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La moral es un fraude


No hay más que ver un “debate” en Twitter entre progresistas y conservadores para observar cómo todo se desparrama: los otros son estúpidos y malvados.


La gente de Derecha se cree más inteligente que la de Izquierda, y la de Izquierda se cree mejor persona que la de Derecha. A pesar de que un bando (la Derecha) parece adjudicarse una mejor comprensión del mundo, en realidad ambas posiciones políticas están haciendo juicios morales sobre sus oponentes. La “inteligencia” de la que la Derecha se cree poseedora es vista como la cualidad moral esencial para ese bando: justamente porque son “brillantes” actúan “mejor” y le procuran “un bien mayor” a la sociedad, no solo a sí mismos.

Como dice el filósofo y financista Paul Graham: “Una de las tendencias más peligrosas que he notado en la última década es la creciente tendencia a creer que si alguien no está de acuerdo con sus opiniones políticas, no es simplemente un error intelectual o de apreciación de la realidad, sino que es malvado”. Y Graham agrega: “Esta falacia tiene un corolario sutilmente peligroso: que alguien que expresa las opiniones políticas correctas es, por tanto, bueno. Mucha gente realmente mala prospera a la sombra de ese principio”.

Casi todas las opiniones que circulan en el espacio público moderno evalúan moralmente las conductas (y pensamientos) de los demás y son evaluadas moralmente por los otros. La moral es la forma de evaluar hoy la conducta de los demás (y la propia), de la misma forma y con el mismo poder censor que en la época premoderna tenía la religión institucionalizada.

La moral parece laica, pero tiene la misma estructura y las mismas prerrogativas de la religión. Una forma usual de evaluar las acciones de los demás remite al error de atribución, según lo muestra Lee Ross: “Las acciones de los demás nos parecen un reflejo de su carácter, mientras que las nuestras dependen de las circunstancias”. Por eso exculpamos nuestras acciones (y las de nuestros amigos): las vemos como determinadas por algún hecho o causa que no podemos manejar. Hicimos algo malo “porque” acabamos de tener una situación estresante, nos informaron de algo horrible (sobre nosotros o algún ser querido) o hemos padecido algo negativo que nos desestabilizó. Pero si alguien que piensa distinto a nosotros (que está “en el otro bando”) hace algo malo jamás pensamos que puede haber tenido un mal día, sino que es una mala persona.

Para el profesor de Filosofía Moral, Ronnie de Sousa “la idea misma de moralidad es fraudulenta. Ahora creo que la moralidad es una sombra de la religión, que sirve para consolar a aquellos que ya no aceptan la guía divina, pero que aún esperan una fuente ‘objetiva’ de certeza sobre el bien y el mal”.

De Sousa sostiene que los moralistas disciernen la existencia de mandatos tan ineludibles como los de un Dios omnisciente y omnipotente. Esos mandatos, enseñan los filósofos morales, merecen prevalecer sobre todas las demás razones para actuar, siempre, en todas partes y para siempre.

Ya Frederich Nietzsche afirmaba que el miedo y el resentimiento son los que nos motivan a creer en la moral. Porque la moralidad nos otorga un derecho a culpar a los otros de cometer faltas que deben ser castigadas o, por lo menos, exhibidas como ejemplo nefasto de lo que no hay que hacer. Y ese poder nos produce un placer tan inmenso que ninguna persona quiere perderlo. Nadie quiere verse privado de sancionar a los demás, lo que les permite colocarlos en una posición moral inferior, en “otra categoría”.

Ya sea que se considere que los otros son retardados y por eso hacen todo mal (como piensa la gente de Derecha de la de Izquierda) o porque son moralmente malvados y por eso disfrutan haciendo daño (como cree la gente de Izquierda de la de Derecha), todas las posiciones morales se sostienen para juzgar a los demás y condenarlos; y en el mismo gesto, el que condena al otro se absuelve a sí mismo.

No hay más que ver un “debate” en Twitter en torno a cualquier tema entre gente progresista y gente conservadora (o entre liberales y estatistas) para observar cómo todo los señalado en esta columna se desparrama plenamente: los otros son estúpidos y malvados.

Tener “la posición correcta” es, a la vez, ser moralmente bueno. Y “estar totalmente equivocado” (defender una posición con la que no se coincide) no es solo un error intelectual sino una falla moral.

Gran parte de la afectividad negativa que circula en el espacio público nace de la adscripción moral. No son discusiones intelectuales sino que se viven como una lucha entre ángeles y demonios. Según quién triunfe se logrará construir el Paraíso (si el vencedor es “nuestro” bando) o se instaurará el Infierno (si somos derrotados y el que gana es “el otro bando”).

No hay nada racional en todo esto. Es pura moral.


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