Un cataclismo puso a salvo vestigios humanos de 10.600 años, en Bariloche
Cumple dos décadas el hallazgo de restos antropológicos más antiguo de la Norpatagonia, en Bariloche. Se sabe ahora que un sismo y una erupción volcánica cubrieron el yacimiento.
Veinte años atrás, en medio de excavaciones en un predio próximo a la laguna El Trébol, a unos 20 kilómetros al oeste de Bariloche, el arqueólogo Adam Hajduk, la antropóloga Ana Albornoz y el historiador Maximiliano Lezcano no imaginaban que su hallazgo concentraría la atención de los arqueólogos de diversos rincones del mundo.
La excavación del sitio se concretó meses antes de que Bariloche celebrara sus 100 años. “Se acercaba el aniversario de la ciudad y nos planteamos qué aporte podíamos hacer. Recordé que, dentro del ejido, El Trébol era un sitio accesible, con cuevas, un refugio natural que queríamos excavar y arrancamos. No era un proyecto del Conicet; fue una movida a pulmón”, recordó Hajduk, el arqueólogo del Conicet hoy jubilado. La excavación abarcó unos 15 metros cuadrados, con una profundidad de 5 metros.
Lezcano, profesional del Conicet, reconoció que “había indicios y comentarios de los pobladores respecto a cuevas en esa zona boscosa lacustre”. “Se estimaba cierta antigüedad en ese sitio pero nunca pensamos encontrar lo que finalmente encontramos y que posicionaría a El Trébol como uno de los sitios arqueológicos más relevantes de la Patagonia”, planteó el historiador de la Universidad Nacional del Comahue, con amplia experiencia en arqueología.
Al comenzar la campaña, la primera sorpresa fue que el sitio estaba “bastante revuelto” por curiosos que, en busca de algún “tesoro”, habían removido capas de sedimentos. Esto, advierten los investigadores, hace perder la ubicación “en tiempo y espacio, destruyendo su valor patrimonial”.
El primer hallazgo importante se logró a 2,6 metros de profundidad, entre dos rocas grandes que habían caído producto de un derrumbe que finalmente fue fechado en 10.600 años. Allí se encontró una de varias capas de ceniza volcánica que sellaban y conservaban el sitio. Un estudio posterior del geólogo Gustavo Villarrosa determinó que, en ese momento, hubo un sismo, acompañado de una erupción volcánica.
“Era el último día de la campaña y la ceniza volcánica atrapada entre esos bloques era un sello de garantía. Metí la mano en la fisura y empecé a sacar huesos y un punzón”, detalló Hajduk.
De repente, sintió algo más grande. Era un fragmento de hueso de unos 12 centímetros por 6, muy grueso. “Estábamos ante el hueso de un animal muy grande de megafauna, de más de 1.000 kilos, sumados a unos huesos dérmicos que tenía incorporado el mylodon en la piel”, acotó el arqueólogo.
Los restos óseos de fauna extinta por factores climáticos y grupos de cazadores correspondían a tres especies: un mylodon, megamamífero terrestre similar a los actuales perezosos; un ciervo de gran tamaño y un canidae del tamaño del zorro colorado.
Pero un dato llamativo es que los huesos registraban cortes antrópicos y al menos la mitad estaban quemados de una forma particular, es decir que había “evidencia de procesamiento antrópico”. “Estábamos frente a un contexto de asociación directa entre fauna extinta y restos humanos contenidos dentro de la arena volcánica”, resumió Lezcano.
Hajduk indicó que “con los restos óseos ya sabíamos que estábamos rondando, por lo menos, los 10.000 años, la fecha en que se extinguieron estos animales. Y los dos punzones trabajados más microlascas de piedra, producto de la confección de instrumentos eran la prueba indiscutible de actividad humana antigua. Fue una fiesta para nosotros”.
La pericia del investigador es una de las claves de la tarea
Luego de estos hallazgos, el equipo había alcanzado lo que se denomina “un nivel estéril”, donde se encuentran sedimentos de color rojizo que suelen indicar la ausencia de material orgánico.
“Pese a esto, (el arqueólogo Adam) Hajduk tomó la decisión de levantar ese piso de rocas y seguir excavando hasta que apareció más material muy bien conservado, entre restos de cenizas e incluso más abajo aún, lo que fue una nueva sorpresa”, advirtió el historiador Maximiliano Lezcano.
Destacó que, hasta ese momento, la mayoría de los hallazgos antiguos se habían dado en la estepa y no en un ambiente boscoso.
“Buscábamos restos bajo roca que nos acercaran a la identidad de estos habitantes del bosque que los jesuitas llamaron Puelches del Nahuel Huapi. Aunque vivían al aire libre, las cuevas se usaban habitualmente”, indicó Lezcano.
Insistió con la escasa información respecto a estas personas “adaptadas al medio boscoso a orillas del lago que consumían productos del bosque y pescaban. Eran grupos muy diferentes a los de la estepa, cazadores de guanacos”.
En relación al hallazgo, Lezcano advirtió que lo que más llamó la atención entre los arqueólogos fue que las tres especies de fauna extinta registraran marcas de cortes con instrumentos de piedra.
Pero además que esos restos hubieran estado expuestos al fuego.
“El consumo es una fuerte posibilidad pero hay que demostrarlo adecuadamente. Lo cierto es que pusimos en valor esas huellas de cortes, observándolas en microscopio electrónico en el Centro Atómico Bariloche. Sacamos fotos con mucho aumento y fue la prueba definitiva de evidencia del hombre más antigua de la región”, aseguró con certeza y entusiasmo.
Este sitio arqueológico se encuentra en un predio privado pero los investigadores reconocen que los dueños garantizan las condiciones de seguridad de la excavación aunque faltan tareas de adecuación. La preservación es clave.
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