaces de infligir daños considerables a los invasores, destruir gran cantidad de aviones y tanques, ocasionar pérdidas humanas de magnitud, y obligar al invasor a una guerra sucia y desprestigiante.
Aun así, si Ucrania fuera totalmente derrotada, su ocupación demandaría un esfuerzo militar considerable durante años y las sanciones podrían prolongarse en el tiempo. Esas sanciones pueden no ser suficientes para detener a Putin, pero por ahora son la única alternativa a un enfrentamiento que no tenga otra opción que el desastre nuclear.
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