Campañas y apatía
Pocas campañas lograron romper la indiferencia generalizada de los ciudadanos. La pobreza de las agendas proselitistas contrasta con las preocupaciones concretas ciudadanas.
Los cierres de las campañas para las PASO de hoy no trajeron mayores sorpresas: mensajes efectistas y chicanas de los principales candidatos buscando consolidar apoyos previos y minimizar “errores no forzados” más que plantear propuestas de cara al complejo futuro que le espera al país a la salida de la pandemia.
Es verdad que resulta complejo movilizar hoy a una sociedad desencantada y dominada por sentimientos negativos, tras cuatro años de crisis económica y social continuada, agravada en los últimos dos por una pandemia que alteró negativamente vidas y rutinas. Además, se trata de votar al interior de un partido o coalición para definir candidaturas a un cargo legislativo, cuya relación con las políticas del día a día no es tan directa como la del presidente, gobernador o intendente. La pandemia ha cambiado además las formas de hacer política, con menos presencia territorial y actos masivos en favor de medios y redes sociales.
Así, pocas campañas lograron romper la indiferencia generalizada de los ciudadanos. Spots extravagantes, chistes, insultos, alusiones al sexo, las drogas, astrología, vehículos pintorescos, mascotas o leyendas en remeras no lograron mover el amperímetro de una sociedad que está en otra sintonía. La pobreza de las agendas proselitistas contrasta con las preocupaciones ciudadanas. Casi todas las encuestas ponen a la inflación y la erosión de los salarios como la principal inquietud de los mayores de 40 años, y al desempleo o el temor a perder el trabajo entre los más jóvenes. También ganan terreno la inseguridad y, en menor medida, la corrupción.
Los sentimientos dominantes son negativos: angustia, incertidumbre, desconfianza. Mientras, la dirigencia se enreda en debates de tipo personal y argumentos superficiales sobre cómo solucionar los problemas estructurales.
Un estudio nacional de la firma Zuban Córdoba confirmó el escaso impacto de estos esfuerzos. Un 64% afirmó que las campañas “no le generaron nada”, un 73% que los políticos “no le hablan a gente como yo” y un magro 6% afirma haber cambiado su intención de voto gracias a los mensajes recibidos de los candidatos. Un 40% de los jóvenes entre 16 y 30 años siguen indecisos y definirán su voto a última hora o no irán a sufragar.
“Hoy las campañas son plebiscitos emocionales, ya no son la (tradicional) idea de discutir políticas futuras en el Congreso. Las campañas se concentran en desacreditar al otro, y entonces vemos discursos negativos”, señaló el consultor Gastón Córdoba. Se privilegia conservar el voto “duro” o “de nicho” a ampliar la base de apoyo.
Las PASO han servido para regular la oferta electoral en Argentina (en contraste con la fragmentación política en América Latina), y en general ordenan más a las oposiciones que a los oficialismos. Son la oportunidad para que las disidencias de cada coalición midan fuerzas y ganen visibilidad. Partidos minoritarios lucharán para lograr un piso mínimo de votos y llevar su voz al Congreso. En muchos casos, las listas únicas transforman a la votación en una “gran encuesta” que permite a los partidos ajustar mensajes y estrategias para las legislativas de noviembre.
El gran riesgo de este desacople entre las demandas de la sociedad y la agenda de la clase política es una merma sensible en la participación electoral que afecte la legitimidad de una institución representativa clave de la república como el Congreso, que habilita, condiciona, mejora o bloquea las iniciativas del gobierno y, en el sistema federal, es la caja de resonancia de demandas de regiones y provincias.
Frente a la apatía, el desafío para ciudadanía es la concurrencia (cuidada desde lo sanitario) a votar de cara a unas elecciones legislativas que definen la composición del Congreso e inevitablemente se transforman en una evaluación de la gestión presidencial. Y para la dirigencia, la elevación del nivel del debate sobre los desafíos que enfrenta el país para resolver problemas estructurales, que no tienen soluciones fáciles ni inmediatas.
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