Castigo para atrás, programa para adelante
Nadie sabe con certeza si el voto castigo en las primarias fue la parte más tumultuosa del enojo plebiscitado. O, por el contrario, apenas el primer aviso de toda una marea nueva.
A medida que se acerca otra vez hora de las urnas, una pregunta central inquieta al sistema político: ¿el castigo para atrás que azotó en las primarias se convertirá ahora en un mandato hacia adelante?
Hasta el minuto previo a las PASO, el Gobierno intentó convencer al país de una abstracción extravagante: que la elección no sería un plebiscito de su gestión. Sostenía que el tiempo se había detenido al comienzo de la pandemia y su mandato en verdad no había comenzado. La contundencia del voto castigo destrozó esa ilusión. El Gobierno fue juzgado por lo que hizo y por lo que no hizo durante la emergencia.
Nadie sabe ahora con certeza si ese voto castigo en las primarias fue la cresta de la ola. La parte más tumultuosa del enojo plebiscitado. O si fue, por el contrario, apenas el primer aviso de toda una marea nueva.
Para pasar rápido la página horrible de la gestión sanitaria (su saldo trágico, inmoralidades, negocios y mentiras), Cristina Kirchner le impuso al oficialismo un nuevo eje de campaña: la economía. Al adaptarse a esa opción con el cambio de gabinete, el Gobierno resolvió plebiscitar el 14 de noviembre sus decisiones -más bien espasmos- de política económica.
La gestión se orientó a repartir subsidios con moneda sin respaldo y a tratar de conservar su valor ante la inflación aumentando la presión sobre los emergentes más visibles del esquema de precios relativos: dólar, tarifas, precios de alimentos y remedios.
Si el oficialismo mejora su desempeño electoral, aunque sea captando algunos de los puntos perdidos en la abstención de las PASO, entenderá que fue por haber aplicado ese programa de desquicio fiscal.
Si la oposición mantiene o mejora el resultado de septiembre, señalará que el voto retrospectivo se habrá transformado ahora en un mandato prospectivo. Una voluntad sobre el rumbo, no sólo un castigo por lo pasado.
Esa encrucijada de legitimación es la que convierte a las próximas elecciones en una instancia clave para el país. Desde el punto de vista parlamentario, la composición del Congreso no terminará con cambios copernicanos. Es en el plano de la legitimación política donde se juega el nudo de la situación.
El Gobierno se propuso como eje de campaña la legitimación electoral de no tener un plan económico y la impostación de gestos diplomáticos para disimularlo.
La discusión del acuerdo con el FMI es sólo la expresión en superficie de esa procesión por dentro. El Fondo no le exige un plan al Gobierno; lo espera de todo el país. Bien se ha dicho que el Gobierno no le debe ese programa al Fondo sino a los ciudadanos. No menos cierto es que al voto definitorio sobre ese rumbo todavía se lo deben los ciudadanos al conjunto del sistema político. De allí la tensa espera hasta que hablen las urnas. La sensación de que la crisis se agrava en la indecisión.
Un programa económico para acordar con el Fondo es -antes que un diseño técnico- una voluntad colectiva sobre objetivos propios, en busca de aliados externos. El Gobierno no tiene un plan porque no quiere persuadir a los argentinos de la necesidad de aplicarlo. Más grave: se propuso como eje de campaña la legitimación electoral de no tenerlo y la impostación de gestos diplomáticos para disimularlo. Sarasa y franela.
Para peor, el Gobierno ni siquiera está unificado en esa aventura. Las elecciones legislativas funcionarán como la primaria tardía que sus principales dirigentes se negaron a hacer. Entre Cristina actuando en pose de autoexilio y los jefes territoriales disputando botes, por si el naufragio del día después.
En el bloque opositor, Horacio Rodríguez Larreta estaría dispuesto a firmar ya los resultados del domingo 14, incluso si éstos fuesen sólo una copia exacta de lo ocurrido en septiembre pasado. En cualquier caso, alumbrará un Congreso polarizado y parejo.
Mientras observa el protagonismo recuperado por Mauricio Macri y la disputa interna que disparó al desplazar a Patricia Bullrich, Larreta espera y vacila.
Aspira a ser candidato en 2023, pero eludiendo erigirse hasta entonces como jefe de la oposición.
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