Del sexo a las pantuflas: se termina «And Just Like That»
“And Just Like That”, el reboot de Sex and The City termina hoy, en HBO, con una versión atiborrada de correción política
El esforzado intento de corrección política es como el exceso de botox: es imposible no verlo. Hay algo que no es natural, y es evidente. Está ahí.
A “Just like that”, el esperado reboot de la serie “Sex and The City” que mañana concluye con su noveno capítulo, por HBO, se le notaron esas costuras. Demasiado. Y es una pena. La serie que era progresista e irreverente en los 90, hoy luce como una carrera de velocidad, pero sin estado físico.
“Es como si sus personajes hubieran estado dormidos durante 20 años y se despertaran completamente boquiabiertos para encontrarse con cosas tales como profesores negros, niños no binarios y anhelos queer”, dijo al New York Times, Joy Castro, de 54 años, escritora y profesora en la Universidad de Nebraska-Lincoln. Exactamente eso parece. Que el tiempo se hubiera detenido entre aquellas chicas de 30 y pico y estas mujeres de más de 50 que son hoy.
Quizás el personaje más perjudicado sea el de Cinthia Nixon, Miranda Hobbes.
En los primeros capítulos, es fácil creer que Miranda haya renunciado a su trabajo de abogada en un buffet, durante la administración de Donald Trump, para capacitarse como abogada de derechos humanos. Pero no se entiende por qué titubea y se sorprende tanto de que la profesora sea una mujer afroamericana. La confunde con otra alumna “por sus trencitas”. Y con cada disculpa que pide, no hace más que embarrarse. A la serie, en ese punto, le pasa lo mismo: se hunde y se embarra allí donde quería salvarse montrándose inclusiva. El costo lo paga un personaje que siempre fue exactamente lo contrario.
Ahora, cerca de terminar la serie, Miranda está a punto de dejar a su marido porque descubrió que está enamorada de Che Díaz , el personaje no binario que encarna Sara Ramírez.
La posibilidad de que Miranda rehaga su vida después de los 50, y de que todo quede patas para arriba porque se enamora de Che, es un excelente ingrediente para la serie. Lástima que en el camino, Miranda dejó de ser Miranda. Y lástima también que para eso, Steve, su marido, haya sido reducido a un personaje sordo, cuyo único motor en la vida es mirar series por streaming sentado en un sillón.
En el camino también se perdió Samantha Jones, la rubia desvergonzada. Para que los televidentes no la extrañaran tanto (en realidad la actriz que la interpreta está peleada con Sarah Jessica Parker) su nombre sobrevuela la serie de un modo que se parece más a una vendetta que a un homenaje o una necesidad de mantenerla presente.
Para reemplazarla, hay nuevas amigas. Y aquí es donde las costuras muestran hilachas groseras por momentos. Los nuevos personajes, que parecen hechos a la medida de la inclusión, no tienen mucha más función que equilibrar la balanza e intentar enseñarle a las chicas de Nueva York, la diversidad étnica, sexual, y lingüística.
Charlotte en cambio, y quizás porque siempre representó la tradición, es la que más ganó en este nostálgico regreso. Ahí está, tratando de entender a su hija Rose, que ahora quiere que la llamen Rock, y a su hija Lili, que con sus 15 años posa sexy en las fotos que sube a su cuenta de Instagram.
Sin tacos ni a lo loco
El personaje de Carrie, que es el motor de la serie, ha venido de decirnos en esta regreso a la tevé, que envejecer no tiene ningún glamour.
En el primer capítulo se queda vuida de Mr.Big, el hombre que la desveló durante las nueve temporadas iniciales (nota aparte: tras la muerte repentina de Mr.Big, en el primer capítulo, se supo que el actor recibió denuncias de abuso de varias mujeres. ¿Se sabía de antes y por eso lo mataron?, o ¿fue realmente una casualidad?).
Después, tuvo que operarse de la cadera y abandonar al menos por dos episodios sus habituales stilettos Manolo Blahnik para andar con sandalias tipo birkenstock.
Durante la convalecencia, como no podía caminar sola -y mientras en la cocina Miranda y Che tenían sexo por primera vez- mancha su cama con pis porque no puede llegar al baño ni puede interrumpir a su amiga.
Más adelante, un cirujano plástico la tienta con todo lo que podría mejorar su cara si se sometiera a un lifting (o a muchos). Cuando escribe un libro sobre su viudez le dicen que le agregue “esperanzas” con un capítulo dedicado a una salida con un hombre. Ella, obediente, retoma las salidas, y entonces, la mujer que más de veinte años atrás popularizó los tragos, termina vomitando en la vereda.
Envejecer (o tener más de 50), parece decirnos esta versión de Carrie, es pura pérdida, escatología, debacle de los huesos, y además, sólo se puede transitar sobre pantuflas.
Y sin embargo, es en esos espacios, donde la serie conserva algunos de sus chispazos (esos en los que la amistad era celebrada por encima del sexo y la ciudad) y hace que a pesar de todo tenga algo para ofrecer. Y es una pena, porque justo cuando logran reírse y relajan la costumbre de darnos tantas explicaciones políticamente correctas, se termina.
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