Se necesitan docentes fuertes, convencidos, dispuestos


Es el maestro, el profesor, el que debe ponerse al frente de una escuela que -como la sociedad- marcha sin saber adónde va.


Para iniciar una discusión acorde a la gran problemática social y educativa que vivimos hoy, es necesario desplazar la mirada hacia el mundo y comprender en qué mundo estamos. Aportamos algunos datos.

Según estudios realizados:

“Hoy vivimos una gran confrontación que fomenta la profundización de la desigualdad y que agrava el déficit de educación y cultura que se advierte tanto entre pobres como ricos. Cada nueva generación llega como una invasión de bárbaros sobre la civilización, y según escribió a su hora Hannah Arendt en La crisis de la Educación, es a la educación a la que le corresponde civilizar al mundo actual. En una nota publicada en el New York Times, la escritora británica Rachel Cusk describió como retroceso en la evolución humana la actual “edad de la grosería”, originada en un déficit cultural que genera una alarmante limitación del razonamiento y se manifiesta en gestos de insoportable insolencia, menosprecio de la cortesía, reemplazo del diálogo por gritos, lo que deriva con frecuencia en la supremacía de la violencia y la arbitrariedad sobre la razón. Ese fenómeno significó una brutal ruptura del contrato social que definía ciertas normas de convivencia. El síntoma más visible de ese fenómeno es la perversión del lenguaje”.

Como contraste con el mundo a que hemos arribado, recogemos también conclusiones interesantes que hablan de cuánto había progresado el hombre en aras de una vida más humana. Es interesante tener en cuenta que:

“Los científicos calculan que el ser humano comenzó a articular sus primeras palabras hace 2 millones de años y recién evolucionó hacia un lenguaje elaborado, hace 50.000 años. Hablar le exigió incluso modificar su estructura craneana para desplazar la laringe a fin de poder emitir ciertos sonidos. En suma, el lenguaje fue para el hombre una proeza más difícil que erguirse sobre sus dos miembros inferiores para caminar. En definitiva, se trató de un esfuerzo colosal. Hace más de 3.000 años comenzó a modelar los primeros rudimentos de filosofía para comprender los misterios de su existencia y alrededor del tercer milenio A.C. aparecieron los primeros signos de escritura para perpetuar lo que decía o era capaz de cavilar. La palabra y la escritura -como instrumentos para expresar el pensamiento- fueron las construcciones más sofisticadas de la evolución humana. ¿Todo eso para terminar profiriendo insultos, frases descuadernadas y sonidos guturales en un Parlamento, un debate por televisión o sencillamente en una conversación entre amigos? Si pudiera ver ese espectáculo, el homo sapiens sentiría vergüenza de sus herederos”, termina esta nota .

Una regresión cultural de esas dimensiones inunda también los medios de comunicación, las redes sociales y las instituciones más prestigiosas de la vida pública. Una decadencia de ese tipo corresponde al escenario que el filósofo Gunthers Anders definió en 1960 como un “apocalipsis sin reino”, es decir una calamidad provocada por el hombre que desemboca en una serie de regresiones. Más explícito, el ensayista Alain Minc describió ese fenómeno como “una nueva Edad Media”, desestructurada, sometida al tribalismo y a las crisis, sin centro de poder, con “zonas grises” dominadas por las mafias y la corrupción, habitada -cada vez más- por desclasados, donde la razón se repliega ante ideologías primarias, supersticiones y miedos ancestrales, y donde prevalecerán la atomización y el desorden.

Ante esta realidad, ¿qué puede hacer la escuela de hoy?, ¿Por dónde empezar para mejorar y corregir un mundo tan caótico? ¿Cómo actuar si la confusión parece habernos ganado? ¿Cuáles son los fines que deben orientarnos? ¿A quién le cabe el papel más fuerte para reencarrilar una vida social tan desordenada?

Porque no podemos, sin duda seguir eludiendo la realidad y debemos enfrentarla y buscar soluciones , respondemos que humildemente creemos que a cada educador, cada padre, cada docente le cabe transformarse en un muy bien dispuesto agente del cambio que es, – y lo repetimos- necesario, y también urgente de enmendar.

Creemos que es, más que nunca, la hora del educador. Es el maestro, el profesor, el que debe ponerse al frente de una escuela que -como la sociedad-, marcha sin orientación, sin saber adónde va.

Es decir: nunca como hoy necesitamos docentes fortalecidos, dispuestos, seguros de su altísima misión y dispuestos a cumplirla en un momento en que la desilusión, o la abulia, el sin sentido parecen haber ganado a la mayoría.

Sabemos que la carrera docente ha sido y es ofrecida a los egresados del secundario como una alternativa de fácil acceso y tránsito, por ser poco costosa, y afamada de poco exigente.

Ese hecho las ha poblado de alumnos que, en su mayoría, han pensado escasamente sobre la gran responsabilidad que exige su buen ejercicio.

Es hora, entonces, de empezar ubicando a quienes la consideran fácil, en que no es tal. Ser docente ha sido siempre, y lo es más aún en esta hora, una tarea muy comprometida. Exige, como otras de vital importancia, una gran vocación de servicio, inclaudicable capacidad de lucha y amor, verdadera preocupación por los alumnos, los niños, adolescentes y jóvenes que recibirán su influencia como conductores de la tarea áulica y ejemplo para sus propias vidas.

Es decir, los docentes, hoy, deben sentirse más fuertes y dispuestos que nunca. Verdaderos gladiadores. Hay una sociedad muy debilitada que los necesita y educandos que responden de acuerdo a las características de esta hora tan difícil.

Ser docente es trabajar con la materia más dúctil y compleja, un ser humano que debe crecer y creer que vale la pena hacerlo, y si bien los cimientos se ponen en la niñez y es tarea de la familia, entre los males de la hora, se cuenta y hay que tenerlo en cuenta, con la ausencia de familias preocupadas y capacitadas para educar.

El docente de hoy, entonces, debe llegar a su tarea, que comienza este mes de marzo, con un refortalecimiento especial:

Más convicción en la importancia fundamental de su tarea, más fuerza, más buena disposición a no aflojar, más amor por el conocimiento que deberá ser transmitido.

En definitiva, hoy urge la presencia de docentes que amen lo que hacen, que sepan que vale la pena a pesar de nuestros pesares argentinos y, justamente para contribuir a enmendarlos, más entrega y creatividad. Logrará así -y ese es el mejor y tal vez el único premio de que gozará- trabajar en estado Flwo, es decir, sin medir el tamaño de su entrega, pero sí, el beneficio de nuevas vidas, llenas de fe en que la vida, una buena vida, vale la pena.


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