La noche que llovió cenizas en el corazón de la meseta patagónica
Una nube de millones de metros cúbicos de material volcánico, procedente de Chile, llegó el 4 de junio de 2011 a Ingeniero Jacobacci. Durante 10 meses, la población convivió con ese fenómeno natural.
La nube de material volcánico que se formó tras la erupción del complejo volcánico cordón Caulle, situado en Chile, llegó en silencio la noche del 4 de junio de 2011 sobre Ingeniero Jacobacci. Oscar Pazos relata que estaba en un asado, con unos amigos, y que uno de ellos salió a la calle y regresó sorprendido porque había cenizas. Todos lo miraron incrédulos. Minutos después, comprobaron, asombrados, que llovía cenizas sobre el pueblo.
El día en que Jacobacci no vio el amanecer
Al día siguiente, Pazos dice que abrió las cortinas de una ventana de su casa y observó que estaba oscuro y las luminarias del alumbrado público aún seguían encendidas. Miró el reloj. Marcaba las 10. No entendía nada.
Cuenta que salió a la vereda y vio que se había acumulado un manto de entre 10 y 15 centímetros de cenizas volcánicas. “Era como un talco”, describe. “Vi ese polvillo, pero no le di importancia; nunca pensé que iba ser tan difícil sacar del pueblo todo lo que había caído”, destaca.
Nadie en Ingeniero Jacobacci imaginaba que tendrían que convivir durante unos 10 meses con las cenizas volcánicas.
Pazos relata que ese polvo se filtraba por las ventanas, por debajo de las puertas y cualquier hendidura hacia el interior de las casas. El viento, que sopla casi todo el tiempo en esa zona de la Patagonia, levantaba esas cenizas . “Era insoportable», afirma.
Sostiene que los crianceros y productores de animales sufrieron las peores consecuencias. Venían de años de sequías, que afectaban las pasturas que estaban secas y eran escasas. En consecuencia, los animales estaban flacos porque tenían poco alimento. Con las cenizas el panorama fue devastador. Pazos dice que hubo crianceros que perdieron todas las ovejas porque se les murieron. “Fue un desastre en el campo”, lamenta.
Rememora que cuando terminó de caer la ceniza había unos 15 centímetros en la zona. “Era imposible andar en la calle. Esa ceniza volaba todo el tiempo y no se veía a un metro”, afirma. A ese panorama se sumaba el olor a azufre.
“Era un polvo que estaba en suspensión todo el tiempo”, explica. Además, dice que se escuchaban en el cielo como una especie de detonaciones. Todo era muy sombrío. “La verdad que la pasamos bastante feo”, afirma.
Recuerda que comenzó la limpieza del pueblo. Era una tarea enorme. Se acumulaban las cenizas en sitios estratégicos para que, después, las máquinas con pala cargadora retiraran todo. La Municipalidad dispuso lugares donde arrojar el material, a pocos kilómetros del pueblo.
“Se trabajó con cientos de camiones, mucha gente colaboró, hubo ayuda de todos lados”, valora. Pazos cuenta que la limpieza demandó mucho tiempo. Retiraban el material de un lado y los vientos traían más cenizas.
Dice que como no es una zona de lluvias, todavía queda ceniza en los cerros cercanos al pueblo.
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