El Covid: ¿cambió la maternidad?
Después de un larguísimo y estresante período de encierro, clases virtuales, y miedo al contagio de coronavirus, las puertas volvieron a abrirse. ¿Cambió la maternidad? ¿Se le sumaron más miedos, más agotamiento, más tareas?
Volver a salir. Volver a tener ciertos horarios de actividades de los chicos; la presencialidad en las escuelas; algunas salidas. El fin de las restricciones y de la hiperconvivencia 24/7. Después de un larguísimo -pero sobre todo estresante- período, después del home ofice, las clases virtuales y el miedo al contagio, ¿cuánto cambió la maternidad?
Flavia tiene 42 años y 1 hijo. La pandemia puso su mundo de cabeza. “La pandemia primero cambio mi situación laboral, por ende la economía del hogar. Después de varias semanas de aislamiento con el ASPO llegó el miedo: por la salud de los míos, por la economía, por el futuro. En cuanto a la maternidad, a mí me acercó primero; me agobió después con las clases en casa; me enojó, y terminé entendiendo lo necesario que es la pedagogía. No tendría más hijos, eso seguro.”
El de Flavia fue el camino que transitaron con mayor o menor suerte muchas madres que tuvieron que lidiar con dosis enorme de paciencia mezcladas con el agotamiento por las tareas del hogar, además del trabajo. Según estadísticas nacionales, el 51% de las madres argentinas se sintió más sobrecargadas con las tareas del hogar debido a la cuarentena.
Peor aún, un sondeo del Observatorio Mujeres, Disidencias, Derechos de Mujeres de la Matria Latinoamericana (Mumalá Nacional), reveló en mayo que el 61% de las mujeres e identidades feminizadas se sentían “con ánimo negativo” en el contexto de aislamiento por la pandemia por coronavirus. El informe hacía hincapié en cómo el combo de sobrecarga de tareas de cuidado, teletrabajo con dispositivos o conectividad deficitarios, educación virtual, cierre de espacios de cuidado y contención de niños y jóvenes, vulneraba la salud mental de mujeres.
¿Algo más? Sí, quienes reconocieron mayor porcentaje de tristeza y cansancio se ubicaron en el grupo de las mujeres con hijos e hijas, con y sin pareja.
Camila tiene 28 años, y 2 hijos. Dice que vivió toda su maternidad en pandemia y que fue “muy distinto a lo que me imaginaba cuando pensaba en ser madre, con mucho miedo por cómo iba a ser criar a 2 bebés en un momento tan delicado por todo lo que estaba pasando y cómo influiría en ellos y en mi está ‘nueva’ realidad. Desde mi caso puntual no volvería a ser madre, pero no por la pandemia en sí”.
Lo que más lamentan quienes atravesaron el primer paso por la maternidad en estos largos meses de encierro, es la falta de contención, de ayuda.
Juli, que tiene 28 años y una hija, lo dice claramente: “La pandemia generó cierta ambivalencia. Por un lado, la posibilidad de gestar o maternar en intimidad y tranquilidad pero por otro lado los temores de contagio trajeron la perdida de los grupos de apoyo, la tribu de mujeres y vínculos amorosos tan necesarios para acompañar, alojar , escuchar y sostener, que de algún modo se vieron interpelados a buscar otra forma de hacerse presentes”.
Para Jazmín, que tiene la misma edad, y también una hija, este período fue similar. “Esto de estar en casa y tener que quedarnos y hacer todo, fue bastante estresante. Mi hija estuvo en salita de cuatro el año pasado, y el tema de engancharse a las clases fue complicado. No hay sentido de pertenencia con el jardín, costó mucho. En casa teníamos que hacer todas las actividades. Había muchas cosas que llevaban tiempo o era necesario comprar ciertos materiales. Eso, sumado al trabajo virtual, se tornó pesado. De golpe me vi cumpliendo varios roles. En mi caso estoy sola con ella y me ocupo de casi todas las cuestiones, responsabilidades y demás. Tener que trabajar, seguir las actividades del jardín, visitas a los médicos, cocinar… Todo ese encierro afectó mucho. A ella, por ejemplo, con la socialización”, asegura.
Uno de los efectos de estos largos meses de encierro, un efecto que recién ahora emerge como muestra de los efectos colaterales de la pandemia, es la salud mental, lo que la convivencia con los fantasmas de los miedos ha mellado la psiquis. De hecho, en este último tiempo, la mayoría de los informes de Salud, ponen la lupa sobre las consecuencias psicológicas de este estado de pandemia. Las madres, claro, no quedaron al margen.
La coordinadora del Máster en Estudios de Género de la Universidad Complutense de Madrid, Marta Evelia Aparicio, explica que los roles de género juegan un importante papel en la salud mental: “Las mujeres suelen encargarse de la gestión familiar, que incluye no solo la organización y ejecución de las tareas domésticas, sino también la gestión emocional de la familia”.
También son ellas las encargadas de tareas que “son menos visibles y gratificantes que las que realizan los hombres. Por ejemplo, la limpieza del hogar”, sigue la experta. “El poco valor social que se le da a estas tareas no permite que las mujeres eleven su autoestima”, algo que se vio acrecentado en los meses de confinamiento: ellas se ocupaban de ese trabajo doméstico y emocional, pero también en muchos casos tenían que trabajar o teletrabajar, así que “durmieron menos, descansaron peor y por eso tuvieron más desgaste psicológico”, indica Aparicio.
