El cristianismo es todo lo que tenemos
Koch y Smith dicen que corremos el peligro de que una variante autoritaria de esta religión, que se expande, termine exterminando lo mejor de una civilización que nos dio amor, ciencia, optimismo y desarrollo.
Las estadísticas de creencias de los organismos internacionales dicen que hay en el mundo unos 2.500 millones de cristianos. ¿Realmente 2500 millones de personas creen en Cristo y en los distintos dogmas que lo sacralizan? No: hay un gran porcentaje que, si bien proviene de familias cristianas, dice que no le interesa para nada la religión o que es directamente ateo. Sin embargo todos ellos están profundamente influenciados por la cultura cristiana.
Desde hace unas décadas no dejan de aparecer investigaciones sobre la historia cultural del cristianismo que demuestran que, al contrario de la opinión popular, esta religión no fue oscurantista ni se opuso a la ciencia y que gran parte de lo mejor del legado espiritual y cultural de occidente proviene del cristianismo.
En un libro de 2006 (“El suicidio de Occidente”), Richard Koch y Chris Smith sostienen que existe hoy una crisis en el mundo occidental y que esta crisis se ha generado internamente al renegar del cristianismo. Hasta 1900 Occidente tenía una gran confianza en sus ideas y valores, valorando positivamente su civilización, pero a partir de la Primera Guerra Mundial esa confianza colapsó. Según estos autores las ideas que fundaron occidente son seis y están interrelacionadas estrechamente: cristianismo, optimismo, ciencia, crecimiento económico, liberalismo e individualismo.
Koch y Smith dicen que el cristianismo fue original en tres aspectos: hizo a Dios personal y disponible para los individuos; hizo que la gente ordinaria creyera que Dios la amaba y la había elegido; hizo de la automejora de los individuos, de acuerdo con los propósitos divinos, la base y el fin del universo. El cristianismo fue la primera religión que hizo de la salvación individual su principio central, la primera en predicar que la salvación estaba disponible para todos en el mundo, la primera en basar su expansión en una evangelización indiscriminada. En este sentido, fue un movimiento de autoayuda individualizado de una manera en la que ninguna otra religión lo había sido antes.
Al poner el foco en el individuo (y no ya en la familia o la tribu), el cristianismo generó un profundo sentimiento de responsabilidad individual. Para el mundo anterior al cristianismo era inconcebible que cualquier dios se preocupase por una persona. El otro principio fundamental del cristianismo (y que fue el que lo hizo masivo en poco tiempo) es que cualquier persona es amada por Dios, sin importar su estatus social, su sexo, su color de piel, su poder económico ni siquiera si hace el bien o es el último de los asesinos.
El cristianismo fue también la primera religión que se comprometió con los pobres y los más desposeídos, incluso los esclavos. Pablo de Tarso hará la primera afirmación registrada de la igualdad y fraternidad de todos los seres humanos: “no hay ni judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, porque todos son uno en Cristo Jesús”.
El Dios cristiano es un dios racional (es el primer dios racional), cuya creación (el mundo) es también racional y que funciona sobre unos principios que pueden ser descubiertos: esta es la parte griega del cristianismo, que se complementa con la vertiente judía, que aportó la parte mística y espiritual. Esta visión griega de la “creación” favoreció el lanzarse a descubrir cosas y buscar respuestas, lo que incentivó el desarrollo de la ciencia moderna. Así Koch y Smith desmienten la idea popular de que la ciencia experimental comenzó enfrentando al cristianismo y su predominio en la Edad Media.
Visto así, el cristianismo es la base de la cultura de nuestra época. Incluso el pensamiento políticamente correcto, que se presenta como la creencia dominante en la actualidad, sería una vertiente cristiana. El drama de estas formas de cristianismo contemporáneo es que remiten a las peores corrientes dogmáticas de las épocas más represivas, como la Inquisición. El cristianismo en el que abrevan las corrientes contemporáneas (que se sueñan ateas o agnósticas, pero que son profundamente religiosas e irracionales) es antiliberal y autoritario, contradiciendo lo mejor del legado cristiano.
Koch y Smith dicen que corremos el peligro de que esta variante autoritaria del cristianismo que se está expandiendo en todo occidente termine exterminando lo mejor de una civilización que nos dio el amor, el optimismo, la ciencia y el desarrollo económico. De allí que su libro se titule “El suicidio de Occidente”.
Quizá, para superar este momento dogmático y autoritario, haya que volver a inspirarse en alguno de los grandes momentos positivos del pasado cristiano. Por ejemplo “volver” al cristianismo del amor que predicaba San Agustín hace 1600 años. Y que sea ese amor el que nos salve de los actuales profetas del odio.
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