Entre el mar y la pluma
En "La carta esférica" (Alfaguara) Arturo Pérez Reverte sigue fiel a su literatura intensa y entretenida. Escrita con fruición y talento, la novela habla de tesoros escondidos, marineros y, por supuesto, mujeres fascinantes.
Por motivos que no se pueden discutir aquí, muchas de las grandes novelas de aventuras las escribieron tipos que no fueron a ningún sitio. Y esto si consideramos aventura hechos excepcionales en la vida de un hombre. Algunas tendrán por protagonistas piratas y otras oscuros oficinistas encerrados en la maquinaria burocrática y omnisciente que los ha condenado a la pena capital sin comerla ni beberla.
Además, como suele pasar con los mitos vivientes o no, nunca han faltado vocaciones para talar los árboles más grandes. Ernest Heminway, dicen, fue menos de lo que contó. Como si en definitiva importara la cantidad de «Mujitos» cubanos que era capaz de digerir en una hora su hígado.
Arturo Pérez Reverte tiene más que ver con esta tradición de enormes contadores, que con el siglo que insiste en recrear, el XVII europeo, con sus capas, sus espadas y su encarnado romanticismo. Pérez Reverte, seguramente, no querría ser emparentado con un beat -sobre todo le falta el «reviente»- pero que tiene muchas de sus características predominantes, las tiene.
Veamos. Se pasó 21 años de su vida entre disparos y trincheras cubriendo las guerras modernas para la televisión. Luego intempestivamente dejó el periodismo, se fugó a las afueras de una gran ciudad y se puso a escribir novelas de aventuras. Sin falsa modestia homenajeó la tradición de los Dumas – con la serie «Las aventuras del capitán Alatriste»- y luego sembró intrigas ambientadas en el siglo que recién se fue – «La tabla de Flandes», «El Club Dumas», ésta última llevada al cine por Roman Polanski con Johhny Deep a la cabeza-.
Le fue bien, mejor que casi a ningún otro escritor de habla hispana en los últimos 20 años. Los 20 ó 30 años anteriores son para Gabriel García Márquez. En su última novela «La carta esférica» se mantiene fiel a las coordenadas de su literatura: la aventura, lo femenino, el tesoro y el misterio. Elementos que van encadenados donde quiera que vaya Pérez Reverte.
Es efectivo, sí. También sumamente entretenido y para colmo su obra expele trabajo y documentación. ¿Quién no tiene ideas de aventuras fantásticas una vez metidos en el baño bajo una ducha caliente? ¿A quién no se le ocurren diálogos ingeniosos de ingeniosas pero nunca escritas novelas de amor? Pero, atención, ¿Quién las escribe? ¿Quien trabaja como un perro hasta que la idea se depura y termina en una prosa entretenida cuando no exquisita si el talento además acompaña?
Bueno, ese es Arturo Pérez Reverte. El que pone el traste en la silla y le sale. Que bien le sale. Pérez Reverte es un enamorado de los libros. Cualquier bibliófilo puede atestiguarlo, los libros son el pretexto del aprendizaje porque esconden algo, contienen un tesoro brillante debajo del oscuro océano de las letras.
«La carta esférica» es, por supuesto, una novela de aventuras que puede empezar a la mañana y terminarse muy tarde a la noche. Es extensa, fácil de sobrellevar y apasionante hasta la médula. Una vez más Pérez Reverte intenta desvelar, aunque sea un poco, el complejo continente femenino causa de todo el embrollo de su argumento, porque sin esa mujer de pecas embriagadoras no tendríamos aventura, ni marinos ni tesoros ni nada.
«Y ahora, frente a Tánger Soto, pensaba en la mujer de la goleta. A fin de cuentas, se dijo, tal vez una y otra eran la misma, y la vida de los hombres gira siempre en torno a una sola mujer: aquella donde se resumen todas las mujeres del mundo, vértice de todos los misterios y clave de todas las respuestas. La que maneja el silencio como nadie, tal vez porque ese es un lenguaje que habla a la perfección desde hace siglos. La que posee la lucidez sabia de mañanas luminosas, atardeceres rojos y mareas azul cobalto, templada de estoicismo, tristeza infinita y fatiga para las que -Coy tenía esa extraña certeza- no basta una sola existencia».
Esto escribe Pérez Reverte sobre el mayor enigma de «La carta esférica». Una párrafo exquisito y que insinúa una historia diseñada para el vértigo y el remanso. En julio de 1999, cuando Pérez Reverte ya trabajaba en esta novela algo había anticipado de ella y de su futuro como artista en una conversación con Antonio Baños de «Ajoblanco». A la pregunta «¿Te planteas una vida literaria larga?», respondió: «Pues no lo sé. Yo soy un marino que escribe accidentalmente. Cuando me canse lo dejaré, al igual que he dejado el periodismo. Sin ningún tipo de nostalgia».
Por ahí se ha filtrado que el escritor español también dejará la literatura en unos años. A partir de entonces se sabrá poco y nada de su persona. Que ha dado la vuelta al mundo en su velero o que busca tesoros perdidos en las aguas calientes del Caribe.
Material de historias que nunca podremos leer.
Claudio Andrade
Por motivos que no se pueden discutir aquí, muchas de las grandes novelas de aventuras las escribieron tipos que no fueron a ningún sitio. Y esto si consideramos aventura hechos excepcionales en la vida de un hombre. Algunas tendrán por protagonistas piratas y otras oscuros oficinistas encerrados en la maquinaria burocrática y omnisciente que los ha condenado a la pena capital sin comerla ni beberla.
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