La lección más importante de los maestros de la pesca con mosca

Renato Ciruzzi, apasionado pescador que vive en Neuquén, recuerda aquí que le enseñaron a castear, a atar una mosca, a leer el río. Pero, en especial, a preservar esos maravillosos ambientes de la Patagonia para nuestros hijos y nietos.

Tenía los pies congelados, las piernas temblando, el agua de la lluvia se deslizaba sobre la capucha de la campera y el vaho de mi aliento empañaba el vidrio de mis anteojos. Todo esto mientras esperaba que se hundiera la línea en una de las aguas más gélidas de la Patagonia, las del lago Traful. El arroyo Catarata volcaba su frío caudal hacia las profundidades del lago trayendo consigo los insectos, larvas y demás cositas, esas de las que se alimentan los peces, cosas que éstos esperaban ansiosos patrullando las profundidades. Y por allí mezclada entre tantas tentaciones estaba también mi mosca, y yo caña en mano preguntándome qué hacía allí.

Y estaba, en ese inicio de temporada en noviembre de 1996, iniciando mi carrera como pescador con mosca. Varias veces me hice esa pregunta, vadeando el Limay con vientos huracanados, madrugando en casa para salir hacia ese lugar donde me dijeron que estaba bueno el pique, tomando un avión para mojar mis moscas en el Alto Paraná buscando algún dorado que se dejara fotografiar, o también velando las armas en la larga espera invernal antes de organizar el viaje inaugural de temporada. Y todo pescador que lea esta nota se sentirá identificado con esta sensación, este mandato atávico que nos hace sufrir durante interminables horas para premiarnos de vez en cuando con alguna captura de esas que elevan nuestro ego.

En Fortín Nogueira. Foto: Renato Ciruzzi.

Siempre que nos iniciamos en alguna actividad como esta es porque la llevamos adentro aunque puede estar bien escondida, hasta que algún familiar o amigo nos invita a acompañarlo y allá vamos, a aprender, a escuchar, a sentir y a tratar de mejorar. Y yo tuve la suerte de ser uno de ellos. Y el ejemplo que recibimos de nuestros maestros será el que marcará nuestro camino.

Yo tuve la gran fortuna de empezar a transitar este derrotero con gente que me enseñó no sólo a castear, a atar una mosca, a leer el río o a prender fuego, sino que también a preservar y cuidar todos estos maravillosos ambientes que la naturaleza nos ha regalado para nuestro disfrute y para el de los que vendrán. Cada vez que nuestro saber nos premia con una captura, sea de la especie que sea, nuestro mayor aporte es devolver esa vida al medio acuático con la esperanza de regalarle la posibilidad de sentir lo mismo a quienes en el futuro nos sucederán.

En nuestra Patagonia son incontables los rincones en los que podemos desplegar todas nuestras habilidades y también encontrar nuevos desafíos, una vez dominado algún ambiente como puede ser un río, queremos aprender a pescar otro, sea una boca de arroyo, sea un río de gran caudal o una costa de lago que promete con un veril de esos que sabemos esconden a las grandes truchas.

Amigos pescando un atardecer en Pantanito. Foto: Renato Ciruzzi.

Un aspecto que no tenemos que desdeñar es el del respeto al otro, ya que en la pesca como suelo decir no hay árbitros ni referí ni tampoco VAR, tenemos que saber ser caballeros, compartir un ambiente con un desconocido implica respetar el “ fair play”, rotar las orillas o bocas, entrar a una distancia prudencial de otro pescador para no molestar, saludar correctamente, saber ceder cuando corresponde, hacer silencio, y por qué no tomarle una buena fotografía a aquel que pescando solo se olvidó la cámara justo el día en que sacó su mayor trofeo.

Las provincias patagónicas cuentan con pesqueros de ensueño, rincones en los que el entorno natural nos llena el alma, hay para todos los gustos, tenemos ríos de clase mundial como el Limay o el Collón Cura, lagos enormes como el Nahuel Huapi o el Huechulafquen, ríos cristalinos como el Nahueve o el Aluminé, y también lagos maravillosos como el Ñorquinco o el Filo Hua Hum.

Pescando en Pichi Picún. Foto: Renato Ciruzzi.

Todos ellos nos presentan retos diferentes, en algunos hay que tirar lejos, en otros ser más prolijos o presentar mejor la mosca o el señuelo, en algunos hay que caminar bastante y en otros debemos embarcarnos para llegar a los mejores sitios, esos que tratamos de mantener en secreto.

Hace 25 años éramos muchísimos menos los pescadores, había muchos menos vehículos y casi nadie tenía una 4X4 para llegar a esos lugares que nos exigían una agotadora caminata antes de poder hacer el primer tiro, la presión de pesca era muy poca. Hoy en día somos muchos por todos lados, lo que requiere infinita paciencia y poner en práctica aquello que nuestras madres y maestras nos enseñaban, que es compartir. Por esta razón es que hago tanto hincapié en que antes que nada debemos respetar para ser respetados.

Brazo Rincón. Foto: Renato Ciruzzi.

El recurso pesca recreativa será una gran industria siempre y cuando nos preocupemos por lo más importante, que es mantener los ambientes sanos para que los peces puedan prosperar. Sin peces no hay recurso, no hay turismo, no hay hoteles, ni estaciones de servicio, ni guías ni nada. Los recursos como el gas y el petróleo tarde o temprano se han de acabar, pero los cerros, los ríos y lagos seguirán aquí y de nosotros depende que estén en perfectas condiciones para las generaciones futuras.

Demos el ejemplo dejando los lugares de pesca mejor que como los encontramos, juntemos la basura, seamos respetuosos del vecino, aprendamos a convivir en armonía, en paz. Nuestros hijos y nietos nos lo agradecerán.


Tenía los pies congelados, las piernas temblando, el agua de la lluvia se deslizaba sobre la capucha de la campera y el vaho de mi aliento empañaba el vidrio de mis anteojos. Todo esto mientras esperaba que se hundiera la línea en una de las aguas más gélidas de la Patagonia, las del lago Traful. El arroyo Catarata volcaba su frío caudal hacia las profundidades del lago trayendo consigo los insectos, larvas y demás cositas, esas de las que se alimentan los peces, cosas que éstos esperaban ansiosos patrullando las profundidades. Y por allí mezclada entre tantas tentaciones estaba también mi mosca, y yo caña en mano preguntándome qué hacía allí.

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