Los aliados de la inflación
A lo sumo, los controles de precios podrían brindar una ilusión de estabilidad mientras el gobierno lleva a cabo un conjunto de reformas drásticas para que el país cuente con una moneda auténtica.
Ningún ajuste, por salvaje que fuera, tendría consecuencias peores para la sociedad que las causadas por la negativa a hacer un esfuerzo genuino por frenar la inflación. Si en cualquier momento del pasado, un ministro de Economía se hubiera afirmado dispuesto a empobrecer la mitad de la población porque creía que sólo así sería posible curar al país del mal que desde hace tanto tiempo lo está destrozando, los demás políticos lo hubieran tratado como un delirante sádico.
Pues bien, en los años últimos casi la mitad de la población ha caído en la pobreza o la indigencia. ¿A cambio de qué? De nada, ya que no fue resultado de un intento de reordenar la economía para que pudiera emprender un camino parecido al transitado por docenas de países que se hicieron prósperos, sino de la conducta pusilánime de generaciones de políticos que se habían habituado a limitarse a hablar de su supuesta solidaridad con las víctimas de su inoperancia.
¿Han aprendido algo de su propia experiencia en la materia? Parecería que no. Para alarma de aquellos hombres de negocios que no son expertos en mercados regulados y no han conseguido prosperar merced a una relación amistosa con miembros del gobierno de turno, el secretario de Comercio Interior, Roberto Feletti, quiere transformarlos en empleados estatales. Les ha informado que, luego de analizar el margen de ganancias de las distintas empresas, les dirán cuánto deberían pagar los consumidores para lo que ponen a la venta. A los atrapados en el cada vez más pequeño sector privado, no les gusta para nada lo que el funcionario se ha propuesto; saben muy bien que, además de ocasionarles un sinnúmero de dificultades adicionales, tendrá consecuencias muy negativas para la maltrecha economía de la que todos dependen.
Si bien es posible que Feletti mismo esté sinceramente convencido de que los controles de precios servirán para hacer retroceder la inflación que, semana tras semana, empobrece todavía más a millones de familias que ya están sumidas en la miseria, los preocupados por lo que está haciendo quisieran recordarle que, desde los días del rey babilonio Hammurabi, de hace casi cuatro milenios cuando los mercados eran minúsculos, han fracasado todos los muchísimos esfuerzos en tal sentido.
¿Por qué ha optado el gobierno kirchnerista por intentar por enésima vez manejar la economía como si fuera su propia empresa, ya que es de suponer que por lo menos algunos integrantes del equipo nominalmente liderado por Alberto Fernández se han familiarizado con la experiencia desalentadora que han dejado los centenares de regímenes que, a veces con brutalidad realmente extraordinaria, han tratado de obligar a los empresarios y comerciantes a obedecerlos?
El motivo principal es electoralista; los peronistas esperan que el espectáculo brindado por un personaje tan belicoso como Feletti, un autoritario que no titubea en maltratar a los empresarios en las reuniones que celebra, impresione tan gratamente a los votantes que le retribuyan en el cuarto oscuro por su defensa teatral de su menguado poder de compra, pero también habrá incidido la idea de que a todo político que se precie le corresponda hacer creer que, de tener la oportunidad, lograría solucionar los problemas más urgentes de la sociedad.
He aquí una razón por la que a muchos les es muy difícil resistirse a la tentación de procurar hacerlo con medidas que, a juzgar por la experiencia tanto propia como ajena, no funcionarán.
A lo sumo, los controles de precios podrían servir para brindar una ilusión de estabilidad que, mientras dure, le permitiría al gobierno responsable llevar a cabo un conjunto de reformas drásticas para que, por fin, el país contara con una moneda auténtica, pero nadie cree que los kirchneristas estén por ensayar algo tan ambicioso.
Desde su punto de vista, el “modelo” económico que están procurando administrar ya es demasiado “liberal”, razón por la que quieren disciplinar a los empresarios, los hombres del campo y otros, advirtiéndoles que, a menos que respeten el régimen de precios máximos que el gobierno ha decretado, serán debidamente castigados. No son marxistas, pero comparten con los comunistas, los trotskistas y ciertos radicales la convicción de que en última instancia hay que confiar a los políticos el manejo no sólo de la macroeconomía sino también de todo cuanto la conforma.
Es puro escapismo. La inflación no es producto de la avaricia de los empresarios – si lo fuera, los argentinos estarían entre los más codiciosos de la historia mundial -, sino de la falta de rigor de los políticos y funcionarios, ya que siempre les es mucho más fácil imprimir billetes sin respaldo que enfrentar los problemas que ocasionaría un ajuste.
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