Ángeles, que tiene 30 años y tuvo su primer hijo durante el peor confinamiento de 2020, asegura que su posparto no fue tal como lo imaginaba. “Sentía culpa por haber traído un hijo a un mundo así”, se entristece. Después de la culpa cuenta, le llegó la ansiedad: “Me sentía mal porque no sabía cómo actuar con mi bebé fuera de casa. Me costó mucho salir a una plaza o a pasear por la ciudad. Y ahora, que ya puedo empezar a pensar en volver a trabajar, me llena de miedos la idea de dejarlo en un lugar en el que pueda contagiarse. Me siento agotada, pero siento que es un agotamiento que tiene más que ver con los temores, y con tratar de sostener todo sola, que con lo que implica la maternidad”.
Para Carla, que ya se acerca a los 40, la pandemia fue la gota que terminó de convencerla de que no, no iba a elegir ser madre. “A mi, el tiempo de encierro me hizo reflexionar mucho sobre el mundo en el que vivimos, sobre los peligros a los que estamos expuestos y sobre la precariedad en la que nos movemos. Yo me había propuesto que el 2020 era mi año para formar familia. Pero decidí -decidimos- que no”.
Para Delfina, que tiene 26 años, y una hija, la pandemia tabién le significó replanteos : “No influyó mucho en mí opinión sobre la maternidad. No me mejoró ni me empeoró, pero si me hizo replantearme esto de que hasta que no esté lista, no vuelvo a arrancar con un niño. Físicamente, emocionalmente, financieramente, todo. A nivel miedo, me dio mucho miedo lo vulnerables que somos. Esto nos toca y nos podemos ir. Y me volvió un poco paranoica, me costó superar el miedo a este bicho. Ni hablar del miedo como mamá. Estaba insoportable. Eso si, me volvió paranoica. Respecto a las ganas de probar de nuevo, siempre dije que no estaba preparada todavía para volver a enfrentar la maternidad. Quiero disfrutar al máximo de mi hija. Este contexto lo reafirmó: quiero disfrutarla unos años más, estar conmigo misma y si todo va bien, volver a probar”.
Una de las cuestiones que sumó estrés a la maternidad en sus versiones 2020/2021, fue -es- la situación económica.
En estos días, en los que se habla tanto del FMI, bien vale rescatar un informe firmado por Kristalina Georgieva, la directora del Fondo Monetario Internacional (FMI), junto a Stefania Fabrizio, Diego Gomes y Marina Tavares, que dice, o más bien pide que se apoye a las madres frente a la pandemia. “Es posible que la pandemia termine agravando no solo la desigualdad de género, sino también la del ingreso. Un mayor número de madres sin estudios universitarios y de madres de color perdieron su trabajo durante las primeras fases de la pandemia, y su reincorporación al mercado laboral sigue un ritmo mucho más lento que el de otros grupos de trabajadores”, dice el texto que puede leerse en “Diálogo a fondo. El blog del FMI sobre temas económicos de América Latina”.
Después del Covid, la salud mental
“El problema no son nuestros hijos, y tampoco somos nosotros. El problema es una sociedad cuyas exigencias son radicalmente incompatibles con las necesidades de los bebés y con las de quienes cuidan de ellos”, escribió hace unos años la española Carolina Del Olmo en su obra “Dónde está mi tribu?”, un texto medular que se sumerge en la angustia de una madre frente a la metamorfosis personal que implica la llegada de un hijo en una sociedad sin redes de contención para compatibilizar el trabajo con la crianza.
Lo escribió antes de que la pandemia pusiera más patas para arriba esa ecuación. Luego, el año pasado, volvió sobre el tema con el marco del encierro. “La pandemia puso negro sobre blanco todo lo que ya andaba mal en nuestras sociedades: la desatención a los cuidados, el desprecio por las tareas (también las laborales) que son las que verdaderamente sostienen la vida (la inmensa distancia entre el valor de uso de algunos trabajos y el valor de cambio que les damos), la sobrerrepresentación en nuestros medios y en nuestras políticas públicas de los intereses y preocupaciones de las clases medias y altas, la desatención a los más vulnerables”, señala Del Olmo.
Ahora que el buen tiempo vuelve instalarse y que tanto los niveles de vacunación como cierta tranquilidad en las cifras de contagios, aclaran el horizonte, quizás sea tiempo sacudirse algunos de todos esos miedos con los que convivimos, y las presiones de mantener una convivencia apretada entre las paredes. Queda, de todos modos, y no es poco, reconstruir todo aquello que quedó desmoronado.
La pandemia empeoró lo que ya existía
La pandemia ha profundizado una crisis previamente existente: la crisis de los cuidados. La mayor carga de tareas domésticas y de cuidados fue absorbida en mayor medida por las mujeres, lo que genera efectos en sus posibilidades de inserción laboral y generación de ingresos, en su salud mental y en el bienestar de niñas, niños y adolescentes. Estos impactos se observan incluso en mayor medida en el caso de los hogares monomarentales: hogares con niñas y niños a cargo de mujeres sin otro adulto de referencia, dicen las conclusiones d euna encuesta realizada este año por Unicef. En Argentina, previo a la pandemia, las mujeres eran quienes realizaban en mayor medida las tareas domésticas y de cuidado. De acuerdo a los últimos datos disponibles de la Encuesta de Uso del Tiempo (EUT) realizada por INDEC (2013), las mujeres dedican el doble del tiempo al cuidado que los varones. La dedicación de los varones al trabajo no remunerado no se explica por su condición de actividad: ocupados y no ocupados dedican prácticamente el mismo tiempo.
Incluso, las mujeres ocupadas destinan más tiempo que los varones desocupados. La pandemia ha profundizado estas desigualdades. Las mayores cargas de cuidado y de tareas domésticas fueron absorbidas en mayor medida por las mujeres. El 54% de las mujeres de más de 18 años entrevistadas expresó que sintieron una mayor sobrecarga de las tareas del hogar.
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