Y a vos, ¿a qué te gustaba jugar?
El juego es una necesidad, una posibilidad y un derecho de las infancias. Personas de diferentes edades recuerdan que las escondidas, o la mancha, se llevaban las tardes en la calle del barrio. Juego y niño van de la mano y esa relación perdura siempre en la memoria.
“Ema estás re grande”, le dicen a la nena de 11 años, que entretenida aprieta las burbujas de plástico de su juguete Pop It. Ella levanta la mirada y responde “no quiero ser grande, es re aburrido, y por más que me haga grande, no voy a dejar de jugar”. Como muchos, Emma sabe que esa actividad de la infancia es irreemplazable e inolvidable en la vida.
El juego es una actividad creativa natural, que proviene de la vida misma. Por medio del juego, se aprende a compartir, a desarrollar conceptos de cooperación y a protegerse, pero lo más importante es que se viven experiencias entrañables. A lo largo de los años hay juegos clásicos, como la escondida, la mancha, la casita o los autos que atraviesan generaciones. Otros, marcan alguna época, pero lo que nunca pierden los chicos son las ganas de jugar.
“A lo que más jugábamos era a la escondida. Sobre todo a la noche, en el barrio. Cómo nos divertíamos con eso… Era lindo porque nos entretenía, no teníamos televisión, ni tocadiscos, solo la radio, y jugábamos para compartir, hacer amigos . Eso, creo, que era lo mejor”, dice Nilda Sabbadini, de 74 años, que con alegría rememora su tiempo de niña.
Stella Calvo tiene 64 y cuenta que con sus cuatro hermanas jugaban en la plaza de Chimpay a las estatuas. Una se paraba en el mástil y las otras, sobre unos pilares de medio metro se tenían que quedar quietas y si se movían perdían. “Jugaba a la mancha venenosa; a la casita, que quedaba armada en la plaza porque vivíamos enfrente; tiraba la pelota contra la pared, o salía a cazar ranas y me las comía. Jugábamos todo el día. No entrábamos nunca a la casa. Solo a comer o a dormir”, dice.
Ayelen Oliz, es profesora de educación física y psicomotricista y asegura que el juego es una necesidad, una posibilidad y un derecho de las infancias. “El juego compromete una actividad esencial que no tiene más motivación que el placer por jugar. Juegan porque quieren y no porque deben. Por otro lado, la dinámica interna y la libertad de jugar contribuye a la construcción de la subjetividad”, destaca.
Para Miguel, que cumplió 50 años, un juego muy popular en su tiempo, eran las carreras de karting de bolilleros. Con su hermano Roberto las adaptaban a sus posibilidades. “Como en la chacra no podíamos andar, construimos dos con ruedas de triciclo y corríamos alrededor de la casa. Terminábamos con las rodillas y codos pelados”, recuerda.
Silvia Rodríguez también tiene su edad y jugaba a la búsqueda del tesoro. En el patio de la casa de su amiga pasaban horas en un mundo imaginario, en el que había castillos y un cofre escondido lleno de cosas mágicas por descubrir.
“Me gustaba jugar a todo, pero lo preferido era la escondida. Nos cambiábamos de ropa para que se equivoque el que contaba y haga “sopa quemada”. Y la guerra de bombitas en el verano, por todo el pueblo, era lo más. También hacer ring raje, o llamar desde el teléfono público y hacer bromas. Inventábamos cosas”, se acuerda Gabriela, de 38 años.
Para Zoe Fernández, de 21, los juegos marcaron su vida. “De chica me encantaba jugar afuera de casa, con mis vecinos, teníamos todos más o menos la misma edad. Me acuerdo que jugábamos a la mancha, a la escondida y al reloj tic tac. Podíamos estar afuera toda la tarde hasta que nos llamaban a comer. Era hermoso jugar afuera, nos sentíamos seguros y libres. Creo que fue unos de los momentos más felices de mi infancia”, cuenta.
En jardín de infantes, Ramiro y Lucio cuentan a qué sus preferidos son “el partido (pelota de fútbol) yla escondida”, y destacan que les gusta mucho jugar.
En este sentido, Ayelen Oliz subraya que en la primer infancia es importante el juego libre y espontáneo porque facilita el descubrimiento y desarrollo del cuerpo, establecer vínculos y descubrir modos de operar sobre la realidad.
“Los niños en pleno desarrollo, se apropian del mundo externo y el juego y el movimiento corporal son fundamentales para favorecerlo”, explica.
El juego es inherente a cualquier actividad del niño y a su vida. Favorece a la construcción de la corporeidad de los niños . “El juego debe estar presente porque les da la posibilidad de tomar la iniciativa, tomar decisiones y tener autonomía”, dice Ayelen.
Hay muchos motivos para jugar. Niño y juego van de la mano y esos momentos no se olvidarán. Por eso la responsabilidad de los adultos siempre es abrir la puerta para ir a jugar.
Video juegos no es jugar
En la actualidad, los juegos frente a las pantallas ocupan mucho tiempo en la vida de niños. Si bien, muchas veces es una forma de jugar, la profesora Ayelen Oliz, sostiene que no hay intercambio con otro, no hay experiencia en lo real y concreto, que es la que va a favorecer en la composición de la corporeidad.
“En el juego debe estar el otro presente y es intercambio. Eso es lo rico para el desarrollo de la subjetividad de las infancias”, dice.
Si bien es casi imposible o muy difícil hacer desaparecer el juego de las pantallas, dosificar el tiempo es vital. “Los adultos responsables, deben ofrecer espacios de juego libre y espontáneo. El juego va a favorecer a la construcción de la identidad de ese niñe y no es poca cosa”, dice la profesora.
Motivarlos cuando por alguna razón no lo hagan es la misión. “El juego es como un simulacro, una ficción, es atemporal. Es imaginación y los chicos desarrollan la creatividad. En función a la edad se establece un tipo de juego privilegiado y va cambiando, pero debe estar presente.
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“Ema estás re grande”, le dicen a la nena de 11 años, que entretenida aprieta las burbujas de plástico de su juguete Pop It. Ella levanta la mirada y responde “no quiero ser grande, es re aburrido, y por más que me haga grande, no voy a dejar de jugar”. Como muchos, Emma sabe que esa actividad de la infancia es irreemplazable e inolvidable en la vida.
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