Ricitos de Oro vota en noviembre
El plebiscito de noviembre se definirá entre el “sí” y el “basta”. Se trata de una simplificación extrema, pero inevitable.
El resultado catastrófico en las PASO terminó de convencer al Gobierno de una obviedad que se negaba a admitir: las elecciones siempre son un plebiscito para el que gobierna. Ahora, el consultor catalán Antoni Gutiérrez Rubí consiguió que el oficialismo salga a pedir el voto con una afirmación directa: la campaña del “sí”.
Desde la célebre experiencia chilena de 1988, apropiarse en campaña del tono afirmativo no necesariamente es garantía de éxito. Augusto Pinochet pergeñó un referéndum que los chilenos miraban con desconfianza. Las fuerzas democráticas diseñaron una campaña original para proponer el voto negativo y ganaron.
A la campaña de Gutiérrez Rubí, Juntos por el Cambio le respondió con la campaña del “basta”. Una advertencia que busca proyectar el clima volcánico que hizo erupción en las primarias. El plebiscito de noviembre se definirá entre el “sí” y el “basta”.
Se trata de una simplificación extrema, pero inevitable. El economista Nouriel Roubini bien podría decir que la de Gutiérrez Rubí es una campaña de un optimismo desmesurado. Una campaña “Ricitos de Oro”, ingenua como aquella niña que cantaba en las pantallas del cine jurásico.
Roubini se hizo famoso cuando anticipó la crisis financiera de 2008. Carga con un apodo sombrío: Dr. Doom, el Doctor Catástrofe. Dice ahora que la economía global de la pospandemia no será fácil. “Ricitos de Oro está muriendo”, les disparó a los que predicen una era de reactivación fuerte con inflación moderada.
No sólo los actores del poder real en Argentina se sienten más cerca de los temores del Doctor Catástrofe que de Ricitos de Oro. Los ciudadanos ven en la campaña una acumulación de problemas irresueltos. Y una decisión de agravarlos, ignorándolos.
El horizonte poselectoral es tan complejo que en paralelo a la campaña plebiscitaria, comienza a surgir una exigencia de definiciones a todo el espectro político.
La inflación núcleo alcanzó en un año el récord del siglo: no baja del tres por ciento mensual. Es la inflación de los productos y servicios imprescindibles. La respuesta del Gobierno es Roberto Feletti, un viejo gendarme que propone otra vez la receta de enviar brigadas militantes para clausurar góndolas.
Frente a una inflación desenfrenada, Feletti acaba de registrar una sentencia memorable: “Nuestro desafío es garantizar un trimestre de consumo y alegría”. Un trimestre es todo el plan.
Esta indigencia programática es la que mostró el ministro Martín Guzmán en su breve paso frente al Fondo Monetario. El FMI le sopló al oído la palabra clave de las respuestas: anclaje. Algo que amarre al barco en la furiosa tempestad inflacionaria. Más que un examen, lo de Guzmán en el Fondo es una probation. Ya herrumbró todas las anclas: el dólar tiene todos los cepos posibles, pero la brecha cambiaria sigue ampliándose. ¿La respuesta del ministro? “No vamos a hacer ningún salto devaluatorio”. El que apuesta al dólar pierde.
Las tarifas de servicios públicos también están ancladas. Pero la capacidad subsidiaria del Estado se está jugando en la ruleta rusa del trimestre feliz. El “plan platita” implica un costo fiscal superior a 1,2 puntos del PIB.
El horizonte poselectoral es tan complejo que en paralelo a la campaña plebiscitaria, comienza a surgir una exigencia de definiciones a todo el espectro político. Horacio Rodríguez Larreta formalizó una propuesta de un gobierno de coalición para el tramo 2023-2027. Coalición imaginaria en la que incluye al ganador del próximo balotaje presidencial junto a una fracción sustancial del bloque opositor, donde ya no estará Cristina. La pregunta clave: ¿ese affectio societatis comenzaría a construirse en el nuevo Parlamento que asume en diciembre? Es más probable que prevalezca en la oposición una lógica competitiva porque el trofeo de 2023 está lejos de ser todavía una conquista asegurada.
La sola mención de una lógica distinta, más colaborativa, también impacta en la campaña.
A Larreta lo empieza a afectar lo que el economista Eduardo Levy Yeyati llama la “paradoja de los sistemas de alerta temprana”. Si son creíbles, permiten evitar el evento riesgoso. Pero en ese caso parecen haber dado sólo una falsa alarma. Y en política nunca paga ser el Doctor Catástrofe, despertando de su ensueño a Ricitos de Oro.
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